ENRICO TOMASELLI

" Baste pensar en la Ostpolitik alemana o en el posicionamiento italiano sobre la cuestión de Oriente Próximo en los años setenta.

2025-02-09

Europa, vasija de barro

Enrico Tomaselli

2 de Febrero de 2025

https://giubberossenews.it/2025/02/02/europa-vaso-di-coccio/

            Tradicionalmente, se tiende a pensar que los países europeos -y en particular Italia y Alemania- se ven obligados a desempeñar un papel subordinado frente a Estados Unidos, no sólo en virtud del papel de superpotencia de este último país, sino también porque ello formaría parte del legado de la derrota sufrida en la Segunda Guerra Mundial. En realidad, esta tesis queda desmentida no sólo por el hecho de que hay países igualmente subordinados, aunque no adscribibles a las filas de los miembros del Eje, sino también por el hecho de que -precisamente en los países que perdieron la guerra- había personas como Brandt o Moro que, a pesar de su lealtad absoluta al Atlántico, eran capaces de una autonomía (aunque parcial) que garantizaba también los intereses nacionales, y no sólo los imperiales.

            Baste pensar en la Ostpolitik alemana o en el posicionamiento italiano sobre la cuestión de Oriente Próximo en los años setenta.

            Pero lo cierto es que, sobre todo tras el nacimiento de la Unión Europea, cada vez más centralizada y a-democrática, ha ido surgiendo una generación de dirigentes de la posguerra fría muy atentos a satisfacer las expectativas de las distintas administraciones estadounidenses y que -en la creencia de poder dedicarse así en exclusiva a cuidar del famoso "jardín"- han delegado por completo su defensa en Washington, hasta el punto de perder completamente de vista que los intereses nacionales no siempre, ni necesariamente, coinciden con los de la potencia hegemónica.

            Esto se ha hecho particularmente evidente (y estricto) en las dos últimas décadas, cuando la soldadura entre neoconservadores y demócratas estadounidenses ha puesto a EEUU en rumbo de colisión con Rusia, y en consecuencia ha hecho necesario un mayor control estadounidense sobre Europa, identificada como el principal campo de batalla por la hegemonía global.

            Esta subalternidad, profundamente interiorizada por las clases dirigentes europeas, ha alcanzado en la última década niveles de completa autoderrota, culminando en la aceptación tácita de un papel de sacrificio en el enfrentamiento entre Washington y Moscú, coronado por el silencio sepulcral con el que se registró la destrucción de los gasoductos North Stream.

            Con este telón de fondo psicopolítico, las élites europeas se han aventurado no sólo a apoyar a Ucrania, sino a adoptar acríticamente una ideología rusófoba sin precedentes (e infundada), hasta el punto de que en esto se han vuelto más realistas que el rey. De hecho, no sólo la ayuda global de la UE y de los distintos países europeos supera a la de Estados Unidos, no sólo la adhesión entusiasta a las ruines sanciones nos ha perjudicado previsiblemente mucho más que a los rusos, sino que la idea de la inevitabilidad de la confrontación con Moscú se ha arraigado profundamente en las cancillerías europeas, a diferencia de Estados Unidos, donde siempre ha estado claro que se trataba de una elección, y como tal reversible.

            A la luz de esa implicación, que luego se convirtió inevitablemente en política (en el sentido de que la supervivencia política de esas élites está ahora vinculada al resultado de la guerra), se puede entender el desconcierto que se ha apoderado de los dirigentes europeos desde la llegada de Trump a la presidencia, pues Estados Unidos no solo ha iniciado un giro de 180 grados con respecto al conflicto ucraniano, sino que incluso ha empezado a tratarlos con hostilidad[1].

            Desde la exigencia de aumentar la contribución a la OTAN hasta el 5% del PIB (una desproporción insostenible) hasta la exigencia de comprar Groenlandia, desde la negativa a considerar a la UE como interlocutor hasta la idea de que Europa debe asumir los costes de la reconstrucción de Ucrania, el nuevo rumbo trumpiano está arrasando los países europeos como un tsunami. Pero lo que es más importante, les priva inesperadamente del paraguas defensivo en el que se ha basado la arquitectura europea de los últimos 80 años.

