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ALFREDO INFANTES DELGADO
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2024-10-06
Ángelo Néstore
Nacido en Italia y malagueño de adopción, su obra gira, entre otras cosas, en torno a la exploración de las nuevas masculinidades en el espacio de la creación poética, lo cuir y las identidades del espacio trans, desde una perspectiva política que lo cuestiona todo. Su poesía se mezcla con disciplinas como la performance, las artes escénicas o la música.
Ángelo es poeta, traduce, actúa, y da clases en la universidad, entre otras varias actividades. Tiene varios poemarios publicados, ha sido traducido a varios idiomas y disfruta también de varios premios, entre ellos el Hiperión o el Emilio Prados. Dirige una editorial y también codirige el Festival Internacional de Poesía de Málaga.
Dice en su Facebook: Me gusta quitarle esa pátina de seriedad obligada que se le pone a la poesía. La poesía puede ser algo superdivertido, algo coral. No me gusta la idea del poeta como un profeta que desde su torre está observando el mundo y te dice cómo es ese mundo y tú, lector, estás allí, como debajo de la torre, esperando a que te empapen de verdad. Me parece terrible. Me gusta más la idea de que un poeta es una persona mirando la nube y las formas que va cobrando la nube. Yo veo una cosa y él ve otra, pero estamos mirando lo mismo.
En su web (www.angelonestore.com), y en redes sociales, podréis informaros de lo que hace y escribe. Y también en la red podréis enteraros de muchas cosas sobre Ángelo y leer algunas entrevistas muy interesantes que le han realizado.
Por mi parte, os dejo aquí algunos de sus poemas para que os hagáis una idea de su buen hacer poético:
Tanatorio
No es una mujer limpiando una lápida, sino una madre bañando a su hijo. (Javier Fernández)
Cuando exhibís su vestido nuevo, recién lavado, cuando habláis de su primera palabra, su primer diente, o dudáis si es mejor darle el pecho o leche en polvo
yo os cogería a todos de la mano, os llevaría en silencio al velatorio de mi cama, donde mi hija juega eternamente a hacerse la muerta. Os mostraría el color de sus ojos fingidos, su cara hinchada de sueño acumulado, los dedos arrugados, el pelo limpio, tras bañarla cada noche con esmero.
Miradme. Yo también soy un buen padre.
***
Museo
Tantos años de historia dividida en dos: las mujeres siempre abajo, partiendo el pescado con sus manos rotas, llenas de espinas, obedeciendo a los mismos jefes, dictadores, reyezuelos, hombres de corazones negros, hijos de los mismos padres, con estómagos salvajes, insaciables.
Y me da rabia imaginar a una niña que corre feliz por los pasillos de un museo. En su cuello se tensan los hilos de un lienzo ancestral sobre el que los hombres exhiben sus retratos con los colores vivos de la historia.
Y me da rabia imaginar el olor a pescado en sus manos cuando, de regreso a casa, me lavo la cara y me acuesto cómodamente en mi cama imperial.
*** De cuando me equivoqué de bar
Yo soy de esa clase de amigos que siempre pide otra ronda en los bares. No tengo hijos, soy el hijo único de una dinastía de bastardos que se llena el estómago y se autodestruye.
Mis amigos, sin embargo, son padres, de esos que buscan una excusa para volver tarde a casa, siempre me invitan a otra, nunca quieren que me vaya.
Ellos me miran y cien veces me cuentan cien veces lo difícil que es la suerte que yo. Ellos no ven las hormigas que trepan por mi pierna, no las ven. Beben tiempo con su boca de padres, tragan tiempo con su saliva de padres y yo me vuelvo cada vez más pequeño y sus hijos cada vez más grandes. Y con cuarenta, con cincuenta, volveré al mismo bar de la esquina y entonces los que hoy son niños se preguntarán por qué tantas hormigas en mi boca, por qué el amigo de sus padres se sigue creyendo joven. Con cincuenta, con sesenta, quién me llevará a casa, quién guardará mis huesos bajo las sábanas. Con sesenta, quizás, con setenta quién contestará a mis preguntas, quién me dirá lo difícil que es, la suerte que yo cuando un día me confunda y pida otra ronda frente a la sola luz de mi nevera.
***
Yo sé que existo porque tú me imaginas. (Ángel González)
Yo soy hombre porque tú me nombras. Si tuviera un cuchillo, sin embargo, partiría mi cuerpo en dos como un pescado y cogería tu mano para llevarte a los lugares más fríos y más íntimos de mi interior. ¿Te sorprendería ese corazón helado y hueco que imagina el calor de tus manos? ¿Ese cuerpo de hombre muerto, aún por construir?
***
Mi madre compró un nicho en Italia y me dijo: aquí descansaremos los dos con tu padre. Y, de repente, imagino su cráneo apoyado sobre mi cráneo, refugiados en la madera del árbol que nos vio nacer, y le sonrío. Su esperanza me roza como una caricia para que un día deje España y vuelva, la suya es una promesa de amor eterno. Pienso en mi madre, en mi padre y en mí, convertidos en polvo, una familia sin descendencia, mediterránea, unida en la muerte como nunca lo estuvo en vida.
