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Cuando se habla de economía, aquellos que no tenemos una completa formación sobre los conceptos que se barajan para explicar la situación económica, se encuentra el término de la denominada inflación subyacente, que... |
2023-03-26
Cuando se habla de economía, aquellos que no tenemos una completa formación sobre los conceptos que se barajan para explicar la situación económica, se encuentra el término de la denominada inflación subyacente, que durante estos últimos meses, se viene argumentando como causa de la subida desorbitada de los precios al consumidor, que comprueba como progresivamente, su cesta de la compra aumenta el gasto hasta unos índices estratosféricos, lo que está poniendo en verdadero jaque, tanto al gobierno, pero principalmente a las familias en todo nuestro país.
Aún recuerdo, cuando estudiaba a fines de los años 60, cómo en los mapas al uso, algunas regiones de España aparecían en negro, señaladas por la propia ONU, como zonas endémicas de hambre, entre las que se encontraban Las Hurdes, y una buena parte de zonas de nuestra Andalucía, lo que en la actualidad parece recordar aquella situación tercermundista, en la que determinados productos alimenticios eran solo accesibles para los más ricos, mientras que a los demás niños, se nos daban pastillas de calcio, como pastillas de leche de burra; así como leche de vaca en la escuela a cargo del Estado español (como la llamada Gota de Leche de Jaén), para aliviar la falta de nutrientes necesarios para prevenir el raquitismo.
Actualmente, estas situaciones que nos parecen de épocas remotas, nos vuelven a hacer mirar atrás, puesto que nos devuelven a épocas ya lejanas históricamente por hambrunas, con ocasión de plagas, lluvias torrenciales, sequías prolongadas; lo que llevó ya desde la Edad Moderna, a que se crearan los famosos Pósitos de Grano, para aliviar los períodos de malas cosechas de cereales y poder dar sustento básico a la ciudadanía. La historia se repite, por mucho que nos empeñemos en considerarnos sociedades modernas, altamente tecnificadas y avanzadas, pero en donde lo básico y fundamental, aunque existente, sigue siendo inaccesible a una gran mayoría de las familias.
Antes de tratar de explicar en la medida de mis conocimientos sobre economía, de lo que llevamos dicho sobre la inflación general, derivada del IPC, junto a la inflación subyacente; serían aquellos términos también económicos que habremos oído o leído igualmente en los medios de comunicación, que se refieren a otros dos vocablos que no son otros que el de la macroeconomía y microeconomía, que si los analizamos, se llegan a comprender fácilmente, pero no tanto, en cuanto a su repercusión en los salarios y los precios.
Se afirma que España, macroeconómicamente hablando, será una de las pocas economías que crecerá con respecto al resto de los países europeos, pero claro, nos están vendiendo una realidad a medias, pues si efectivamente la economía española va a crecer, parece que está en contradicción con lo que llamamos microeconomía, que para que todos nos entendamos, es la que afecta directamente al bolsillo de los españoles; y en este sentido, todos estaremos de acuerdo en que la macroeconomía es importante para un país por el volumen de exportaciones y para la generación de empleo, entre otros aspectos que todos podemos comprender y compartir, pero a la postre, quienes realmente se benefician de esta alza macroeconómica, son siempre los poderosos: las grandes multinacionales, las grandes empresas y el sistema financiero, pues aún en esta época de crisis económica que estamos viviendo, las entidades bancarias, así como otros especuladores, son los que en román paladino, se están forrando, a costa de los ciudadanos, en donde observamos cómo el gobierno de la nación, solo pone parches y cataplasmas como la reducción del IVA a los productos básicos, que en nada, se ha notado en la bajada de la cesta de la compra, por una clara ineficacia en las medidas adoptadas, que a priori, se sabía no iban a producir el efecto deseado, pues estimados lectores, este país es donde nació la picaresca y en consecuencia, la especulación, la corrupción y el trapicheo, por no aplicar un término a olvidar, como fue el del estraperlo. No en vano, ya se están alzando voces en favor de topar los precios de los productos sobre todo alimenticios, algo que sería una obra faraónica, por mucho que se empeñen los sindicatos en que ésta sería la medida a adoptar; en tanto que otros, economistas y tecnócratas con mayor acierto, lo que proponen es topar los porcentajes de los productos para que en el camino hasta la llegada al consumidor no se produzca esa especulación, imposible de controlar, que sólo beneficia a unos pocos que sin ningún escrúpulo, se están lucrando de esta crisis económico-social y de una inflación manipulada al alza, algo que bien conocemos en nuestra historia más reciente, como lo ocurrido aunque de forma tangencial al asunto que hoy analizamos, con las distintas desamortizaciones llevadas a cabo por los gobiernos liberales durante el siglo XIX, de donde nacieron grandes fortunas y latifundios, que basaron su estrategia en la picaresca con la compra masiva de tierras desamortizadas a precios irrisorios utilizando a los consabidos testaferros y la especulación posterior, pues ya se conoce el refrán de que quien hace la ley, hace la trampa, o al menos, puede intentar burlarla; o si me permiten ustedes, con el boom económico que supuso para España la primera guerra mundial, pues ante la neutralidad española, se vendió a mansalva a ambos contendientes, lo que repercutió negativamente, como no, una vez más, a la población española, que vio como se incrementaban los precios al albur de la subida de los bienes manufacturados para la venta y exportación a los países en guerra, beneficios para la burguesía de la época que no quiso aprovechar esta ocasión para modernizar sus vetustas industrias, para después del conflicto bélico, haber seguido siendo competitivos en los mercados internacionales.
