"Se suele afirmar sin conocimiento, que los pacientes con depresión somos muy débiles psicológicamente y con escasa fuerza de voluntad para superar esta dolencia; pero nada más lejos de la realidad, pues de lo contrario, me pregunto quién resistiría diariamente los quebrantos anímicos y somáticos"
2023-02-26
Estimados lectores, como primera impresión, parecería que el título de esta crónica sería cuanto menos extraña y antitética, pero nada más lejos de la realidad.
La depresión, escondida, hasta no hace muchas décadas, casi como un mal que proscribía al individuo y señalaba a las familias al modo del Medievo, como con los leprosos; o al igual que ocurría a inicios del pasado siglo XX, con aquellos que padecían Síndrome de Down, a los que se les escondía literalmente en las casas por la creencia cultural de que era un castigo divino; desgraciadamente, la actual sociedad sigue padeciendo similares condicionamientos, pues la salud mental no la elegimos los que la padecemos, como tantos y tantos siguen creyendo en la actualidad; pues sería ridículo pensar, que un enfermo de cáncer, o de diabetes, o cualquier otra patología, la hubiese elegido “motu proprio”.
El paciente que sufre diariamente todos o parte de los síntomas de una depresión, puede quedar anulado hasta para poder ejercer las más mínimas tareas que conlleva una vida independiente, llegando hasta tales extremos que la dependencia a las benzodiacepinas, antidepresivos y ansiolíticos, coloca a España en el primer país consumidor de estas sustancias a nivel europeo, dándose su mayor relevancia entre las mujeres.
La tasa de mortalidad, se sitúa estadísticamente como la segunda causa de morbilidad entre la población de 45 años o más en el último decenio, pues, aparte del deterioro cognitivo, la depresión, puede conducir realmente al suicidio, cuestión silenciada normalmente en los medios de comunicación, pues no parece plausible que un país se presente como si viviésemos en un manicomio, a lo que añadimos, la secuela de la incomprensión, de hasta los más directos, que aplican sus propias recetas, como si de profesionales de la psiquiatría se tratasen, no soportando tener en casa, a su pareja, a un padre o a un hijo, al que desde la misma familia se estigmatiza en un buen número de casos, llevando irrevocablemente al enfermo, a pensar reiteradamente en el suicidio como única vía de escape, por esta difícil lucha ante la incomprensión social, e incluso familiar.
Se suele afirmar sin conocimiento, que los pacientes con depresión somos muy débiles psicológicamente y con escasa fuerza de voluntad para superar esta dolencia; pero nada más lejos de la realidad, pues de lo contrario, me pregunto quién resistiría diariamente los quebrantos anímicos y somáticos; evidentemente, solo los más fuertes, por lo que vamos a dejar de creer que los depresivos somos pasivos, conniventes y complacientes con nuestra enfermedad, hasta tener que oír por parte de algunos, que la buscamos a propósito pues encontramos regocijo en ella, como si fuésemos masoquistas. Otras razones, que las personas argumentan como fácil solución, son las consabidas: tienes que salir a pasear, tienes que buscarte una actividad que te distraiga, tienes que acudir al gimnasio, tienes que poner de tu parte, tienes que practicar deporte, tienes que hacer esto, tienes que hacer lo otro; tienes, tienes, tienes, …, cuando el cuerpo y la mente, a veces, no reaccionan en contra incluso de tu voluntad, y te dejan en el más absoluto KO técnico; provocando verdaderas enfermedades como causa de la somatización, pero claro está, el órgano dañado, no entiende de depresión, sino que lo interpreta como una auténtica dolencia.
La depresión, evidentemente tiene sus grados, pero la mayor parte de la población mundial, sufre o sufrirá algún episodio, que durará más o menos tiempo, o se enquistará de forma perenne en sus vidas, limitando con ello su calidad y esperanza de vida, “enganchados” a estas benzodiacepinas ante la imposibilidad de poder controlar crisis de ansiedad o de pánico, taquicardias, pellizco gástrico, dolor de cabeza, inacción, miedo, angustia, pituitas, taquicardias, pérdida de peso o aumento del mismo, pérdida de conocimiento, etc …; ni ganas de vivir, pues esta enfermedad es diaria, y tenemos que luchar día a día tanto contra la enfermedad, pero además contra el estigma y la incomprensión de todavía bastante población, que contradictoriamente será en breve plazo otra víctima más. Somos todavía considerados por una buena parte de la sociedad, como rarezas, parásitos, que solo buscamos una excusa para no trabajar, cuando precisamente el trabajo y las condiciones en las que se desarrolla en la actualidad la actividad laboral, es uno de los principales motivos, como causa exógena, desencadenante de un trastorno ansioso-depresivo, que si además, se une a una predisposición endógena por nuestra herencia genética, se desenvuelve así en una de las más temibles pandemias que en silencio se sufre en el orbe, sobre todo, en el mundo teóricamente “más culturalmente civilizado y más rico”, pues pocas dolencias psíquicas se conocen entre los países más pobres que incluso pasan hambre, otra pandemia, sin duda injustificable y dolorosa, de la que no podré dejar pasar de hablar en algún próximo artículo de opinión.
