"de esta forma, tan sencilla como espontánea, surge en el grupo a cada momento el lenguaje de Begíjar, a pocos metros de una playa, donde el solano, que lleva varios días enfurecido, arrastra con fuerza los cuerpos de quienes se atreven a bañarse."
2023-02-12
Narrar los diferentes episodios acaecidos en una semana, durante la estancia de cuatro parejas de viejos amigos en Roquetas de Mar, no es, ni mucho menos, tarea fácil.
Así, cualquier día, a la hora de comer, nada más sentarnos a la mesa, ya fuera por la alegría de estar juntos, por la feliz ocurrencia de cualquiera de los comensales, por la sorpresa de algo imprevisto o, tal vez, por la inadecuada ingesta de vino, se le desataba la lengua al grupo de tal manera que cualquier tema, por insignificante que fuera, se convertía en motivo de apasionado debate.
Por supuesto que, en dichas conversaciones, dicho sea de paso, nuestras respectivas señoras participaban muy activamente, introduciendo en cada caso el tono, la velocidad y el brío que los asuntos requerían.
Pues durante un animado almuerzo en el que yo no había tenido el gusto de abrir la boca, mi buen amigo y anfitrión, Francisco Prados, que tan bien me conoce, me espolea del siguiente modo:
-Francisco, ¿qué te pasa, que te veo muy serio? Si estás así por las cosas que yo digo –continúa, al tiempo que guiña un ojo a la concurrencia-, que sepas que yo las digo de pipirijita.
Yo, en ese momento, tomo nota mental del vocablo pipirijita, el cual me trae recuerdos de mi infancia, mientras transcurre el almuerzo pausado y, a mi juicio, algo más ruidoso de lo que sería recomendable.
-Ah, por cierto –interviene otra vez Paco Prados, el cual, sonriente, requiere de nuevo mi atención-, no pusiste en tu libro ni pipirijita ni quiquinina ni otras muchas palabras corrientes en Begíjar.
Paco –le respondo, no sin cierta complacencia por permitirme hablar de cosas a las que les dedico mi atención-, llevas razón en lo que dices; pero no solo me faltaron esas dos palabras, sino otras muchas que no quise incluirlas, porque pensé que su uso no estaba generalizado.
No bien hemos acabado nuestros razonamientos, cuando alguien más del grupo, creo que, sin pretenderlo, echa también su cuarto a espadas:
-Este arroz no es muy bueno; más bien es un arroz “desmayadizo”
“¿Desmayadizo?”, me pregunto, no muy convencido de que el adjetivo esté bien formado.
Y de esta forma, tan sencilla como espontánea, surge en el grupo a cada momento el lenguaje de Begíjar, a pocos metros de una playa, donde el solano, que lleva varios días enfurecido, arrastra con fuerza los cuerpos de quienes se atreven a bañarse.
En fin, otro día, cuando el almuerzo toca a su fin y la siesta se hace inexcusable, el inquieto Paco Prados vuelve a la carga:
-Francisco, cuando el otro día te dije lo de pipirijita se te puso la cara como si te hubieran quitado la rebusca.
-Paco –respondo-, eres un auténtico repertorio de expresiones populares: no era suficiente lo de pipirijita y quiquinina, sino que ahora me sorprendes con lo de quitar la rebusca.
Ya de vuelta de Roquetas, consulto las fuentes oportunas y resulta que nada hay sobre desmayadizo. Solo el Vocabulario Andaluz (A. Alcalá Venceslada, 1998) recoge
desmayoso: desmayoso, sa. Adjetivo. Que se desmaya o siente necesidad de alimento frecuente. // Alimento que produce desmayo o necesidad de comer a poco de haberlo ingerido.
Así, amigo Prados, por si este artículo te llegara, tenemos documentado desmayoso, pero no desmayadizo. Pero sobre pipirijita y quiquinina, nada aparece en el citado diccionario, por lo que bien pudieran ser creaciones autóctonas de Begíjar o de pueblos limítrofes.
En cuanto a lo de quitar la rebusca, no tengo ni idea de cómo se originó el dicho. Pero, sin duda, la expresión constituye un hallazgo de indiscutible valor metafórico por el realismo con que nos remite al semblante de quien es despojado de su rebusca, con frecuencia, resultado del frío, la inquietud y el esfuerzo del rebuscador en una mañana de invierno.
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