2022-12-03


Nuestro lugar natural se halla en nuestro interior. No es un sitio geográfico ni la posición en un ecosistema determinado. Nuestra evolución ha sido especial, con un componente cultural que ha facilitado la capacidad de vivir en cualquier entorno y ha determinado la mayor parte de nuestras características específicas. Nuestro lugar natural no es un puesto en la pirámide ecológica de cualquier ecosistema, sino el potencial humano que se expresa a través de conductas, sentimientos, pensamientos y socialidad, que se plasma en una cultura, y que requiere de la educación para activar y desarrollar las funciones y valores.

Nuestra esencia sobrepasa la herencia genética y se sitúa en las capacidades y potencialidades interiores que han ido sentando las bases a lo largo del proceso de humanización. Nuestro lugar natural es ser más humanos, desarrollar al máximo estas capacidades, la vida interior. La sensibilidad, los valores sociales e individuales, el conocimiento y la ética son algunos de los pilares de este mundo interior, nuestro lugar natural. Y plantean necesidades culturales y espirituales que, al ser satisfechas, pueden llegar a desplazar la demanda excesiva de necesidades materiales.

Logros evolutivos que han de ser activados y desarrollados en el proceso de educación. Hablamos de nuestra capacidad mental de concebir ideas, reflexiones, de visualizar lo inenarrable o inexplorado con la imaginación para hacerlo comprensible, la «magia» de poder transferir a otras personas nuestro mundo interior, invisible e intangible, mediante el lenguaje. Hablamos de crear sociedades en las que se fortalece el individuo sin perder su conciencia social, gracias a lo cual se pueden desarrollar sentimientos tan humanos como la compasión, el altruismo o la solidaridad. Hablamos de la capacidad de poder vibrar y sentir ante la percepción subjetiva de lo bello, lo justo y lo bueno, o sus ausencias, dando lugar a sentimientos tan humanos como el enamoramiento, la concordia o la devoción.

Cambios interiores inspirados en el modo de funcionamiento de Gaia, desarrollando todas nuestras capacidades de seres humanos mediante el conocimiento, la cultura y la espiritualidad, evitando el despilfarro y ajustando el consumo a la satisfacción de nuestras necesidades biológicas, culturales y sociales, reconstruyendo la sociedad desde normas en las que prevalece el bien común, la cooperación y la importancia de todos.

A lo largo de nuestra evolución e historia hemos superado muchas situaciones similares, gracias no a la capacidad de supervivencia bruta sino a la capacidad de ser más humanos.


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