Al día siguiente, a las 9.30 horas, en contra de cualquier predicción, la expedición procedente de Begíjar con destino Barcelona, había llegado sana y salva a la estación de Sants, con el propósito de acompañar a nuestro buen amigo Sebastián a la boda de su única hija, Cristina.
2023-01-29
Cuando la noche del 17 de julio de 2009, a eso de las 23.30 horas, Marcial, Luci, Carmen y yo llegamos a la estación de Linares-Baeza, no teníamos ni la menor idea del problema que se nos avecinaba. Habíamos decidido varias parejas de amigos asistir a la boda de la hija de nuestro común amigo Sebastián, la cual tendría lugar en Barcelona, el día 18 de julio de ese año.
Mi mujer, desde primeros de ese año, se había encargado de sacar los billetes del tren, ida y vuelta, en unja agencia de viajes de Écija. Cuando los billetes estuvieron en su poder, nadie notó nada. Salida, 17-VII-2009; vuelta, 19-VII- 2009. Como es preceptivo, los billetes indicaban el número de coche, el del asiento y otra serie de detalles de menor importancia para los viajeros. Todo perfecto.
De modo que a las 23.00 horas del día 17 de julio, Marcial, Luci, Carmen y yo, en el coche de un familiar, partíamos desde Begíjar con destino a la citada Estación de Linares-Baeza. El otro Marcial y Félix, su mujer, hacían lo mismo en el coche de Juanjo. Al llegar a la estación de Linares-Baeza, ya muy cerca de las doce de la noche, por pura precaución, se nos ocurrió presentar los billetes en la taquilla. A partir de aquí, y durante media hora, nuestros padecimientos no tuvieron límite.
Para empezar, la taquilla estaba cerrada. Hubo que llamar la atención de la taquillera, la cual, en una mesa al fondo de la sala, estaba absorta en la lectura de unos papeles inherentes a su oficio.
- ¿Qué desean? –nos espetó, al ver que queríamos hablar con ella-. Todavía no es la hora. La taquilla se abrirá 15 minutos antes de la llegada del tren.
-Lo sabemos, señora, pero nos gustaría que revisara estos billetes que conseguimos a través de una agencia, y no estamos seguros… -le dijimos entre Marcial y yo, cada uno un poco, siempre con nuestros mejores modales.
- ¡Bendito sea Dios! –exclamó de pronto la taquillera, una mujer entradita en carnes, pero aún de buen ver, al tiempo que ponía sus ojos en la fecha de los billetes.
- ¿Qué ocurre, señora? ¿Hay algún problema?
- ¿Un problema dice Vd.? No es un problema, sino tres, y a cuál más gordo.
A Marcial y a mí, el alma se nos vino a los pies. Nuestras mujeres, que estaban aguardando en animada tertulia a unos metros de distancia, al ver nuestros gestos de contrariedad, se acercaron a la taquilla con los oídos bien abiertos, los ojos desencajados y la actitud de un tigre que percibiera algún peligro no identificado.
-Miren Vds. –nos dice entonces la señora de la taquilla-: Para empezar, estos billetes están caducados; en segundo lugar, el ordenador está a punto de cerrarse (instrucciones de Madrid); y, por si fuera poco, lo anterior, el tren de hoy viene completamente lleno, ni un asiento.
Los cuatro nos miramos desconcertados, sin expresión en nuestras caras y sin ánimo para reaccionar. Por un momento, cada uno por su cuenta, pensó en el valor de los billetes, en las reservas del hotel, en los amigos que nos esperaban en Barcelona, el compromiso contraído con los novios, los comentarios de los conocidos…
Tal vez fuera la pena que le inspirábamos a la taquillera, quizá la bondad natural de esta o puede que la magia de los ordenadores, el caso es que, de pronto, la funcionaria, con franca sonrisa, se dirigió a nosotros:
-Bueno, lo de los billetes caducados se puede arreglar. Porque, claro, el tren sale en origen con fecha 17 de julio, que es lo que figura en sus billetes, aunque luego, ya en ruta, pasemos al 18, que es cuando circula por esta estación.
- ¡Dios se lo pague! –exclamó Luci, con palabras que le salían de muy dentro.
-Muchísimas gracias –añadió Carmen que, de haber podido, la hubiera besado con ternura.
