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ANTONIO GUERRERO PÉREZ
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2024-08-25
Cayucos: negocio de sangre
No hay día en que cualquier medio de comunicación haga referencia a la llegada a nuestras costas de cientos de migrantes que con caras famélicas arriban a lo que para ellos es el “dorado”, el futuro o su supervivencia. Inmediatamente después del hecho, una batería de políticos perfectamente adoctrinados y uniformados se lanzan —en muchas ocasiones— sin filtro de algún tipo, a criticar el discurso migratorio del gobierno o a recitar con lira, loas a lo buena y necesaria de esta continua diáspora de almas desesperadas. Después, ya en un segundo nivel, la noticia tiene un tratamiento de desguace y casquería en los debates especializados de las televisiones, donde se arrebañan contertulios apesebrados —en contacto directo con sus jefes—, indicándoles online lo que tienen que vocear en el acto, según les interese en cada momento.
Estos fulanos son escogidos con “delicadeza”, por su habilidad a defender una cosa y la contraria a la vez.
Todo esto jalonado por la moderación inestimable de personajes/jas de dudosa imparcialidad, pagados con pequeñas fortunas de dinero público en algunos casos. Y ya en un tercer nivel de perversión nos encontramos el estercolero de Twitter, ahora llamado X, donde los valientes, embozados y protegidos por el anonimato, derraman todo tipo de vómito digital. La ministra de turno se apresura a hacerse la foto en las precarias carpas habilítalas para la ocasión, con la cara ensayada para estas circunstancias, mientras un centenar de voluntarios y guardia civil se afanan en proveer los primeros auxilios a los desgajados “pasajeros” de las desvencijadas embarcaciones.
La polarización entre derecha e izquierda, entre progresistas (antes comunistas) y conservadores, se acrecienta en todos los países. Las tensiones en el debate son máximas. Desde posiciones de izquierda se enfatiza que los recursos del planeta son finitos, que se agotan a un ritmo acelerado, y que, si se quiere evitar el colapso, se debe reducir el consumo en las esferas pública y privada. Entre los postulados de la derecha destaca el principio de que nada es gratis, de que todo va acompañado por un coste, así que gobiernos y hogares deben primar una gestión eficiente. Con este sentido común compartido debería ser sencillo que ambas orillas coincidieran, por ejemplo, en calificar como disparatadas las cuentas que se asocian a la experiencia migratoria de decenas de miles de personas.
Pero la realidad es otra…
La verdad es que la migración es un negocio sangriento y mil millonario gestionado por mafias en los países de origen, incluso por los propios estados. No se puede normalizar un flujo continuo e imparable de “llegadas” que se producen, entre otras muchas cosas, por culpa de un entramado formado por “activistas” millonarios, mafias de transporte de personas y la necesaria colaboración de unas irresponsables autoridades. No cabe duda de que, como países civilizados, como sociedades creadas y basadas en el derecho a la vida de la persona, ni queremos ni podemos ser indiferentes a la obligada prestación de auxilio que se produce a diario con estas personas. Los cayucos que son rescatados en la cercanía de la isla de El Hierro por Salvamento Marítima no llevan semanas a la deriva ni han llegado a remo desde Senegal o Gambia, pues sería más de 2.000 kilómetros; es evidente que han recibido ayuda y provisiones en su navegación para que sean rescatados justamente en las aguas vecinas a Canarias y que esta travesía, tal y como los propios inmigrantes confiesan, llega a suponerles en muchos casos más de 4.000 euros, lo que es una auténtica fortuna para ellos y sus familias.
Hoy, en torno a la entrada masiva de inmigrantes ilegales en España, como en otros países de Europa y del mundo, se ha construido un entramado de carácter lucrativo en el que se utiliza a esas personas y a su sufrimiento como materia prima.
Al modo de un bombero pirómano, determinadas asociaciones llamadas “humanitarias” prestan servicios en tierra y en el mar y, de forma directa, provocan continuamente tragedias con las que pueden justificar su existencia y atraer más aportaciones públicas. Es absolutamente repugnante este ejercicio de inmoralidad.
La migración regulada se convierte en enriquecedora para los países de acogida.
No olvidemos que España fue una vez en épocas pasadas mano de obra en países económicamente más desarrollados y aún pasa con muchos jóvenes formados que buscan un futuro mejor más allá de nuestras fronteras. Pero la aceptación de la migración ilegal nos hace conniventes con las mafias que utilizan a seres humanos como fletes sin importarles las tragedias personales que dejan atrás y las que se les presentarán en un futuro inmediato.
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