Nadie, absolutamente nadie, puede conocer, aunque una persona depresiva lo verbalice, lo incapacitante de una depresión o diagnósticos asociados a estas enfermedades mentales, ni creo que nadie sin ser especialista sobre el tema, tenga derecho a opinar sin conocer, porque lo que consiguen es justamente lo contrario de lo que se persigue, que no es otra cosa que la ayuda, la tolerancia y la comprensión. Lo mismo que un varón, nunca podrá conocer lo que supone dar a luz; o una mujer, nunca sabrá, ni podrá padecer ninguna dolencia prostática; la realidad, es que estando como estamos en sociedades cada vez más en teoría avanzadas y tecnificadas, la gran pandemia de las enfermedades mentales avanza en progresión casi geométrica.
Hace varios meses, escuchaba a una profesional médica hablar sobre la depresión, y me impresionaron sus palabras, pues hasta la fecha, había sido la única profesional que conocía verdaderamente esta enfermedad de nuestro siglo por sus argumentos que parecía me los dirigía personalmente. Al final, descubrí la realidad más descarnada, que no era otra que la misma psiquiatra que estaba hablando de la depresión, la había sufrido, confesando, que, tras superarla, pues se puede superar, había comenzado realmente a conocer esta enfermedad, a entender a sus pacientes y a tratarlos bajo una nueva perspectiva, aún a pesar de llevar ejerciendo durante décadas como profesional. Que más desconocimiento se puede tener de este órgano, como es el cerebro humano, que tan sólo conocemos entre el 10 y el 20%, según los neurólogos.
Llegados a este punto, podríamos hablar de los servicios psiquiátricos de los que disponemos en Andalucía. Los conocidos centros de Salud mental, en principio, no tienen el mínimo personal para cubrir a tanta población, ni pueden derivar a consulta a un psicólogo, pues están verdaderamente saturados, como el resto de la Sanidad pública; a veces vencidos, o perdida totalmente la vocación por la especialidad que en su día eligieron, pero aquí con el inconveniente de que ante la avalancha de personas que necesitan urgentemente en algunos casos, una atención inmediata por motivos de intentos de autolisis, la situación se complica, pues puede llevar irremediablemente a la muerte en minutos. El reciente fallecimiento por suicidio de la gran actriz Verónica Forqué, así como otras personas mediáticas como Robin Willians, parece que ha cambiado la opinión en favor de los que padecemos esta enfermedad, que en la mayor parte de los casos no se nos aprecia externamente, pero que te corroe el interior, día a día, semana a semana, mes tras mes, e incluso años, como la carcoma.
En cuanto al motivo del aumento de este tipo de enfermedades mentales, entre ellas la depresión y la ansiedad, no hace falta indagar demasiado sobre cuáles son las causas, pues ya hemos indicado que existen las endógenas, propias de la herencia genética; más las exógenas, y entre ellas, no me cabe la más mínima duda, que la mayormente culpable es el trabajo explotador en el que viven los trabajadores, con larguísimas jornadas de trabajo, sometidos a presión constante pues las cosas se quieren para ayer; trabajadores, a los que ni por la punta del forro se les respetan sus derechos laborales establecidos por convenio colectivo y por el Estatuto de los Trabajadores, que tan sólo pensamos se respeta a nivel del funcionariado, pero en contra de lo que podemos pensar, en donde se producen más depresiones, proporcionalmente, como consecuencia de un trabajo con surmenage y estrés, allí se encuentra un funcionario público, seguido por miles y miles de trabajadores, los empleados de todo tipo que malviven de las empresas privadas, que solo piensan en beneficios económicos, y en nada de subidas salariales, horarias, sociales o de conciliación familiar para sus empleados, por lo que estos convenios colectivos y el propio Estatuto de los Trabajadores, se quedan en papel mojado, cuando cualquier persona se siente tan acosada, estresada y hasta perseguida para que obtenga más productividad, que por su situación laboral precaria, no se atreven a denunciar estas situaciones que provocan una ansiedad y depresión manifiesta, que además tienen que esconder, sin ni tan siquiera poder obtener una baja laboral, y mucho menos, demandar al empresario ante los juzgados de lo Social, pues no se pueden arriesgar a ser despedidos improcedente o procedentemente, pues con ello se acaba el sustento familiar.