Algún día el conserje barrerá las flores podridas, nos dejará desabrigados frente al mundo, mirará el nicho e intuirá nuestro amor en la foto familiar con fondo blanco entre tanto hueso desnudo, igual de seco, igual de blanco. Si lo pienso un nicho es la utopía perfecta: sin hombres o mujeres, todos extranjeros. Guardamos un mundo ideal dentro, en nuestros huesos, pero tan lejano. La tumba es el modelo de familia definitivo.
***
Mira, por ejemplo, la boca del niño que sorbe el néctar de una sandía y te ofrece su sonrisa mellada.
Observa el jugo que gotea sobre el cuello de su camisa blanca, cómo se estiran sus comisuras ante el sabor dulce y oculto de la fruta.
Y fíjate, entonces, que no le salpica la culpa todavía aunque note en la piel el roce húmedo y pringoso de la mancha.
Así pasa su vida sin nombrarla hasta que un día, inadvertidamente, su pubis dona una pequeña ofrenda y llega alguien que se inclina para mirarle a los ojos, que le habla de la vergüenza y de su especie, que le señala el sabor amargo de ser hombre. *** |
Poema contra mí mismo
Hoy escribo contra mis manos, contra mis brazos, que buscan siempre palabras hacia fuera y son el hambre y son la guerra y todo es silencio.
Escribo hoy desde mi clase media, desde mi cama, acomodado. Estoy pensando en mis venas, solas, ocultándose y ocultando.
Hoy no escucho la bomba alejarse, hoy la veo mientras se aleja.
Recuerdo que un tiempo usaba la palabra cuerpo como variación de territorio y allí hacía la guerra.
Ahora me toco a mí mismo, me miro a mí mismo, me toco a mí mismo, me miro a mí mismo.
He decidido tirar piedras contra mi herencia porque yo soy el enemigo y escribo mi dolor para aceptarlo.
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¿Recuerdas cuando nos sosteníamos en la palabra sin conjurarla? Es como cuando el viento dobla la rama y no la parte. ¿Recuerdas cuando dibujábamos nuestros sexos en la tierra y del tronco hacíamos una hoguera y la llamábamos lenguaje?
Ya no hablamos del árbol clavándonos las aristas ni del fuego que nos quemaba la yema de los dedos. Ahora que solo nos quedan cicatrices en la lengua, besamos estas cenizas para curarnos las heridas.
Me dices que enterremos nuestras diferencias, pero cavar un foso es asomarse siempre a un precipicio.
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La ropa que tú has usado me define más que las flores aterciopeladas de mis camisas. Cojo una de las tuyas de la boca de la lavadora, antes de encenderla, y la guardo en la penumbra del armario donde sé que jamás la encontrarás.
Rescato tu camisa del peligro de no tenerte cerca, y me introduzco en ella para estar por casa, como si la ausencia se aliviara con la misma tela que antes sostuvo tu cuerpo.
El polvo que habita la casa es en su mayoría escamas humanas, y yo quiero que la muerte me sorprenda dentro de muchos años, después de haber llenado las esquinas oscuras de nuestros muebles con tu vida. En el fondo de los armarios se acumula lo animal y lo eterno. El olor salvaje que llamamos hoy amor.
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(Al hombre que me dijo en Facebook que podía hacer las maletas tras la irrupción de la extrema derecha en el gobierno autonómico.)
Los peces blancos viven lejos de la orilla. Prefieren nadar mar adentro donde, en la oscuridad, se juntan en bancos, como muros, y donde luego mueren agolpados en fosas, el uno sobre el otro. En ese abismo toda luz es enemiga.
Los peces mestizos, sin embargo, preferimos las orillas: donde el mar acoge una lengua de tierra que no conoce y con ternura la baña y la ablanda para que alguien, tú o yo, pueda dejar caliente su huella.
Hermosas y terribles son las orillas. Un día te acogen en el dorso de su mano, otro, te dejan indefenso para que alguien te atraviese feroz el cuerpo, te sostenga en la mano, hinque su diente en un pez vivo.
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Por la mañana abandono mi sexo. Al atardecer vuelvo cuando me desnudo para entrar en la ducha. Mi madre siempre dice que tengo los hombros de mi padre. Con el vaho en el espejo el contorno es más ancho, más generoso. Dibujo una línea recta con los dedos, con la mano la deshago. En los ojos guardo la tristeza de las muñecas que jugaron a ser hijas y que mis padres acabaron regalando. El agua fría me trae a mi cuerpo, escondo el pene entre las piernas. Mamá, ¿a quién me parezco?
***
Si mi madre supiera que su hijo quiere ser madre cogería el primer vuelo para España. Encogería las piernas, se amputaría los brazos, se partiría la columna, engulliría una a una sus muelas y sus sesenta años. Se haría cada vez más pequeña, se inventaría un idioma, balbucearía de nuevo para ser mi hija.
***
Cada vez que leo la palabra violencia, en secreto enseño los dientes.
Cada vez que escucho la palabra miedo, asoma un hilo de baba desde mi boca.
Cada vez que escribo la palabra dolor, me crujo los dedos.
Cuando me dices que eres pasivo, me pongo cachondo.
Jadeo como lo bestia que soy. |
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