- ¡Qué bien! –añadimos Marcial y yo, convencidos de que todo estaba resuelto.
-Pero como el tren viene lleno –intervino de nuevo la eficaz funcionaria-, tienen sólo dos opciones: o les devuelvo el importe de sus billetes, menos el preceptivo descuento por anulación de los mismos, o aceptan viajar en coche-cama, abonando el correspondiente suplemento, según las tarifas vigentes.
- ¡Aceptamos! –fue la respuesta común, dicha al unísono, con el mayor entusiasmo, sin asomo de duda y, por supuesto, sin pensar en aquello del “correspondiente suplemento”.
-Bueno, parece que todo se va a poder arreglar. Y ahora, señores –añadió la taquillera, inmensamente dichosa por haber resuelto tan difícil situación a cuatro almas cándidas-, viene lo más difícil: tenemos tres minutos, los que faltan para las doce, para expedir los nuevos billetes con derecho a coche-cama. Por cierto, señores –continuó la funcionaria-, llevan todo el tiempo hablándome de seis billetes, pero yo sólo veo cuatro.
Y así era. Marcial y Félix, en posesión de sus billetes (ya caducados, pero sin que ellos supieran esta circunstancia), aún no habían llegado a la estación de Linares-Baeza. Inmediatamente, el móvil comenzó a funcionar.
-Primo –dijo, con inusitada energía el Marcial de la estación de Linares-Baeza-, necesitamos vuestros billetes, para cambiarlos por otros, si queréis ir a Barcelona. Por un error de la agencia, los que tú tienes están caducados.
- ¡Primo, bromas ni una, que eres tonto! -respondió el Marcial de Begíjar. ¿A qué viene eso de que no valen los billetes, después de llevar seis meses con ellos en el bolsillo? Además, ¿a qué tanta prisa, si hasta las 00.40 horas no sale el tren? –le respondió, con toda razón, el Marcial ausente.
- ¡Primo, por Dios, hazme caso, que te estoy diciendo la verdad, que, si no están aquí los billetes antes de las doce, la máquina no podrá expedirlos!
-Bueno, que ya voy para allá. Adiós.
Nadie que no conozca a Marcial Tobaruela será capaz de imaginar su cara. Marcial, de por sí ya descolorido, tenía aquella noche el pajizo más intenso que yo le he visto. Después de cortar la llamada del móvil, nos miró a todos de tal forma, que pensé que iba a prorrumpir en amargos sollozos. Pero armándose de valor y con una paciencia infinita, de nuevo, comenzó a teclear el móvil:
-Primo, que no es broma. Que, si no estás aquí dentro de un minuto, no podrás ir a Barcelona, ¡que lo sepas!
-Bueno, lo más probable es que, si los seis billetes se retiraron el mismo día, a la misma hora y de la misma agencia –intervino maternal la taquillera-, es muy posible que los números de los billetes sean correlativos, ¿no les parece? Si es así, como supongo, se los voy a expedir, porque el ordenador está a punto de cerrarse. Luego, cuando lleguen los dos que faltan, me los presentan inmediatamente.
-Por supuesto que sí, señora. Descuide Vd. Le garantizo, señora -aseguró Marcial con total formalidad-, que en cuanto llegue mi primo que viene de camino…
-Pero si no fuera así –intervino de nuevo la funcionaria-, y les ruego que presten mucha atención, si no fuera así, no sólo perderán el importe de los dos billetes no presentados y ya caducados, sino que tendrán que abonarme el importe de los dos billetes nuevos con derecho a coche-cama que…
Por fin, a los pocos segundos, llegaron Marcial y Félix, quienes, con la cara descompuesta, mostraron sus billetes correlativos a los nuestros, pagamos el importe de los suplementos, recogimos la nueva documentación, nos miramos con la satisfacción de haber resuelto un problema que parecía insalvable, les dimos las gracias a María, que así resultó llamarse la amable funcionaria, y nos dirigimos a los andenes de la estación, a la espera del tren.
Al día siguiente, a las 9.30 horas, en contra de cualquier predicción, la expedición procedente de Begíjar con destino Barcelona, había llegado sana y salva a la estación de Sants, con el propósito de acompañar a nuestro buen amigo Sebastián a la boda de su única hija, Cristina.
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