2022-12-18
Ya estamos inmersos en las fechas donde la predisposición a ser felices se torna en imperativo social, espoleado incesantemente por las sempiternas campañas publicitarias y los escaparates que exhibe la sociedad, amén de sucesivas celebraciones y ocasiones para obsequiar (y obsequiarnos). No voy a tratar sobre las características de la Navidad en nuestra sociedad, pero sí quisiera acercarme a una de sus materias primas, la felicidad.
La felicidad es el gran tema del ser humano, el gran asunto abordado por las filosofías de todos los tiempos, mencionado de muchas maneras diferentes y para el que se describen multitud de caminos e itinerarios. Porque a una de las certezas a las que llega el filósofo es que todos los seres humanos buscamos la felicidad. Todos anhelamos ser felices el mayor tiempo posible de nuestras vidas, seamos o no conscientes de ello.
Definir la felicidad ya encierra el primer problema, casi tan arduo como alcanzarla. Según la Real Academia Española, la primera de las tres acepciones de la palabra es “Estado de grata satisfacción espiritual y física.” Y dependiendo de que se considere al ser humano como un ser dotado de cuerpo y espíritu o sólo de cuerpo, el abanico de satisfacciones puede ser muy amplio y el camino para conseguirlas también.
Los placeres del cuerpo combinado con la ausencia de dolores o estados de ánimo sombríos son la aproximación más inmediata a la felicidad y para una gran parte de las personas, el único camino cuyo tránsito compulsivo da lugar al consumismo desmedido que tantos problemas genera.
La felicidad fiada a los placeres del cuerpo y el consumo necesario para obtenerlos y mantenerlos tiene el inconveniente de ser muy efímera y dependiente de los recursos o las oportunidades necesarias para conseguirla. Dada su temporalidad acaba dejando un agrio sabor a frustración y a nivel social es uno de los escenarios donde se proyectan las desigualdades e injusticias.
La felicidad basada en la ausencia de dolor o cualquier estado de ánimo opuesto a la alegría también se levanta sobre terreno inestable, porque el dolor y la pérdida son acompañantes perpetuos de la vida como ya enseñara Siddhartha Gautama, el Buda.
Sin desmerecer la contribución de los placeres del cuerpo y la búsqueda de un espacio sin dolor al cómputo total de la felicidad en nuestras vidas, la felicidad basada en las satisfacciones espirituales tiene la ventaja de ser más duradera, más independiente de los recursos para consumir y puede superponerse al dolor.
El camino hacia las satisfacciones espirituales arranca con el enriquecimiento de la vida interior, aquella que bulle de sensaciones y sentimientos, de sueños y objetivos, de propósitos y de sentidos, de ideales y convicciones.
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