En la actualidad, existe una evidencia discriminatoria más que palpable entre las personas que no tienen idea alguna sobre internet y su uso universal para realizar la más sencilla...

2023-04-09


En la actualidad, existe una evidencia discriminatoria más que palpable entre las personas que no tienen idea alguna sobre internet y su uso universal para realizar la más sencilla consulta o petición ante cualquiera de los distintos órganos del Estado, ya sea a nivel nacional, autonómico o municipal, por la simple razón de no haber tenido la posibilidad de acceder a este instrumento omnímodo, que sin ningún género de duda ha auspiciado una mayor libertad y calidad de vida para todos aquellos ciudadanos que por edad, han podido conocer la red de redes, frente a aquellos que por la misma razón generacional, no han tenido acceso al conocimiento y al aprendizaje de este nuevo instrumento global que se ha impuesto casi de forma obligatoria para realizar cualquier gestión, por nimia que sea, desde el domicilio, vía internet.

El 40% de los mayores, afirman no haber tenido jamás acceso a Internet, y todavía tres de cada diez personas no están en modo alguno preparadas para desarrollar sus actividades más cotidianas y sencillas a nuestro entender, puesto que su esfera de consciencia sigue anclada en la sencilla tecnología analógica. El motivo principal es la falta de conocimiento y por qué no decir también de interés, aunque llegados a cierta edad, comprendo cómo estas personas mayores no tienen el más mínimo interés por aprender, ya que han pasado toda una vida trabajando en defensa de sus familias, y ahora lo que les corresponde es la jubilación, traducción de júbilo, de alegría, de tranquilidad al verse libres de un trabajo que les ha ocupado la mayor parte de su existencia, que sin embargo, no termina de fiscalizarlos puesto que se les exige a sabiendas de que no han recibido la oportuna instrucción digital, una alternativa posible a su condición que por edad les discrimina en al ámbito de las nuevas tecnologías.

Durante el primer año de la pandemia, los medios digitales vinieron a facilitar, en teoría, que no en la práctica, una nueva “normalidad” con las restricciones que se impusieron. El año 2020 desarrolló un cambio radical en las costumbres; y el aislamiento, condujo a un aggiornamento de gran parte de las actividades en un ambiente online para toda la población. La digitalización se impuso para todos, incluidos los mayores de 65 años, que es el corte en el que generalmente se comienza a establecer esta brecha digital, pues las estadísticas no mienten, ya que cerca del 41% de nuestros mayores declara abiertamente no haber tenido jamás acceso a internet, sobre todo, los primeros nacidos durante el impacto demográfico del fenómeno del baby boom, a finales de los años 50 y principios de los 60.

En España se afirma que la pandemia mostró que los pensionistas, tuvieron que aprender a marchas forzadas y casi imperativas, en la situación más difícil, como consecuencia de una situación muy complicada de aislamiento, lo que se tradujo en un ejemplo significativo, como la utilización de la videollamada vía WhatsApp u otros medios de comunicación en red, desconocidas completamente por nuestros mayores, quienes tuvieron que emplear al menos para esta sencilla operación, de dos a cuatro meses de aprendizaje, sin hablar de la resistencia a utilizar un cajero automático, pues no confían en una máquina al fin y al cabo, puesto que sus mentes están hechas para lo que aprendieron y se les quedó grabado hasta la eclosión de un mundo digital y globalizado que no llegan a entender, ya que no están preparados para asumir abruptamente tantas competencias digitales para la realización de cualquier actividad. Sería como querer entender que el paso del Paleolítico al Neolítico se hizo en un solo día, o cómo querer comprender que la desaparición del llamado Antiguo Régimen se hizo igualmente de una noche a otra. La resiliencia no entra dentro de la capacidad de nuestros mayores, ni por edad, ni por la perturbación, el cansancio que supone el estar constantemente aprendiendo una forma de vida, que ni han conocido, vivido, ni fiado, a tenor de lo que escuchan en los medios de comunicación respecto a los timos y fraudes a los que estamos expuestos cada vez más, incluso para los que tienen un alto conocimiento digital, por lo que volvemos a insistir en que cada mes, del 25 al 30, vemos esas largas colas en las entidades bancarias para cobrar la pensión, puesto que o no saben, o no quieren, o no se fían del cajero automático.

