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JUAN CANO PEREIRA
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2025-02-23
Música para valientes
No concibo la vida sin una banda sonora que, si no la explique, al menos la acompañe y la arrope, hasta que la llene de sentido y la haga soportable. Porque la música es un arma arrojadiza contra el ruido del mundo, un ariete golpeando las puertas y ventanas de la oscura morada donde la humanidad rumia sus despropósitos, una espada láser con la que rasgar la sucia telaraña que rodea todo, un haz de luz que deslumbra a este hombre siniestro, hasta que se avergüenza de sus negros pensamientos. Y no, no es magia, aunque lo parezca. Está entre nosotros desde antes que camináramos erguidos. La hacemos, la escuchamos, la analizamos y la estudiamos desde entonces. Hemos escrito miles de tratados acerca de sus reglas, de su funcionamiento. La hemos explicado y enseñado como una rama avanzada de las matemáticas, con su lógica, su métrica, sus sostenidos y sus bemoles, y su círculo de quintas. Pero, al final, siempre surge otra canción que nos sorprende con su excepción a la lógica y a la matemática; que nos sorprende con la magia de la música.
Cada canción es una bala encajada en el tambor de la sinfonola del alma, siempre dispuesta para ser disparada en su preciso y oportuno momento.
Así, de darle al «play» en este instante, la canción que saldría por mi cañón de las insatisfacciones probablemente pertenezca al último disco de León Benavente, esos «indies» barbudos de pelo canoso que —para apostillar mis argumentos— debutaron con todo un himno a la crisis en pleno 2012. Una canción que apelaba a la valentía de quienes, en su tiempo, escalamos las montañas y recorrimos los caminos de esta España con paciencia, porque, entre otras muchas cosas, aprendimos a manejarnos con la épica de la resistencia en plenos ochenta. De ahí que nos sigamos manejando en un idioma casi extinguido y, eso sí, siempre con el cuchillo entre los dientes.
No obstante, cuando Abraham Boba, Eduardo Baos, Luis Rodríguez y César Verdú formaron el grupo, eran ya unos cuarentones que venían de patearse esos caminos y montañas de Dios en largas e interminables giras como músicos acompañantes de Nacho Vegas. De ahí que su «Ánimo, valiente» se haya hecho intemporal e imprescindible para toda una generación de maduros e insatisfechos hoy, a quienes no se nos caen los anillos, danzando a ritmo de electrónica el «Baile existencial» de su Nueva sinfonía sobre el caos, mientras le pedimos al genio de la lámpara que se termine la violencia y que haya un menos de ignorancia; cosas tan improbables en este momento, como que Elvis nos deleite desde el cielo con un poquito del «Bep-Bop-A-Lula».
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