JUAN CANO PEREIRA 

"Nos hemos mirado entonces los unos a los otros buscando el motivo de su insulto, aunque pronto sus palabras nos han sacado de duda.

2024-12-15

 

En el inframundo

 

La edad, siempre que la salud te respete medianamente, tiene esas cosas. De ahí que me sonría mientras veo llegar hasta esta cripta de los vampiros los ataúdes de aquellos que ayer me miraban por encima del hombro con esa estúpida condescendencia perdonavidas que todos hemos sufrido en carne propia a los veinte años. 

Aquí en el inframundo, ya se sabe que «la vida» empieza con las campanadas de medianoche; ese momento en el que abandonamos el silencio y el olvido de la tumba en busca del hálito de un incauto que llevarnos a la boca, justo antes de que el amanecer nos atrape en su telaraña eléctrica y nos convierta en cenizas.  

Esta noche, el nuevo de los «nosferatus» es un tal Dani Martin, ese cantante que otrora vestía camisa de fuerza y zapatillas y al que recientemente, justo antes de descender a los infiernos, y tras hacer dieta (vaya que no cupiese en las angosturas del féretro) acusaron de viejo (47 años) y baboso por dedicarle una canción a la actriz española que durante este preciso cuarto de hora es el sueño húmedo de los adolescentes —ellos y ellas— de medio mundo, y cuyo nombre no recuerdo ahora. En fin, cosas de la edad. 

—¡Iros a tomar por culo! —ha gritado, aún sin incorporarse, nada más empujar la tapa de su ataúd.

Nos hemos mirado entonces los unos a los otros buscando el motivo de su insulto, aunque pronto sus palabras nos han sacado de duda. 

—¡Vais de que ahora sois los que hacéis música popular! 

Habría que recordarle al señor Martín lo que opinaban hace tres cuartos de hora sobre su voz lijosa y ratuna los vampiros más viejos del lugar. Tal vez sea el golpe tras la caída o, incluso, las propias oscuridades que pueblan el hoyo del báratro las causantes de esa amnesia repentina que impide a algunos asociar su juventud con el molde de arrogancia —un ictus más que una mueca— que la juventud les dejó instalado en la comisura de los labios. 

Mientras todo esto ocurría, tres lápidas más adelante, Santi Balmes, el gran telépata catalán —otro fan de John Boy— se atusaba la barba.

Al instante, y pensando aún en la amargura que desprendía la frase de Dani Martín —un canto de cisne, de cisne loco, tal vez— habló «el lesbiano» con voz amplificada de truenos: «la vida misma es derroche.

No me queda más por ver: he visto a negros apoyando al racismo; he visto a Verlaine tirándose a Rimbaud en el París del simbolismo…» 

Tanto el vampiro Martín como el iniciado Balmes han tapado con aplausos el chirrido de los goznes quejumbrosos y oxidados de sus carencias. Y por mucho que ahora celebren haberse bebido la linfa de la noche, siempre les quedaré en el debe la luz de la mañana.


 

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