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J M HERMOSO "Este formalismo, lejos de fomentar la igualdad entre iguales, la erosiona. |
2025-05-18
Don y doña
Un formalismo anacrónico que oculta desigualdad.
Niñas y niños, ancianos y ancianas, mujeres y hombres: todas y todos somos personas. Iguales ante la ley, sí, pero ¿iguales en el trato diario? Ahí reside la cuestión. Como firme defensor de la igualdad real, encuentro que el uso generalizado de “don” y “doña” se ha convertido en un anacronismo que perpetúa sutiles jerarquías.
Para mí, estas distinciones deberían reservarse a quienes ejercen oficios que demandan una gracia especial, una habilidad vocacional unida a una profunda excelencia humana. Pienso, únicamente, en maestras y maestros que nos iluminan el camino, guiándonos y enseñándonos, en médicos y médicas que velan por nuestra salud y nos curan. Ellos y ellas, con su entrega y dedicación, sí merecen ese reconocimiento especial.
Sin embargo, el tratamiento de “don” y “doña” ha degenerado en un mero formalismo de respeto que se antepone a los nombres de pila sin discernimiento. Antiguamente reservado a las élites, a los privilegiados de un vano envanecimiento social, este tratamiento absurdo se normalizó hasta nuestros días, creando una falsa sensación de cortesía que no alcanza a todos por igual.
Este formalismo, lejos de fomentar la igualdad entre iguales, la erosiona.
Al perpetuar una distinción innecesaria, nos recuerda ecos de un pasado donde la jerarquía social era la norma. Por eso, con todo respeto, doña Zutana, don Fulano, si su “don” o “doña” no se fundamenta en esa entrega vocacional y excelencia humana, permítanme decirles, sin ánimo de ofender, que ese tratamiento resulta vacío y, francamente, prescindible.
De niño, se me inculcó un respeto reverencial hacia el “don” y la “doña”. Pero crecer implica cuestionar, discernir. Y con el tiempo, uno aprende que el verdadero respeto no reside en un título protocolario, sino en el reconocimiento de la dignidad inherente a cada ser humano. Reservar “don” y “doña” para quienes realmente lo merecen es un acto de justicia, una forma de devolverles el valor intrínseco que sus profesiones aportan a la sociedad. Reitero que siendo en estos casos, y solo en estos, "don" y "doña" adquieren un significado profundo y merecido. Maestras y maestros, médicos y médicas. Relegando a los demás a su simple nombre de pila.
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