            Este cambio radical en las relaciones interatlánticas (tanto de fondo como formales), cuyo alcance quizá aún no se comprenda del todo en el viejo continente, supone obviamente un importante desafío para los países europeos, para los que se avecina no sólo un papel subordinado más pronunciado, sino además una condición de mayor debilidad estratégica (política, económica y militar). Sin embargo, a pesar de tal cambio de paradigma, los dirigentes europeos persisten en el camino que emprendieron cuando era diferente, acentuando incluso sus aspectos más deletéreos. Esto es especialmente evidente en lo que respecta a las relaciones con Rusia y, por tanto, con la guerra que asola desde hace tres años el flanco oriental del continente.

            La respuesta a esta crisis es doblemente suicida. Por un lado, los europeos persisten obstinadamente en una política rusófoba autodestructiva y, por otro, van aún más lejos, intentando sustituir el paraguas estadounidense por una defensa autárquica (por así decirlo), por otra parte totalmente impracticable en el plazo y la forma imaginados.

            Si a Occidente, en su conjunto, se le puede achacar absolutamente una falta de evaluación del enemigo -y, lo que es peor, una sobreevaluación de sí mismo-, en el caso de los países europeos esto alcanza niveles hiperbólicos. Con unas economías en caída libre (gracias al efecto autocastrante de las sanciones), una industria de defensa totalmente inadecuada (tanto en términos de capacidad de producción como de excesiva diversificación de los sistemas de armas), y unos arsenales prácticamente vaciados para sostener el agujero negro ucraniano, las cúpulas europeas se lanzan a una aventurada carrera armamentística, con la perspectiva de llegar al choque (considerado inevitable) con la poderosa maquinaria bélica rusa, ¡en el corto espacio de tres o cuatro años!

            No sólo eso, presa de la más absoluta inconsciencia de su propia marginalidad, por no decir insignificancia geopolítica, el Estado profundo europeo discute el posible despliegue de sus tropas en Ucrania, en caso de un (improbable) alto el fuego.

            De hecho, de alguna manera se imagina a sí misma como protagonista de la posguerra, alejándose por completo de la realidad actual. Es decir, que la posible participación de los países europeos en una también posible conferencia de paz se debería exclusivamente a la voluntad de los Estados Unidos, que se beneficiarían de la representación de una pax americana celebrada por una multitud de países. Participación que en cualquier caso nos vería en el papel de figurantes, sin ningún poder de decisión, así como obviamente en el de pagadores (reconstrucción).

            Pero, sobre todo, ignorando la posición rusa, de absoluto desprecio hacia los dirigentes europeos, considerados serviles y poco de fiar, y que en cualquier caso rechaza abiertamente cualquier derecho por su parte a participar en cualquier mesa de negociación (si el amo se sienta en ella, ¿para qué se sientan también los lacayos?). Por no mencionar el hecho de que, por supuesto, Rusia nunca aceptaría el despliegue, en ninguna de sus formas, de ejércitos europeos (OTAN) en territorio ucraniano, y que sin esa disposición la cuestión ni siquiera se plantea.

            En un artículo anterior[2], examiné los riesgos muy reales que esta postura beligerante de los países europeos, aunque muy vaga, podría entrañar en un futuro próximo. Y en este punto es interesante no sólo tratar de interpretar la orientación rusa hacia Europa, sino también intentar comprenderla.

            Por ejemplo, un reciente artículo[3] del profesor Sergei Karaganov, entre otros presidente honorario del Consejo Ruso para la Política Exterior y de Defensa, ha recibido cierta atención en Occidente. En él se esboza lo que Karaganov (y otros que están trabajando con él en "un estudio a gran escala y un análisis de la situación destinado a desarrollar recomendaciones sobre la política rusa hacia Occidente") cree que debería ser la postura de Rusia hacia los países europeos. El artículo, titulado significativamente "Rompiendo la espalda de Europa: ¿cuál debería ser la política de Rusia hacia Occidente?", sostiene básicamente la tesis de que para las élites europeas "el uso de Rusia como hombre del saco, y ahora como enemigo real, que se ha prolongado durante más de una década, es la principal herramienta para legitimar su proyecto y mantener el poder"; también argumenta que el "parasitismo estratégico", es decir, la ausencia de miedo a la guerra, es mucho más fuerte en Europa que en Estados Unidos. "Los europeos no sólo no quieren, sino que ya no pueden pensar en lo que podría significar para ellos". Karaganov señala a continuación que "las élites europeas no sólo están preparando claramente a sus poblaciones y países para la guerra. También nombran fechas aproximadas en las que podrían estar listas para desencadenarla" (2028-2029, ed.). Por lo tanto, dice, hay que transmitir claramente el mensaje de que "por cada soldado ruso muerto, morirán mil europeos si no dejan de complacer a sus gobernantes que están declarando la guerra a Rusia". Y, por supuesto, subraya que "cualquier guerra entre Rusia y la OTAN/UE adquirirá inevitablemente un carácter nuclear".

