JUAN CANO PEREIRA 

"no replico ante el exabrupto iracundo del zote

2025-06-15

Un bien mandao

He mamado desde la cuna lo de ser «un bien mandao». Una especie de tara educacional, una herencia de la que siempre ando abominando, pero a la cual nunca termino de renunciar. Y, aunque no paro de repetirme que, si soy el problema, también soy la solución, siempre termino dejando para otro día la amputación de ese tumor. Sí, tumor, y lo califico así, porque ese obedecer de buen grado a lo que se espera de alguien dentro de la norma y el decoro, cumpliendo lo ordenado por unas pautas sociales aprendidas y aprehendidas es un bulto sospechoso de pautas que se multiplica anormalmente en nuestro pensamiento, las cuales urge extirpar de una vez por todas.

 

Me explico: como buen «bien mandao» que soy, no replico ante el exabrupto iracundo del zote, en la convicción de que su estulticia, su majadería terminará hundiéndolo en el limbo de los necios por el propio peso de su dislate. Es más, había optado por pasar desapercibido, ya que —está demostrado científicamente— estos especímenes tienen por costumbre cagarse literalmente en todo lo que su seso no le alcanza a comprender. Por ello, he intentado últimamente «no ponerme estupendo» a lo Max Estrella en Luces de Bohemia de Valle Inclán, y platicar en la jerga tabernaria esa que se lleva ahora por estos mentideros de la Villa y Corte. 

 

Pero ese es precisamente el mayor error que puedo cometer: ir a zafarme en su terreno y con sus armas. Renegar de ser persona instruida y, para colmo, leída, y dejarme llevar por la perversidad de su pobre dialéctica, cuando simplemente por el propio hedor de la pocilga de sus pensamientos puedo quedar noqueado nada más abrir la boca.

 

Sé que no me va a quedar más remedio que bajar al lodazal y mancharme. Es la única manera que se me ocurre para frenar este sinsentido. Callar en la creencia de que ignorarlos hará desaparecer su inmundicia y su pestilencia, no provoca sino el efecto contrario: les da alas y los envalentona sobremanera. Ahora bien, mis armas, frente a sus gritos de energúmenos, sus puños y sus zancadillas, siempre estarán cargadas de palabras, que no de balas de fogueo y preciosistas pirotecnias, porque, como Gabriel Celaya escribió y cantaba Paco Ibáñez en una de mis cintas de casete más antiguas y preciadas, «maldigo la poesía concebida como un lujo cultural por los neutrales que, lavándose las manos, se desentienden y evaden. Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse. Hago mías las faltas. Siento en mí a cuantos sufren y canto respirando. Canto, y canto, y cantando más allá de mis penas personales, me ensancho».


 

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