17-07-2022

Parece que fue ayer, pero no. Queda ya muy lejano, es más hablamos del siglo pasado, pero pese a ello las imágenes de esos días se suceden en nuestra meten como si nuestra retina las estuviese captando por primera vez en estos momentos. Hay hechos que marcan de tal forma que cuando los recuerdas, sabes perfectamente que estabas haciendo o donde estabas o con quien estabas cuando esos hitos históricos ocurrían. El secuestro y posterior asesinato de Miguel Ángel Blanco es uno de eso momentos que no se olvidan por mucho que pasen los años.

Quienes ya peinamos algunas canas recordamos perfectamente donde estábamos ese 10 de julio de 1997. Recordamos esas vigilias de oración, esas concentraciones en las plazas de los pueblos, esas velas encendidas pidiendo que la amenaza no se materializase. Todos teníamos la esperanza de que cuando los terroristas viesen a un pueblo unido, a un pueblo exigiendo libertad para Miguel Ángel, cuando escuchasen a sus propios convecinos vascos pidiéndoles que no cumpliesen su amenaza…cambiarían al menos de estrategia final, pero que poco conocíamos a esos cobardes. Y aún hoy, algunos, parece que siguen sin conocerles.

Habían fallado. Habían tenido secuestrado 532 días a Ortega Lara y la gran labor de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado les había desbaratado ese largo secuestro y había conseguido la libertad para el funcionario de prisiones. Y en venganza, volvieron a privar de libertad a otro inocente. Un joven cuyo único pecado era haberse afiliado al Partido Popular y haber decidido dedicar parte de su tiempo a defender a sus vecinos como concejal de su pueblo, Ermua. Fíjense, menudo delito había cometido el pobre de Miguel Ángel, así de viles son los terroristas. Y esta vez tenían claro que no era un secuestro para financiarse, era un secuestro para chantajear pidiendo el acercamiento de los presos, la excusa vacía para matar a un inocente más. Un chantaje al que sabían que el gobierno no iba a ceder. Por eso no hubo que buscar un zulo donde esconderlo, era suficiente el maletero de un coche para tenerlo oculto las cuarenta y ocho horas del plazo fijado. Creían que, ocultando a Miguel Ángel, taparían sus vergüenzas. Pero la sociedad vasca dijo, basta ya. Y mientras el concejal permanencia encerrado, el pueblo salió a la calle. El pueblo vasco rompió su secuestro y se armó de valor y se puso frente a las sedes de los batasunos y les gritó exigiendo libertad.

Bajo nuestro olivo, el de la Paz, a mi querido Basilio aún se le saltan las lágrimas al recordar esos días de julio. Y cada año, nos sentamos a rezar una oración por Miguel Ángel y por todas las víctimas. En esos días, hace 25 años, todos dimos una gran lección, de unidad, de firmeza, de serenidad, de rabia contenida…sabíamos que no se podía ceder, sabíamos que la vida del concejal popular sería un alto precio a pagar. La vida de los centenares de víctimas de ETA, las secuelas de miles de heridos, el sufrimiento de miles de familiares, esos son los cimientos de una paz que todos deseábamos. Por eso no podemos, no debemos dejar en el olvido a ninguno. Por eso no podemos permitir que nuestros hijos, nuestros nietos, nuestros nuevos herederos no sepan quién fue y que significó Miguel Ángel Blanco. Ese desconocimiento no es memoria democrática. Por eso no podemos dejar que quienes han aplaudido y aún muchos ni han condenado los asesinatos de ETA, sean quienes ahora diseñen la “memoria democrática” y pretendan darnos lecciones. No, lecciones de quienes son herederos de los terroristas y presumen de serlo, no, ninguna.

Habrá quien para seguir durmiendo en un colchón de Palacio se pliegue a los dictados de los herederos de ETA, y les convierta en sus socios, pero los que hace 25 años salimos a las calles y estuvimos en vela durante cuarenta y ocho horas pidiendo la libertad de Miguel Ángel, no vamos a consentir que ahora la historia que se les cuente a nuestros hijos y nietos, sea una historia escrita al dictado y con el chantaje de Bildu.

Los españoles ya sufrimos en esos días de julio de 1997 un chantaje, una amenaza que acabó con la vida de un inocente. Ahora no podemos consentir que los designios de un país estén al albur del chantaje de los votos de los herederos de quienes el 12 de julio ejecutaron sin piedad y de forma cobarde a un inocente. No. Memoria, divinidad y justicia, tan sencillo como cumplir con esas tres palabras para que así todos confiemos en nuestros gobernantes. Hoy ETA puede estar disuelta, pero aún queda mucho por investigar, muchos asesinatos sin resolver y juzgar, muchas víctimas sin escuchar la palabra perdón de boca de dirigentes que han heredado las siglas y los postulados políticos de quienes fueron sus verdugos. Por eso aún no podemos cerrar esta página, por eso aún hoy debemos seguir luchando por una memoria democrática que cuente la verdad. Y esa verdad no es otra que la de unos etarras que querían imponer mediante el uso de las armas sus postulados ideológicos. La democracia es la fuerza de la palabra, es la única vía para llegar a entendernos, todo lo demás sobra. Quedan muchas heridas por cerrar y por desgracia la política del actual presidente del gobierno lejos de contribuir a que cicatricen, lo que hace es abrirlas mucho más.

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