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R. S. DE LA TORRE
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2024-09-22
Ay, que me da la risa
No sé si pedir perdón o, por el contrario, alegrarme por ustedes, si es que están ahí. De repente veo que no sirve de nada pensar que los políticos, al menos aquí en España, puedan mejorar algo, que no sean sus bolsillos. Razón por la cual, me rindo. Lejos quedan ya los tiempos en que mis padres luchaban contra los últimos coletazos del franquismo, que, por cierto, se autoliquidó. También recuerdo cómo de repente se llenaron los colegios electorales para votar la llegada de la Democracia y la Constitución. Todo parecía que iba a cambiar, y realmente cambió, pero para peor. Ahora, casi medio siglo después, vemos a un autócrata conocido como Pinocho y a sus secuaces, cercados por sus casos de corrupción, como huyen hacia delante. Para lo cual, cambian lo que haya que cambiar, como el lenguaje. Ahora mentir es cambiar de opinión. Las leyes no permiten la convivencia en paz y libertad, sino que la vician al antojo de esos funcionarios al servicio de no se sabe bien quién, antiguamente respetados bajo sus cargos de jueces y magistrados. También nos dicen que es lo que tenemos que creer o leer, porque están para protegernos de la fachosfera, en su continuo empeño de desinformar o, como ahora le llaman, fabricar fake news. Nos roban hasta límites insoportables a través de lo que llaman impuestos, ya que los que tienen la suerte de trabajar, lo hacen para el Estado hasta el mes de julio. Pero es por ese invento llamado Estado del bienestar, que busca mejorar la educación y la sanidad. Mientras que vemos con asombro que ambos servicios públicos se están derrumbando. Ya no sirve de nada esforzarte para mejorar tus méritos a través de las calificaciones, porque los menos dotados se frustran. Por lo que, en lugar de premiar el mérito a través de becas merecidas y bien dotadas, lo que realmente se hace es igualar a la baja a todos, con lo cual se consigue no frustrar a nadie y, sobre todo, disminuir en mucho la cantidad repartida. Y qué hablar de la sanidad, que solo funciona por el esfuerzo y compromiso de sus trabajadores. Que cada vez más emigran a países donde les paguen más y mejor. Por lo que las listas de espera para la atención médica se alargan hasta niveles insostenibles. Mientras estos nuevos caciques se echan las culpas unos a otros por ese asesinato de la sanidad pública por estrangulamiento. Pero ellos bien que van a la privada, porque la pueden pagar por la vía que sea.
Y si no, finalmente siempre podrán decir eso de exprópiese.
Porque según ellos, lo que se decide en el Parlamento es la expresión de la soberanía popular, cuando eso es otro trile. Ya que, en primer lugar, esos panzas agradecidos que allí dicen votar, lo hacen obligados por ese invento de la obediencia debida al partido a través de la disciplina de partido, porque si no, se acabó el cobrar esos pingües sueldos. Olvidando, de forma interesada, de que todos y cada uno de ellos deberían votar en conciencia, con la única obligación de perseguir el interés general. Por lo que, si lo votado es ilegal, no pasa nada, porque es lo que quiere esa soberanía popular que se esconde tras el chantaje al que someten al gobierno de turno, no sea que los vayan a echar del sillón. De ahí las reformas ad hoc del código penal, los indultos, la amnistía, el perdón de la deuda, etc., a esas minorías tan traidoras, que por cierto lo que buscan no es otra cosa que exterminar la igualdad de las personas y territorios de esta nación nuestra, cuando no, con la nación misma.
Y ya estamos llegando al paroxismo del despropósito. Nuestro amado líder, a través de uno de sus largos y penosos discursos, nos vino a decir que él va a lo suyo y si lo tiene que hacer contra el poder legislativo, lo hará. Porque él es omnipotente y está por encima de todo y de todos. Y lo peor es que lo hace diciendo eso tan inmoral de más transporte público y menos Lamborghinis. Cuando no se baja del Falcon ni para ir a la compra, después de hacernos saber lo desagradecidos que somos a través de uno de sus voceros, como el ministro de Economía. Que nos comentó lo incómodo que es y el suplicio que es comer y beber lo mejor de lo mejor a bordo. O yéndose de vacaciones a palacios públicos pensados para los jefes de Estado, con todo pagado, sin pagar pulsera alguna. Cuando no a hoteles de lujo, de saber Dios qué precio y no enseña las facturas. Porque que yo sepa, todos los españolitos de a pie que pueden disfrutar de ese derecho de irse de vacaciones, lo hacen pagándolo de sus bolsillos. Y no cobrando esas dietas monstruosas que ellos se autoadministran.
Y ya el colmo de los colmos llega con el presidente electo de Venezuela; por cierto, todavía nadie ha explicado qué iba en las doscientas maletas que trajo esa persona non grata, llamada Delcy, quien tenía prohibida la entrada en territorio Schengen.
Pero todos estaban en Barajas poniéndole una alfombra a su disposición, incluso los mismos comisionistas multimillonarios que revolotean alrededor de la catedrática Begoña.
Único caso de directora de cátedra, sin ser siquiera licenciada. Como decía, con Edmundo González Urrutia aquí como refugiado político, siguen diciéndonos que tal cosa no es fruto de negociación alguna. Y por supuesto, como pago de algún favor tampoco, que lo han hecho por humanidad, como un favor. Pero un favor a quién, si no se cansan de decir que lo que allí hay no es una dictadura, que lo es. Y que los muertos y encarcelados por la represión, por no mencionar los más de siete millones de venezolanos que han tenido que huir, son un invento de la fachosfera. Razón por la cual, ayer en el Congreso, Cristina Narbona, en el colmo de la inmoralidad, defendió que votar el reconocimiento de que efectivamente el señor González Urrutia es el presidente electo, era engañar a los venezolanos, porque supone crearles falsas expectativas de cambio. Y se queda tan pancha, como se nota que ella nunca luchó contra el franquismo. Que como el resto de trileros y traidores cobardes, que se han apuntado a ese carro de antifranquistas de salón, después de asegurarse de que lleva muerto desde 1975.
Pues a los que piensen como todos estos, en mi nombre digo que no es así. Si no que hay que hacerlo, no por ayudar a ese señor y a su pueblo, que también. Si no, por la supervivencia de algo que ya casi no recordamos, porque estas agendas criminales al servicio no se sabe muy bien de quién, nos imponen a los ciudadanos de a pie al precio que sea. Y qué es ese algo, me preguntarán ustedes. La libertad, de ser y sentirnos libres, aunque seamos pobres. Porque lo de la igualdad, hace tiempo que me da la risa.
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