28-08-2022
Al acceder a mi camarote de primera clase, que realmente era una suite (elegí uno del tipo Deluxe Parlor), observé mi equipaje acomodado en forma de mastaba en el centro del amplio salón, de decoración robusta, y sobrecargada. El brillo centelleante del mobiliario, sin duda de caoba, determinaba su falta de uso.
A la derecha, encastrada, en la pared revestida de una tela delicada salpicada por motivos florares, jalonaba una chimenea falsa. Una de las múltiples opciones era decorar la regia estancia a tu antojo, decidí entonces exponer un cuadro de Van Gogh, la oferta era casi infinita, pero siempre generó en mí una atracción pasional el trigal inmenso de fuerte color amarillo bajo la tormenta, con la bandada de cuervos moteando parte del lienzo, las mezclas de colores radiantes ejercían en mi casi un hechizo. La suite constaba además de un amplio dormitorio con una gran cama con dosel, del que prendían suaves telas de organza de seda blanca, dos vestidores, un baño privado, lavabo y una amplia sala de estar, una lujosa habitación que permitían incluso recibir a un pequeño grupo de invitados. Había también una gran mesa de juego, lujosos sofás y sillas, aparadores y escritorios. Sin duda la comodidad y la elegancia superior reflejaba la reputación de la White Star Line. Activé la opción de salir a la plataforma de paseo privada que tendría unos 15 metros, y esta me conectó con la cubierta. El cielo de Southampton del mes de abril era de un azul glorioso. Me embobé viendo el bullicioso ajetreo abajo en el puerto. La gente se arremolinaba en las zonas delimitadas con maromas de protección cerca de los muelles de carga. Desde mi elevada posición hasta allí, se me antojó una distancia considerable. Pedí entonces al sistema, información de las dimensiones del magno objeto móvil donde me encontraba. En el margen superior derecho de mi campo de visión apareció al instante: 269,06 metros de eslora, 28,19 metros de manga, 53,3 metros de puntal, 10,54 de calado y 9 cubiertas. 2 hélices laterales de 3 palas, 1 hélice central de 3 palas, 29 calderas alimentadas por 159 hornos de carbón, 2 máquinas alternativas de 4 cilindros de triple expansión, 1 turbina Parsons de baja presión. Potencia máxima 59.000 CV, velocidad máxima 42,6 km/h. Tripulación 885 tripulantes. Capacidad para 2787 pasajeros. Sin duda estos datos configuraban un monstruo de 52.310 toneladas difícil de derrotar.
El sistema THX 10.0 reverberó y un atronador sonido penetro en mis oídos, miré hacia arriba y tres de las cuatro chimeneas vomitaron un intenso humo blanco que se alzó con rapidez hacia el infinito, no sin antes inundar todo lo que atrapaba a su alrededor. Una profunda vibración nacida de las entrañas fue in crescendo, y el sonido de unas gigantescas hélices fue incrementado el ritmo hasta hacerlo casi ensordecedor. Las pasarelas que lo mantenían unido al puerto se iban retirando y el barco libre ya, puso rumbo hacia la bocana del puerto. Era medio día del 10 de abril de 1912.
Aceleré el sistema hasta posicionarlo en las 22:00 horas del 14 de abril (la condición humana tiene mucho de morbosa) porque podía haber disfrutado de la navegación de los días anteriores, pero no, directamente a los hechos.
Me acomodé mi mejor smoking, me dirigí al comedor, y allá en la mesa del capitán me senté. Elegí hacerlo por supuesto entre lo más granado del pasaje. Me flanqueaba a mi derecha John Jacob Astor IV y a la izquierda Benjamin Guggenhein, y por supuesto tuve que elegir la compañía de la inefable Margaret Brown, la insumergible Molly Brown. El tiempo pasaba con lentitud sumido en las locuaces conversaciones de los distinguidos comensales, así que no me pude contener y pulsé el botón de forward y lo situé justo a las 23:38 en la línea de tiempo. No sin un cierto nerviosismo a las 23:40, dos minutos después, en tiempo real, noté una ligera sacudida acompañada por una vibración, y al poco tiempo el barco se detuvo. Conocedor de los acontecimientos venideros, me apresté a subir a cubierta, donde algunos oficiales corrían de un lugar a otro, me aposté en un lugar predominante y utilicé de nuevo el forward situando los acontecimientos a las 2:00 a.m. del 15 de abril. El agua gélida del atlántico norte cubría ya casi por completo la proa del trasatlántico “insumergible”. Las sensaciones que experimentaba en ese momento eran muy intensas el corazón se me desbocó, extraños sentimientos de zozobra y miedo intento me embargaron. En ese punto descubrí que hasta en la virtualidad soy cobarde. Pero aun así opté por colarme dentro de unos de los botes que ya estaban depositados sobre el oscuro océano. Remamos hasta la extenuación para alejarnos del desastre y para evitar la enorme succión. A unos 200 metros, exhaustos, nos detuvimos, desde esa distancia pude ver como el Titanic fue engullido por las oscuras aguas del Atlántico Norte.
Desconecte los dispositivos y realidad virtual y realidad aumentada y deje reposar a mi avatar, la sesión en el metaverso me dejó exhausto. Una fuerza interior me sacó del cuarto donde había ocurrido todo y me dirigió a la calle. El olor a tierra mojada me conmovió, me senté en una terraza cobijada de limoneros, y saboreé una cerveza, mientras pensaba… por muy inmersivas que sean las tecnologías venideras, ¡jamás podrán replicar el sabor de los besos!
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