            Aunque Karaganov es extremadamente duro y claro, sobre todo con los europeos, no es el único que comprende la amplitud y la dureza del enfrentamiento con Occidente. Desde este punto de vista, lo que escribe el profesor Andrey Ilnitsky, también miembro del Consejo de Política Exterior y de Defensa[4], no es para menos. De hecho, su tesis es que "la idea de infligir 'derrotas estratégicas' a Rusia" no ha desaparecido con el advenimiento de la presidencia de Trump, y que de hecho "Estados Unidos y sus aliados no están retrocediendo silenciosamente. Al contrario, están intensificando la guerra híbrida". Ilnitsky se muestra muy escéptico sobre las posibilidades reales de que la nueva administración estadounidense logre la paz, no sólo porque la distancia entre los intereses de ambas partes es muy grande, sino también porque las fuerzas que están detrás de la victoria de Trump "prosperan en el conflicto perpetuo, donde la guerra se reenvasa como 'paz a través de la fuerza'". Y "el objetivo sigue siendo el mismo: imponer un orden mundial dictado por Washington".

            Rusia está decidida a oponerse firmemente a este objetivo, y como advierte que el objetivo hegemónico norteamericano implica necesariamente la destrucción de Rusia (de su unidad estatal y de su peculiar identidad), está igualmente decidida a llegar hasta las últimas consecuencias para defenderse. E, inevitablemente, ya sea por razones geográficas o temporales, la escalada de estas tensiones prebélicas no hace sino acercar (en todos los sentidos) la amenaza de un conflicto europeo de proporciones mucho mayores, en el que obviamente serán los países europeos los que pagarán un precio enorme (Ucrania docet).

            Desgraciadamente, las infinitamente mediocres élites europeas, totalmente incapaces de comprender el peligro real de la situación, especialmente del papel de vasija de barro en el que se encuentra el viejo continente, en lugar de buscar una salida en lo que antaño se habría llamado no alineamiento, se empeñan en cambio obstinadamente en echar más leña al fuego que nadie, tanto en el este como en el oeste. Con el riesgo real de que la vasija se haga añicos, con nosotros dentro.

 

Notas

1 - Como señala Politico ("Musk alimenta los temores de la extrema derecha en Alemania", Nicholas Vinocur, Politico, en https://www.politico.eu/newsletter/brussels-playbook/musk-fuels-far-right-fears-in-germany/), la administración Trump no está interesada en comunicarse con la UE, está congelando las relaciones con la Comisión Europea y establecerá contactos directos con los países de la UE. La revista señaló que Trump no invitó ni a von der Layern ni a un solo alto funcionario de la UE a la ceremonia de investidura. Tampoco recibió respuesta la carta que Kallas envió al nuevo secretario de Estado estadounidense, Mark Rubio, con una invitación para asistir a la reunión de ministros de Asuntos Exteriores de la UE.

2 - Véase "La profecía de la guerra", TargetMetis (https://targetmetis.wordpress.com/2025/01/22/la-profezia-della-guerra/)

3 - Véase "Сломать хребет Европе: какой должна быть политика России в отношении Запада", Sergej Karaganov, Perfil (https://profile.ru/abroad/slomat-hrebet-evrope-kakoj-dolzhna-byt-politika-rossii-v-otnoshenii-zapada-1651213/).

4 - Véase "El segundo acto de Trump: lo que significa para Rusia y el orden mundial", Andrey Ilnitsky, Swentr.site (https://swentr.site/news/611432-trumps-second-act-russian-world-order/).


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