"no se levanten ni defiendan a costa de la libertad de elección del otro."
2023-02-12
La palabra ‘fundamentalismo’ tiene tres acepciones en el diccionario de la Real Academia de la Lengua. Las dos primeras están en relación con la religión, y la tercera dice: “Exigencia intransigente de sometimiento a una doctrina o práctica establecida”.
Hasta ahora el fundamentalismo religioso parecía ser más evidente. Pero desde hace unos años, esta tercera acepción del vocablo da lugar a un fundamentalismo laico, más camuflado en la libertad de pensamiento y de expresión (como no puede ser de otra manera en un Estado de derecho), pero igualmente dañino para la convivencia social.
No hay que confundir fundamentalismo con la tenencia y defensa de convicciones, las cuales, cuando nacen de la reflexión y del corazón, constituyen un auténtico armazón para la vida. La convicción surge de poseer ideas claras que proporcionan seguridad, y fundamentalismo es el resultado de unas ideas confusas que lo poseen a uno en una posición de permanente fragilidad. Cuando se tienen convicciones no se pretenden imponer, porque sabemos que las ideas que las sustentan pueden convencer por sí solas. Por el contrario, la persona fundamentalista recurre al sometimiento de los demás porque, a falta de argumentos vitales sólidos y claros, busca la seguridad en la imposición.
No dejan de aparecer ejemplos de este tipo de fundamentalismo en redes sociales, en la vida cotidiana, en los espacios públicos. Lo practican sin ningún pudor los personajes públicos de todo pelaje y condición. Y la consecuencia inmediata es un incremento de los niveles de intransigencia que raya lo violento en muchos casos. La convivencia social salta por los aires en estas ocasiones, y luego es muy difícil recomponer la unidad desde los fragmentos.
Desde que se abre la poderosísima ventana de las redes sociales, adquirimos un compromiso del que no somos conscientes: no podemos poner cualquier ocurrencia, porque podemos agredir de manera masiva. Este compromiso lo dicta el sentido común y las reglas básicas de convivencia.
El fundamentalismo se nutre de la ignorancia y de conductas muy primarias, como complejos de inferioridad, deseo de revancha, envidia. Se combate con conocimiento y autodominio de los impulsos irracionales. La mejor vacuna contra el fundamentalismo es reconocer que nadie tiene la verdad; la realidad es tan amplia y compleja, que todos alcanzamos a ver sólo una parte, que puede ser más o menos amplia. Conviene escuchar primero, porque muy posiblemente podamos mejorar nuestra percepción de la realidad.
En síntesis, cuidado con los fundamentalismos. Sí a las convicciones, pero que no se levanten ni defiendan a costa de la libertad de elección del otro. Hay diferencia entre la coherencia con las propias ideas que posiblemente hayamos tomado de otros, y el sometimiento a las ideas de otro que no son las nuestras.
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