¿Cómo entender, que las entidades financieras, los bancos, sigan obteniendo grandes beneficios en esta época de crisis generalizada?; nada más simple que con la subida incontrolada, injustificada y a veces ilegal de las comisiones, que llegarán a cobrarnos hasta por entrar en una sucursal bancaria o por una retirada de efectivo en caja. Cómo comprender, que estas mismas entidades bancarias que fueron rescatadas por el Estado, o sea, por los españoles, ahora no quieran arrimar el hombro con un impuesto a la banca, para rebajar la tensión de los precios; o es que acaso, ¿han devuelto lo que se les prestó en teoría por su rescate?, aunque ya se atisban malos tiempos para las principales entidades financieras en nuestro país; primeramente, porque los beneficios obtenidos son producidos mayoritariamente por sus sociedades fuera de España; y en segundo lugar, porque ya en los últimos meses, se ha provocado una gran fuga del pasivo bancario, que entiendo se debe a tres motivos: el primero, porque se tiene que tirar del escaso ahorro para poder hacer frente a esta crisis del alza de los precios ante unos sueldos no actualizados a la realidad; en segundo lugar, por temor a que se produzca, como algunos apuntan, un corralito financiero, que por muy apocalíptico, inimaginable e imposible que pueda parecer, no estamos exentos de que pudiera producirse ante el inmenso “agujero negro” de la deuda española que crece cada año de forma exponencial; y en tercer lugar, y no precisamente el último, tanto por la desconfianza en los productos financieros por su bajo índice de rentabilidad, por no decir negativo en la mayor parte de los mercados, así como por las consignas del gobierno desde la crisis del año 2013, que a través del Banco de España, prohibió a las entidades bancarias, ofreciesen productos financieros de ahorro a plazo fijo, para con ello, fomentar el consumo (léase consumismo) de forma forzada y artificial; para por ende, disminuir el déficit, como aumentar así el número de puestos de trabajo para reducir las tasas de desempleo y aumentar las cotizaciones de los trabajadores a la Seguridad Social; a costa del ahorro, del que por supuesto, ahora muy minorado, se tiene que echar mano, si se dispone del mismo.
Al hilo de lo comentado, cuando en cualquier entidad bancaria insisten en que al dinero inmovilizado en una cuenta, se le pierde dinero, llevan toda la razón del mundo ante la inflación de los precios; pero es una verdad a medias, pues más vale tenerlo capitalizado, que prestar tus pocos ahorros a esas mismas entidades para que especulen con el dinero ajeno, sin ellos no perder ni arriesgar nada; o proponiéndote unos productos a largo plazo, cuyos intereses son irrisorios, sin garantizar el capital inicial, y que tan sólo dan dolor de cabeza y en la mayor parte de las ocasiones pérdidas; ya sean fondos de inversión, valores en bolsa o los famosos planes de pensiones, estos últimos a los que el gobierno debería liberalizar de inmediato para compensar aquellas economías que no tienen suficiente poder adquisitivo, pero que sí podrían utilizar ese dinero esclavo, por supuesto, con una rebaja de los impuestos fiscales por el rescate anticipado, ante esta situación insostenible.
Volviendo al concepto de inflación, que todos conocemos, es un índice que valora el incrementos de los precios de los productos que consumimos y los servicios que utilizamos, en base al IPC; que a su vez se basa en 12 grupos de consumo, entre los que por supuesto, entran los alimentos; pero más indicativo aún, “según los expertos”, sería el índice de la inflación subyacente, que es el que parecería que nos está llevando a los límites de una economía más que precaria, pero sin embargo, es un índice en el que extrañamente, “no se incluyen los productos más susceptibles de sufrir un cambio en su valor, como son los alimentos no elaborados (frutas o verduras), la energía (gas, luz, etc.) y el combustible”, pues entienden que estos últimos productos tienen una alta volatilidad en los mercados, dependiendo de factores ajenos, como ahora es el caso de la guerra en Ucrania; aunque sí se tienen en cuenta, para calcular la inflación subyacente, los relacionados con el transporte, la vivienda, otro de los gravísimos problemas sociales a atajar; las comunicaciones o el ocio y la cultura. Alta volatilidad de estos productos, que siempre ha existido, independientemente del conflicto bélico, por la sencilla ley de la oferta y la demanda.
