11-09-2022

Los elevados riesgos para la deuda soberana obligan a adoptar un enfoque colaborativo para resolver de forma ordenada los problemas que genera la deuda e impedir incumplimientos.

Corren tiempos difíciles. El mundo se enfrenta con un recrudecimiento de la incertidumbre, con una guerra que viene a sumarse a una pandemia persistente y en evolución continua, que ha entrado ya en su tercer año. Además, los problemas que existían antes de la COVID-19 no han desaparecido. Uno de los temas centrales que abordarán los responsables de la política económica mundial cuando regresen a Washington en los próximos meses para asistir a las Reuniones de Primavera del FMI y el Banco Mundial será el aumento de la vulnerabilidad de la deuda en todo el mundo.

Antes del primer confinamiento por el coronavirus, el endeudamiento ya era muy elevado. Cuando estalló la pandemia, el respaldo económico brindado por un período de paz sin precedentes estabilizó los mercados financieros y relajó gradualmente las condiciones crediticias y de liquidez en todo el mundo. En muchos países, la política fiscal logró proteger a personas y empresas durante la pandemia. También brindó apoyo a la política monetaria, al incrementar la demanda agregada y evitar dinámicas deflacionarias. Todo ello contribuyó a la recuperación económica y financiera.

Ahora, la guerra en Ucrania añade riesgos a una situación de niveles de endeudamiento público sin precedentes, mientras la pandemia sigue tensando los presupuestos de muchos gobiernos. Esta situación pone de manifiesto la necesidad urgente de que las autoridades apliquen reformas, también en el ámbito de la gobernanza, para mejorar la transparencia de la deuda, así como para reforzar los marcos y políticas de gestión de la deuda, a fin de reducir los riesgos.

El FMI seguirá ayudando a abordar las raíces de estos niveles peligrosos de deuda, a través del asesoramiento de política y las actividades de fortalecimiento de capacidades. No obstante, ante los elevados riesgos para la deuda soberana y las considerables limitaciones financieras y presupuestarias, será necesario contar con la cooperación internacional para minimizar la tensión en el futuro inmediato. En los casos en que las inyecciones de liquidez no sean suficientes, las autoridades responsables de la política económica deben adoptar un enfoque colaborativo para aliviar las cargas de deuda de los países más vulnerables, promover una mayor sostenibilidad de la deuda y encontrar un equilibrio entre los intereses de los deudores y los de los acreedores. Durante la pandemia, el crecimiento del déficit y la acumulación de deuda fueron mucho más rápidos que en los primeros años de otras recesiones, incluso de las más largas: la Gran Depresión y la crisis financiera mundial. Su magnitud solo es comparable a la de las dos guerras mundiales del siglo XX.

Según la Base de datos sobre la deuda mundial del FMI, el endeudamiento aumentó en 2020 nada menos que 28 puntos porcentuales, alcanzando el 256% del producto interno bruto.  Aproximadamente la mitad de este incremento puede atribuirse a los gobiernos; el resto, a las sociedades no financieras y los hogares. Actualmente, la deuda pública representa cerca del 40% del total mundial, el porcentaje más elevado en casi seis décadas. Los países de mercados emergentes y en desarrollo (excluida China) son responsables de una proporción relativamente pequeña de este incremento. Aunque la deuda pública sigue situada muy por debajo de los niveles de la década de 1990, en estas economías la deuda no ha parado de crecer en los últimos años. Este hecho refleja en parte su capacidad para aprovechar los mercados privados, el crecimiento de la solvencia y el desarrollo de los mercados de deuda interna. Los costos del servicio de la deuda también se han reducido considerablemente. Alrededor de un 60% de los países de bajo ingreso ya se encuentran en una situación crítica por sobreendeudamiento o corren riesgo de caer en ella.

Hasta hace poco, los reducidos costos del servicio de la deuda suavizaban la preocupación generada por los niveles récord de deuda pública en las economías avanzadas; y ello se debía a dos motivos. En primer lugar, las tasas de interés nominales eran muy reducidas. De hecho, en países como Alemania, Japón y Suiza, estaban situadas en niveles cercanos a cero o eran incluso negativas en toda la curva de rendimientos. En segundo lugar, las tasas de interés reales neutrales seguían una marcada tendencia a la baja en muchas economías, como en Estados Unidos, la zona del euro y Japón, así como en unos cuantos mercados emergentes. Esto, unido al hecho de que las tasas de interés reales estaban situadas por debajo de las tasas de crecimiento real, contribuyó a crear la percepción de que la expansión fiscal sería fácil. No obstante, el aumento de la percepción del riesgo y las perspectivas de contracción monetaria han vuelto a situar las vulnerabilidades de la deuda en el punto de mira. En las economías avanzadas, se prevé que para 2024 la actividad económica, el saldo fiscal primario, el gasto y los ingresos vuelvan a situarse en niveles cercanos a las proyecciones previas a la pandemia. En cambio, la situación en los países en desarrollo es mucho más preocupante. Tanto las economías emergentes como las de bajo ingreso enfrentan pérdidas de PIB e ingresos persistentes. Esto significa que el gasto primario se mantendrá en niveles persistentemente reducidos como consecuencia de la pandemia, alejando todavía más a estos países de los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Este es un problema de interés mundial. La fuerte subida de los precios de la energía y los alimentos pone más presión sobre los más pobres y vulnerables. Los alimentos representan hasta un 60% del consumo de los hogares en los países de bajo ingreso. En estos países confluyen una serie de factores específicos: las urgentes necesidades humanitarias se topan con limitaciones financieras extremadamente fuertes. Por lo que se refiere a los países de bajo ingreso que dependen de la importación de combustibles y alimentos, puede que el shock obligue a ampliar las donaciones y el financiamiento en condiciones muy favorables, para cubrir los gastos y mantener el respaldo a los hogares necesitados. Las condiciones financieras mundiales son cada vez más restrictivas, ya que los bancos centrales más importantes aumentan las tasas de interés para contener la inflación. La deuda global es imparable y un cataclismo financiero paralizara al mundo entero.

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