FLORI TAPIA 

"La tendencia es sacar todo de quicio.

2025-02-09

No me toques los chakras

 

Ya no se puede llamar a las cosas por su nombre sin que nadie se sienta ofendido. Y quizá la mayor ofensa sea precisamente habernos hecho cargo de una censura exponencial, de tentáculos suficientemente largos como para reducirnos a una forma de expresión mutilada. Pareciera que a veces confundiéramos el sustantivo con el adjetivo y se interpreta una calificación donde solo estamos definiendo.

La tendencia es sacar todo de quicio.

Pero me pregunto hacia dónde vamos cuando la libertad de expresión está siendo vigilada por tantas lupas como ojos.

A medida que voy escribiendo este artículo he decidido dar un giro al mismo, más por lo complicado que resulta el asunto que por lo aburrido que puede llegar a ser tener que explicar, justificar y a veces incluso desmentir la intencionalidad de quien se expresa. No me estoy refiriendo al asunto de la diseñadora aristócrata, que bien podría valer como ejemplo, sino a ese lastre que arrastramos quienes hacemos uso de la palabra de manera más o menos pública, a menudo funambulistas sobre la cuerda ante la difícil tarea de mantener el equilibrio entre el debe y el haber en el saldo final de la libertad de expresión y la creatividad.

El giro me lleva a Mercurio, ese planeta cabrón que me trae de cabeza, y al que, sin embargo, amo. Tiene su explicación: antes de conocer las causas —pero sobre todo los efectos— de su retrogradación, me fustigaba sin piedad por todo lo que sucedía de puertas para adentro de mi casa y a veces también hasta de puertas para afuera. Pero desde que empezamos a tutearnos (Mercurio y yo) resulta todo más fácil. Porque ya no me echo la culpa de que se me hayan quemado las lentejas, de haber discutido con alguien o de que me esté mojando el vecino de arriba. ¡Es Mercurio en retrógrado, el que propicia todos esos desatinos! Resulta muy liberador que un planeta se coma el muerto y que lo trasmute y lo excrete en forma de energía. Aquí cada cual se crea sus dioses, y desde luego para mí es un diosazo: 75 millones de kilómetros cuadrados mide el bicharraco, no me digas tú que no tiene capacidad para absorber mi sentimiento de culpa, el tuyo y el de Anabel Pantoja si se diera el caso.

Los puristas cósmicos, por llamarlos de algún modo, pondrían el grito en el cielo escuchando mis teorías galácticas, pero ahí está mi Mercury para tragarse la mala vibración y devolvérmela en forma de aprendizaje. Sí, esto es muy fuerte, lo sé.

Se puede ser espiritual y pintarse los labios de rojo puta. Pero existe la creencia generalizada de que quienes sentimos que somos algo más que un cuerpo físico nos pasamos el día sentados en una roca alternando mudras confiando en que cualquier momento se hará la magia de la levitación y recorreremos el mundo en modo Aladdín, sentados sobre una alfombra persa, ajenos a la realidad del mundo de los que duermen.  Yo me pego mis viajes, pero no necesito ni alfombra ni pasaporte, solo cerrar los ojos y escuchar el silencio con atención. Y sobre todo con intención.

Vivo esto de la espiritualidad como una necesidad de dar espacio a lo intangible, al sentir, a lo inefable, y lo hago sin intentar convencer a nadie más que a mí. Sin reglas, sin gurús, sin catecismos, sin creer en la existencia del cielo y el infierno como si fueran el airbnb del bien y el mal, consciente del grado de inconsciencia que vamos adquiriendo con el paso del tiempo, y a la vez curiosa por conocerme y reconocerme como una semilla de un dios sin nombre que no pide nada a cambio.

Puede parecer un chollazo esto de la espiritualidad a la carta, porque suelto lo que no me interesa y hago mío aquello con lo que resueno, pero no te vayas a pensar que es tan fácil.

A veces creo que ese dios, diosa, mejor dicho, soy yo, no sé si me explico: es como si una parte de mí fuera el original y otra la copia.  A ver si lo entiendes mejor así: siento que soy lo que soy, pero me veo en versión AliExpress y me paso la vida buscando mi versión original, desaprendiendo lo aprendido, quitándome las capas con las que nos va cubriendo un sistema de creencias que no hemos elegido, las memorias dolorosas que nos han ido incapacitando, y el poso de todo aquello que no somos por mucho que lo hayamos integrado. Y lo hago sin prisa, pero sin pausa, sin cabras alrededor, sin estar sentada en la piedra de un monte perdido en el Himalaya, sin ritual de ayahuasca, ni honguitos, vamos que soy una espiritual muy de andar por casa, que medita mientras cocina o pinta, que procura vibrar alto valiéndose de cosas muy simples, que hace la compra, que se cabrea, que se equivoca, que se cae y se levanta, que lo mismo ve La Isla de las Tentaciones que se estudia un tratado de geometría sagrada o de cuántica. Y me tomo la vida con amor y con humor, porque no la entiendo de otra manera.  Respeto lo respetable, entiendo que cada cual tiene su forma de vivir, de sentir y de expresarse, con más o menos ataduras, eso no quita —y aquí es donde está el meollo— que lo queramos o no, también seamos materiales, físicos, humanos, y es imposible una disociación entre una parte y otra. De modo que, si piensas, sientes y vibras de otra manera, solo te pido, que sonrías cuando me ves…  y que no me toques los chakras, que me conozco.


 

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