FRANCISCO MARTÍNEZ CRIADO 

"De pronto, un silencio lo invade todo, pareciera que hasta la radio huyera del ruido.

2024-11-17

 

Al barro

 

Al barro, es la frase más repetida estos días en Valencia. Al barro es ir a limpiar las calles llenas de lodo, al barro es un sentimiento de orgullo entre los voluntarios, casi un grito de guerra. Yo no voy a contribuir al ruido de estos días sobre la gestión de la DANA, ya hay muchos y más sabios que yo que lo hacen. En todo caso, la tormenta emocional en la que aún vivo desde que volví, me haría escupir demasiados demonios. Hoy escribo más para mí que en cualquier otro artículo que haya escrito antes, quiero hablar de toda esa gente que lucha día a día contra el barro, de cómo estos días Valencia, un pueblo nacido de cañas y barro, vive con la suficiente dignidad para poner a cada cual en su sitio. Mucho antes de acercarte a la Comunidad Valenciana, la autovía se va llenando de camiones, furgonetas y coches particulares cargados de ayuda humanitaria. Emociona ver esa riada de personas anónimas conduciendo como hormiguitas, llevando en los cristales el nombre de sus pueblos.

De pronto, un silencio lo invade todo, pareciera que hasta la radio huyera del ruido.

A través del cristal puedes ver los campos y afueras de Utiel arrasados. Y el barro que ya te acompañará el resto del viaje. Toneladas de barro apiñadas a los lados de la autovía al pasar por Chiva y Cheste, centenares de coches destrozados te escoltan hasta llegar a Valencia. Ante ti aparece Paiporta, Picanya… la destrucción que sobrepasa cualquier palabra de nuestro diccionario. Al llegar a la ciudad, te esperan miles de voluntarios con barro hasta las cejas, barro en las calles, barro en las ventanas, barro en los coches, en los vehículos de rescate. Puedes ver la emoción en los ojos al recibir las botas de agua recién llegadas desde Jaén. Calcetines para Paiporta, sacarina para los diabéticos, chocolate para los niños, guantes, linterneras, palabras de aliento, todo es bienvenido. Cristina y su marido, también llegados desde Jaén, repartiendo juguetes en Catarroja, unos chavales madrileños durmiendo durante días en sus sacos de dormir en un almacén. Voluntarios para trasladar ancianos, para llevar comida caliente a los afectados, voluntarios y voluntarias por todos lados. Protección Civil, Cruz Roja, Guardia Civil, Policía Nacional, Ejército de Tierra, la UME, la Legión. Gemma, Chari, Ignacio, Samir… cargando, descargarlo, cocinando paella… y el barro siempre presente. A primera hora del día ves a cientos de chicos de la “generación de Cristal” rastrillo en mano, pala y cubeta, caminando hacia el barro, y a última hora, cuando ya anochece, los ves volviendo con sus ropas enfangadas. Lo único que no puede tapar el barro es su dignidad y la sonrisa de satisfacción. Llega la hora de volver con el corazón bien chiquito, con las lágrimas a punto de reventar y Valencia aún se despide de ti. En el último puente, justo al coger la salida, una sábana cuelga del cielo, alguien ha escrito: GRACIAS. 


 

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