 

Aunque nacido en el año 1961, tengo un conocimiento estimo que suficiente para el desempeño de una buena parte de las tareas que se deben o pueden realizar por internet, aunque reconozco, que a veces, tengo que pedir ayuda a mis hijas, pues determinados aspectos ya se me escapan ante este mundo digital que cambia día a día, por no decir casi minuto a minuto. Tuve la suerte de tener que trabajar obligatoriamente con esta realidad en la era digital, desde el primitivo sistema MS2, hasta ver pasar todas las novedades que se han sucedido hasta la fecha y que parecen no tener fin, aunque mis comienzos fueron difíciles, pues hasta cuando compré mi primer ordenador o PC, abandoné la idea de utilizarlo para realizar mi tesis doctoral con el antiguo procesador WordPerfect, situación que me llevó a volver a embalar al “monstruo”, y realizar mi investigación a la antigua usanza con una máquina de escribir. Gracias a un amigo médico, excepcional anatomopatólogo, y tras unas clases particulares por su parte, pude desenvolverme en este primer complicado sistema operativo y poder finalizar mi tesis con un antiguo procesador 8086, algunos de los que leéis en este momento de las llamadas generaciones X, Z y millennials, no tendréis ni la más mínima idea de lo que os hablo, pues estoy describiendo prácticamente la prehistoria de la informática.

Recuerdo, cuando explicaba a mis alumnos que antes de la Revolución Industrial, las invenciones, se realizaban a golpe de necesidades humanas, como por ejemplo la invención de la penicilina y el avance de la medicina ante la gran mortalidad por simples infecciones bacterianas; pero hoy en día, podemos advertir que no es la necesidad la que provoca una nueva invención; sino que muy al contrario, generamos necesidades que no son reales, por lo que la necesidad no legisla el avance tecnológico, sino que el avance tecnológico va siempre por delante, creando una serie de necesidades innecesarias, valga la antítesis, que en cierta medida nos hacen esclavos de nuestro avance científico y dependientes artificialmente de un deseo casi patológico de poseer lo último en tecnología, aunque no sepamos ni tan siquiera rentabilizar un 10% el potencial de estos nuevos artilugios, como por ejemplo los denominados smartphone o los programas informáticos sean del ámbito que sean, pues disponemos de un menú a la carta con las distintas aplicaciones.

En la actualidad, las figuras del tecnólogo y del profesional están cada vez más íntimamente unidas, pues de lo contrario, encontramos un desfase entre el desarrollo tecnológico y su potencialidad. Tomemos como ejemplo los nuevos avances en medicina a nivel tecnológico, que obedecen a los nuevos descubrimientos científicos, pues de poco sirve tener un artefacto de última generación, si no se sabe utilizar al 100%, lo que exige evidentemente, una formación académica que por desgracia no se ofrece a los profesionales de la medicina, lo que genera otra brecha digital por no ofertarse el correspondiente aprendizaje, al igual modo que sucede con la brecha digital entre los mayores. He podido constatar personalmente, cómo ante la existencia de un eco Doppler vascular, sólo se ha utilizado para medir el flujo sanguíneo periférico, cuando si se tiene la formación adecuada, este aparato puede utilizarse para conseguir ecografiar con gran detalle la circulación arterial de las piernas por ejemplo en los pacientes diabéticos, lo que no supone en absoluto culpabilizar a los responsables de su utilización, sino a la falta de formación que correspondería ofertar por parte de las distintas administraciones. Vaya por delante mi reconocimiento a todos aquellos profesionales, que disponiendo de su tiempo libre y de su vocación, aprenden en base al método del ensayo y del error, sin ningún apoyo, a obtener un mayor aprovechamiento de las prestaciones de estas nuevas tecnologías. Nuevamente, encontramos brechas digitales entre la misma digitalización.

