2022-11-20


Soy andaluz. De Sevilla. Me instalé en el Santo Reino de Jaén (que es el nombre en carcundés de la provincia) hace doce años y algunos meses. Sigo aquí por razones estrictamente laborales. Me gusta mi trabajo y la empresa -la Universidad- se porta razonablemente bien. Podría haber sido otro lugar, pero fue Jaén. Trato de acumular momentos de felicidad, capear las desgracias, engañar a la tristeza y cultivar el amor y la compasión. Acierto a veces, fracaso bastante y, día a día, me hago viejo. En cualquier sitio se puede hacer esta gimnasia, este moverse para acá y para allá, a veces con más sentido y a veces por inercia, que es vivir.  También en Jaén, por supuesto.

Durante los primeros años del aterrizaje, todo aquel con quién me encontraba, y que se enteraba de que venía de fuera a instalarme en Jaén, me soltaba lo de ya sabes, en Jaén se entra llorando y se sale llorando. Bueno, se olvidaban de mentar una tercera opción, la de que no se salga, la de habitar por siempre jamás una parcelita del camposanto o que tus cenizas se disuelvan a los pies de un olivo de La Loma. En mi caso esto último es, ciertamente, y salvo error u omisión de alguna persona depositaria de mi voluntad, francamente improbable. Yo me iré. Me iré exactamente al día siguiente de que el lazo laboral se desate.

Y me iré llorando, claro está. No voy a estropearle yo la estadística al que le lleva las cuentas al refranero. Me iré llorando, aunque, de momento, gana el llorar acompasado con la sonrisa en la boca. Me queda, si nada lo impide, más de una década para cambiar el signo del lloro. Más de una década para descubrir lo que aún no he descubierto. Y, ojo, que la conciencia está tranquila: No ha sido por no intentarlo. Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio, cantaba Serrat. Quizás la verdad de esta ciudad, de esta provincia, hoy por hoy, es que quien es perspicaz y puede elegir, se va. Y hasta puede ser que esos miles de jóvenes jiennenses que se van lo hagan no solamente empujados por la precariedad laboral, sino en gran medida alentados por una vocecita interior que les insiste en que se busque pastos más verdes donde alimentar sus almas de corderos y corderas anhelantes de Vida.

Inauguro así esta serie de escritos breves en las que verteré mis notas de sevillano andaluz extrañado, confundido y, a veces enojado, con las jiennenses maneras, como, por ejemplo, esa cosa atroz generalizada entre los camareros de esta ciudad de mirar a cualquier parte excepto al lugar de la barra donde estás tu pidiéndole una cerveza.

Espero que nadie se ofenda. Yo llevo siglos oyendo a la gente, en todos los lugares de España en los que he vivido, ponernos verdes a los miarmer. Claro está que eso, a los béticos, por razones obvias, nos da igual. Verde el césped del Sánchez Pizjuan.


Para dar tú opinión tienes que estar registrado.

Comments powered by CComment