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JUAN CANO PEREIRA
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2024-11-17
Silencio
Qué difícil me está resultando encontrar una canción —una rola, que dicen en Méjico; no confundir con la acepción coloquial colombiana de mujer bogotana— que me aísle del barro, tanto en sentido literal como metafórico. De este ruido, además, ya me conozco el soniquete y, aunque le cambien un par de notas o le varíen el compás, pertenece a la misma horrible sinfonía. Todo el mundo hablando a la vez, alzando cada vez más la voz en un tono tan estridente, que lo que termina trascendiendo es un ensordecedor silencio; esa terrible y cruel sonoridad del silencio.
Y lo peor de todo, darse cuenta tras la bronca de que han estado haciendo el panoli por no bajarse del burro, oye. Nadie reconoce sus errores, y si lo hace, culpa de su incompetencia, a no sé qué complot urdido contra «el pueblo», para, acto seguido, continuar arengando a su parroquia en contra del otro: aproximadamente la mitad de ese pueblo del que se llenan la boca hablando contra la otra mitad.
Alguien me lo dijo alguna vez, que callar a tiempo es más beneficioso.
Además, ¿enzarzarse con un troglodita… de verdad…? Yo debí aprender la lección hace muchos años con aquel energúmeno que no encontraba argumentos para rebatir mi discurso y, de impotencia, terminó estampándome contra una ventana del internado. Pero nones, parece ser que he olvidado cómo invocar aquella templanza que me gastaba —¡oh, maravilla!— a los catorce. Entonces, ese tipo al que no se le ocurrió otra contrarréplica más contundente que la de sus puños contra mi cara, lo que el pobre diablo no esperaba, es que este iluso e insensato idealista no se desdijera ni un ápice de sus postulados.
Con el tiempo, a pesar de que las ideas se hayan consolidado con argumentos más sólidos y contrastados, al otro lado de las cosas, la estulticia se ha multiplicado de manera exponencial. Intentar seguir por esa vereda que nos marca el GPS de nuestras convicciones es cada vez más cansado, porque ese barro, tanto literal como metafórico, hace ahora mi caminar muy torpe y pesado, y eso me desespera hasta hacerme perder los papeles. Además, tampoco encuentro entre mis cintas una canción que enmascare siquiera ese ruido sucio e inmundo.
Ni mucho menos alcanzo a otear en el horizonte un himno nuevo, una inspiradora sinfonía que me zarandee este muermo que se me instaló en el alma.
Pero, a pesar de todo, aquí sigo —¡qué le vamos a hacer!— con la mirada perdida allá, donde el sol brilla a través de la lluvia, donde el clima se templa en mi cuerpo, dándole la espalda a las voces, porque la lucha por las ideas está mucho más allá de lo que tenemos justo delante de las narices; solo hay que levantar la vista y mirar al horizonte para darse cuenta de todo. Incluso, una pequeña cicatriz de mi mano izquierda aún me lo recuerda: ese debe ser el color de la esperanza, la señal luminosa que me guíe. Ya surgirá de nuevo en algún momento la música que acompañe a todo esto.
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