También recuerdo como una anécdota totalmente aclaratoria cuando era pequeño y se inventó la televisión, cómo aquellas personas ancianas que me rodeaban, no llegaban a entender cómo una persona se podía ver y escuchar en un monitor de de válvulas en blanco y negro, y muchos, miraban por detrás del novedoso aparato para ver dónde se escondía el locutor, e incluso, cuando pasaban delante del monitor se quitaban la boina o el sombrero saludando a la persona que ellos creían les estaba viendo y hablando, como muestra de respeto, pues para ellos, pasar de una radio también de válvulas, que ya fue para ellos un gran invento, a una televisión, era incomprensible sensu stricto. Créanme, algunos de los que estén leyendo este editorial lo podrán corroborar, y a buen seguro que se estarán riendo, pero no olvidemos, que no han pasado ni tan siquiera 65 años desde aquella primera emisión televisiva que en España llegó en 1956, como una novedad, un invento, fuera de lo común e impensable para la época, que desde luego, no podemos ahora comprender si lo escrutamos con los ojos de nuestra época tecnificada, lo mismo que ocurre, cuando queremos interpretar los hechos históricos fuera de su contexto temporal, pues inevitablemente, nos equivocaremos si no conocemos la forma de pensar de esas pretéritas épocas, como por ejemplo cuando criticamos a la Inquisición española, con el pensamiento del siglo XXI, por lo que no estamos tan lejos de las actuales sociedades primitivas que en pleno siglo XX conocieron de forma artificial, en una clara aculturación, el uso del hierro en sustitución de la industria lítica en cuanto a los útiles y herramientas necesarias para su subsistencia, introducidas por parte del hombre blanco sin una transición y evolución natural de su intelecto al igual que se hizo con la evolución humana del resto de grupos humanos, en ambos casos, identificados con el género sapiens, pero con un desarrollo no paralelo. Como otra anécdota similar a la que hemos descrito con antelación, en pleno siglo XX, se hizo un experimento con el pueblo bosquimano, en donde se grabó la voz del jefe de la tribu, y tras escuchar su voz cómo salía del reproductor, volteaba la grabadora, tratando de descubrir donde estaba ese pequeño hombrecito que había repetido exactamente sus palabras; experimento antropológico que pone más que en evidencia que la historia de la conciencia, así como el propio pensamiento, necesitan una evolución acorde con el tiempo y con la necesaria adaptación tras numerosísimas generaciones, lo mismo que ocurrió con la propia evolución de los homínidos en cuanto a su desarrollo cerebral y adaptación al medio, magníficamente visible en nuestra propia evolución humana según los distintos tipos de humanos inteligentes descubiertos por ejemplo, en el excepcional yacimiento arqueológico de Atapuerca (Burgos).

Pero además, dentro de esta brecha digital, existen desgraciadamente, otras brechas, otras heridas que me atrevo a aseverar sin temor al equívoco, pues las mujeres de más de 75 años, las personas que viven solas, y aquellas con un nivel de instrucción más bajo, caracterizan el perfil de todos aquellos que están excluidos de la esfera digital; y por lo tanto, discriminados sin lugar a dudas, puesto que no se han puesto todos los medios necesarios para que toda la operatividad necesaria para vivir en la actual sociedad, se pueda realizar fuera de internet; y aunque se pueda efectuar, se está en clara desventaja frente a aquellos que sí disponemos de una instrucción digital y un acceso a internet, cuestión esta última que sería objeto de otro debate, pues como simple ejemplo, las empresas se aprovechan sistemáticamente de medios ajenos, sufragados por sus propios trabajadores en la común creencia de que todo el mundo ya tiene internet y un ordenador en sus casas, algo que no es ni cierto, ni se puede utilizar como medio para ahorrarse un buen dinero en sus plusvalías empresariales; algo que se asume como una circunstancia normal, con el agravante de cuando se habla de la enseñanza de nuestros escolares, algunos de los cuales, por la precariedad familiar más aún con esta crisis inflacionista, ni disponen de un ordenador personal, ni una conexión en sus domicilios, cuando las tareas, actividades o trabajos que deben realizar, necesitan obligatoriamente estas exigencias digitales.

La importancia del desarrollo se ha evidenciado en la respuesta a cada uno de los tipos de actividad digital, entre las que se encuentra como más complicada la relacionada con las administraciones públicas, que necesitan por parte de los que desconocen o tienen un escaso conocimiento de este mundo online, la necesaria ayuda, sobre todo por parte de los hijos en el mejor de los casos; llegando hasta el despropósito mayúsculo con la fórmula de comunicación con una institución creada ex profeso para los mayores, pensionistas, jubilados, como es el IMSERSO, donde nadie puede negar que tienen más ventajas aquellos que disponen, conocen o son ayudados para la solicitud de plazas vacacionales vía internet, de otros que lo tienen que hacer presencialmente a través de agencias de viajes, sin olvidar que por fuerza casi mayor tienen que obtener el correspondiente certificado digital para agilizar las gestiones, sin necesidad de desplazarse de sus domicilios, lo que parece al menos, una broma de mal gusto; o un despropósito social y político.

No podemos negar la existencia de la brecha digital, y debemos estar convencidos de esta situación no democrática, pero sí discriminatoria por cuestión de edad e incluso de sexo, según reza en nuestra propia Constitución. Debemos y es casi una obligación moral respetar y amparar a las generaciones analógicas, en definitiva a nuestros padres, y a las personas que por cualquier circunstancia no han podido lograr alcanzar un modelo de vida digital.


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