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ENRICO TOMASELLI
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2025-03-09
Europa, que detesta a Trump, se está preparando para hacer exactamente lo que Estados Unidos quiere, convencida, sin embargo, de que es rencorosa con el presidente estadounidense. Tratar de entender cuál es el meollo de toda esta cuestión, porque Europa ya no sabe cómo moverse en el mundo.
Enrico Tomaselli
4 de marzo de 2025
https://giubberossenews.it/2025/03/04/il-nodo/
Hay algo paradójico en este clamor de los dirigentes europeos —casi en su totalidad— contra la administración Trump, que, entre otras cosas, confirma cómo están compuestos en gran medida por incompetentes, afectados por un infantilismo político aterrador, sólo igual a su arrogancia.
Y la paradoja está en el hecho de que, creyendo que son rencorosos con Trump, se están preparando para hacer exactamente lo que Trump les pide, es decir, hacerse cargo ellos mismos de la defensa europea, ya que Estados Unidos ya no considera este teatro tan relevante y quiere dirigir sus recursos militares a otra parte. Además, para aquellos que no estaban cegados por su incapacidad cognitiva, estaba claro desde hacía algún tiempo que ésta era la dirección hacia la que Estados Unidos ya se estaba moviendo cuando Biden todavía estaba en la Casa Blanca. Esto es algo que se ha subrayado varias veces al escribir sobre el conflicto ucraniano. Lo que deja claro que no se trata de un capricho del nuevo presidente, sino de una evolución estratégica estadounidense a la que Trump ha aportado, en todo caso, sólo su estilo rudo y brusco.
Lo que durante mucho tiempo se les ha escapado a los líderes europeos —y evidentemente se les sigue escapando— es que la crisis nacional e imperial de Estados Unidos es profunda y significativa y que, por lo tanto, de una forma u otra, requiere medidas extraordinarias para abordarla. Por lo tanto, en el fondo no sorprende que la postura estadounidense haya cambiado: son tiempos difíciles, en los que ya no hay lugar para los formalismos (evidentemente considerados una pérdida de tiempo) y, en cambio, el equilibrio de poder está pasando brutalmente a primer plano. Lo que Trump está haciendo es quitarle el guante de terciopelo a Estados Unidos y agitar dramáticamente su puño de hierro. Pero que dentro del primero existiera el segundo, sólo los tontos podrían ignorarlo.
Tenemos así una plétora de líderes y lídercillos que —frente a una administración estadounidense que nos dice que nos ocupemos solos de la defensa del continente— corren de aquí para allá en confusión, coincidiendo sólo en el hecho de que… ¡Europa debe defenderse! Convencidos, sin embargo, de que al hacerlo fastidiarán al insoportable ocupante de la Casa Blanca. De hecho, toda la pompa sobre la defensa de Ucrania "hasta el final" al final se reduce a la nada. Incluso personas incompetentes como ellos son conscientes de que Europa no tiene actualmente ninguna posibilidad seria de intervenir a favor de Kiev, de alguna manera y/o en una medida siquiera vagamente significativa.
Sin embargo, lo que —me parece— nadie ha señalado y que, en mi opinión, es el verdadero meollo de toda la cuestión, está en otra parte. Y radica en el hecho de que hay una diferencia muy profunda entre Europa y Estados Unidos, que está detrás de todas las diferencias políticas, económicas, sociales y militares bien conocidas. Estados Unidos, de hecho, siempre ha actuado en función de su propio interés nacional, incluso cuando lo ha revestido de nobles ideales válidos erga omnes, mientras que los países europeos —al menos desde 1945, cuando decidieron aceptar el papel de vasallos— han perdido esta ambición y esta capacidad. Y, si las primeras clases dominantes de la posguerra tenían al menos la memoria de lo que significaba la defensa del interés nacional (y cuando fue posible intentaron afirmarla, incluso dentro del contexto del vasallaje), la progresiva decadencia de las posteriores, no sólo desde un punto de vista político, sino literalmente cognitivo, produjo la más absoluta incapacidad siquiera para concebirlo. Por eso, entre otras cosas, toda esta agitación suya parece a la vez triste y ridícula.
El punto de inflexión definitivo, desde cierto punto de vista, se produjo cuando —con la caída de la URSS— la división ideológica también colapsó y la “izquierda” se alistó en el campo neoliberal (la tercera vía de Clinton y Blair). Si bien Estados Unidos siempre ha sido pragmático, la Europa del siglo XX era muy ideológica; pero, cuando la comparación en estos términos desapareció, el sistema cultural en el que se basaba no desapareció y las sociedades europeas de la posguerra fría se caracterizaron por una postura internacional en la que el complejo de superioridad histórica (forjado durante cinco siglos de colonialismo) alcanzó una nueva dimensión, en la que el lugar de las ideologías fue asumido por los valores. La exportación de la democracia, las guerras humanitarias, que para Washington siempre han sido meras cortinas de humo para ocultar pálidamente sus propios intereses, para los europeos se han convertido, en cambio, en manifestaciones de una noble misión de valores, en la que —una vez más— les correspondía traer la civilización al mundo (esta vez precisamente en forma de democracia parlamentaria, libre mercado, etc.). En esencia, los europeos, en las últimas décadas, realmente han creído los cuentos de la propaganda estadounidense, de modo que mientras Estados Unidos tenía sus propias estrategias geopolíticas y las aplicaba en función de sus propios intereses, aquí estábamos convencidos de que éramos los defensores-portadores de los valores universales, que nuestros intereses estaban automáticamente garantizados por esto y que, en cualquier caso, los valores deberían prevalecer sobre los intereses.
Esto es exactamente lo que explica cómo fue posible que los países europeos, con un giro instantáneo de 180°, se hayan pasado de la noche a la mañana a defender un régimen corrupto, antidemocrático y pronazi, arremetiendo ferozmente contra lo que hasta el día anterior se consideraba un vecino útil, y además con un fervor muy superior al de Estados Unidos. Esto es lo que explica por qué lo han sacrificado todo (aceptando en silencio la destrucción de una arteria energética vital para su economía, enviando más ayuda global que la que envió Estados Unidos y vaciando completamente sus arsenales), y por qué hoy ni siquiera pueden concebir la posibilidad de retirarse de esta batalla por los valores democráticos, incluso si no están en absoluto en juego en el conflicto e incluso a costa de negarlos en casa.
Éste es el meollo de todo el asunto. Europa ha perdido todo conocimiento de lo que significa reconocer y defender sus propios intereses y lo ha sustituido por una misión ilusoria de defensa de un sistema de valores considerado universal, pero al mismo tiempo de indiscutible origen occidental. Y es por eso que odian a Trump: porque ha rasgado el velo de la hipocresía, socavando toda la arquitectura imaginativa en la que se basaba la ilusión de vivir en el democrático Jardín del Edén.
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