Hagan ustedes una valoración de lo que supondría el coeficiente de la inflación subyacente, que si ya de por sí es elevado, muy por encima de la inflación general, cuál sería su verdadero impacto, si también se incluyesen los alimentos no elaborados, el coste de la energía y el combustible, pues todos los sectores productivos, dependen en mayor o menor medida de los combustibles fósiles, así como la ciudadanía, que ve como día a día, los precios se elevan sin control alguno, lo que me lleva a pensar que es un índice hecho a la medida de los intereses de los gobiernos, que en ningún modo, refleja la relación entre la inflación real y la microeconomía en base a los salarios y pensiones medias que se perciben en España en el mejor de los casos.
Vuelvo a insistir en que no soy economista, ni pretendo dar lecciones, pero si aseveran que en el subyacente, no entran los combustibles y la energía por su gran variabilidad por causas ajenas, es querer hacer un postizo, un despropósito; pues igualmente, tampoco según este criterio, se podrían hacer medias de temperaturas, precipitaciones, velocidad del viento y otros cálculos y predicciones meteorológicos por su igual variabilidad.
Cuántos hogares, han vuelto a encender la chimenea de leña, con la consecuente contaminación atmosférica; cuántas familias han vuelto a una economía de casi posguerra, reduciendo al máximo el consumo de productos alimenticios básicos como las verduras o la fruta, productos frescos; sin hablar del consumo de carne y pescado; aparte de las ayudas económicas o en especie que reciben aquellas familias que están colapsadas, en el umbral de la pobreza, por falta de alimentos o de unas mínimas condiciones de vida para por ejemplo calentarse con estas bajas temperaturas; y que gracias mayormente a organizaciones no gubernamentales como Cáritas o los bancos de alimentos, que a base de su constancia y labor callada, pueden aplacar mínimamente las exigencias familiares más indispensables; pero mientras tanto, aquí lo único que importa son las leyes que aprobadas o no, incluso con socavones que situan en el más puro ridículo a quienes las han aprobado, como la Ley del Sí es Sí, al no haber tenido en cuenta el carácter retroactivo de la misma, algo que parece de escuela elemental, y que está causando el sufrimiento de tantas familias, que ven como esos maltratadores, asesinos, violadores que en su día produjeron un daño irreparable, están reduciendo sus penas o incluso han sido excarcelados al amparo de una ley que más parece haberse hecho en favor de estos depredadores sexuales, que en favor de la mujer; que extrañamente ha callado, pues ellas han sido igualmente culpables como políticas, de este despropósito jurídico, queriendo ahora desviar la atención de este “despiste” injustificable, echando la culpa a los jueces, o argumentando, como si se tratase de una reducción a lo absurdo, de que en la ley tiene que entrar Sí o Sí, valga la redundancia, la cuestión del “consentimiento” en una relación sexual, olvidando el principal problema que no es otro que el del aumento indiscriminado del precio de los alimentos.
Seguimos teniendo lo que nos merecemos por méritos propios, somos muy conscientes de los problemas que nos atañen, hablamos y hablamos, pero desgraciadamente, no actuamos, a diferencia de lo que ocurre en otros países europeos, como nuestra vecina Francia; y hasta debemos escuchar, que la culpa de la situación económica en la eurozona es la guerra de Ucrania y de los “pensionistas”, en España, como ya comenté en otro artículo anterior, dicho por el mismo Ex-Vicepresidente Pablo Iglesias y sus mariachis, pues alguna cabeza de turco se debe buscar para esconder las vergüenzas de nuestros dirigentes, que más que dirigir un país, parece que se ocupan de acaparar votos sea al coste que sea, para mantenerse en la poltrona, pues para ellos, la inflación general o la subyacente, se las trae al pairo, pues saben que sus vidas están más que aseguradas económicamente, aún fuera de la política.
Acabo esta reflexión, pidiendo disculpas, pues siempre que escribo sobre cualquier tema candente, inmediatamente me veo en la necesidad de comparar con la historia más reciente, así como con la pretérita y de hablar de otros problemas añadidos, que aunque puedan parecer ajenos, para mí, están inexorablemente unidos al presente editorial, pero serán ustedes, los que juzguen mi atrevimiento, que no busca nada más que dar voz a aquellos que por cualquier circunstancia no tienen los medios para dar a conocer sus opiniones, que en una mayor o menor parte sean coincidentes con mi discurso crítico, que no político.
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