Seguimos por lo tanto, hablando de lo que ya el prusiano Karl Heinrich Marx puso de relieve en su tan sencilla teoría sobre el capitalismo en 1867, que no es otro invento que el de la plusvalía en favor de los empresarios, aún a pesar de haber recorrido, casi doscientos años desde el postulado de su teoría económica, que al menos sigue válida en cuanto a los aspectos relativos a lo que consideraba la plusvalía, como acabamos de decir, así como su teoría sobre el soporte de la sociedad, basada únicamente en la economía capitalista, hoy restaurada bajo un neoliberalismo económico de lo más virulento, que incluso está llevando a la destrucción de nuestro planeta y al planteamiento de falsas teorías sobre la falta de recursos, alentando nuevamente las teorías Malthusianas del siglo XVIII, totalmente falsas, para conducir, según así muchos lo creen, a un nuevo orden mundial al estilo de lo descrito en la famosa obra de Aldoux Huxley, que ya publicase en 1932, con el nombre de “Un mundo feliz”.
Algunos, ya se estarán preguntando, qué tiene que ver el título de este editorial, con la realidad de lo que llevo escrito hasta el momento. La razón ha sido el tratar de concienciar en la medida de mis posibilidades, de que la depresión existe, es real, y es sin duda una enfermedad con su correspondientes patologías; pero retomando el hilo del título, se advierte como desde hace unos años, el Gobierno de nuestra nación, está “muy preocupado”, de repente, por la Salud mental, y especialmente por la depresión, dando la sensación de que algo se está moviendo en favor de la Salud mental; pero desgraciadamente, todo obedece a criterios económicos, ya que si analizamos las cifras de bajas médicas por depresión concedidas al cabo de los años, supone un gasto enorme para las arcas del Estado, y es aquí donde encontramos la auténtica y reciente preocupación por parte de los gobernantes, que como buenos intérpretes, quieren matar dos pájaros de un tiro: primeramente, rebajando las bajas por depresión, para con ello no generar más gasto social insostenible; sin ningún ánimo real por las personas que sufren de depresión; y por otra parte, cómo no, atendiendo a lo que siempre buscan, que no es otra cosa que el electoralismo político, dando a entender a la ciudadanía, su verdadera preocupación por la Salud mental, que no es más que una pura falacia.
Política y económicamente hablando, las bajas médicas por depresión no son en absoluto para los dirigentes una buena forma de atajar el enorme agujero del gasto público, por lo que concluyo diciendo que no es todo oro lo que reluce, ni es nada verdad lo que nos venden los políticos, que solo buscan sea como sea, el tergiversar lo que en principio podría ser una buena medida de prevención y profilaxis sanitaria con la dotación de más medios y personal para los Centros de Salud mental; algo que como siempre, se quedará en el olvido, buscando los mecanismos más bastardos posibles, para ordenar la concesión de menos bajas médicas por depresión, la no concesión de incapacidades permanentes por depresión mayor, dejándonos en el pleno abandono en el que nos encontramos, como casi en el resto de la atención de la Sanidad Pública, con un aumento desproporcionado de la Sanidad privada, que solo puede pagar una minoría de la ciudadanía.
Sigan ustedes así, señores políticos, atrévanse a publicar el número de suicidios anuales por depresión, así como los grupos de edad y a las comunidades que más afecta, y seguramente, las mujeres, tendrán otra nueva razón para seguir luchando por sus derechos, pues en ello ya no se juegan solo un salario, la igualdad ante el varón, sino la propia vida; como han puesto de manifiesto nuestros dirigentes con la gestión de la pandemia de COVID y nuestros mayores, que para cualquiera que lo medite un instante, ha sido un genocidio premeditado para reducir, entre otras cosas, el número de pensiones a pagar, como incluso lo puso de manifiesto algún miembro del gobierno, ya gracias a Dios, fuera del mismo, que se atrevió a decir que el problema del déficit español éramos el elevado número de pensionistas. Poco le faltó para proponer que la eutanasia fuese voluntaria y libre; ¿o es que ellos no tienen padres, o se creen que serán eternos? Piensen pues, si tras esta pequeña visión sobre la depresión, responde o no a intereses meramente políticos y económicos.
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