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2023-09-24
Nunca es para siempre
Un sabio muy instruido, zapatero artesano, decía que primero debíamos transcender el tiempo como personas experimentadas y después, apreciar el resto de la vida que nos quedase como individuos jóvenes, para así valorar con verdadera conciencia la belleza de la vida finita que se nos concede.
Quizás, esta regla, directriz o cosa, confirmaría esa frase que dicen sobre que la ignorancia es demasiado atrevida. Quizás…
Pero si viviésemos el tiempo que nos ha sido concedido con la práctica y la razón del freno constante, ¿de dónde nacerían las ganas de sorprender si nuestra conciencia solo buscaría el camino de enmendar errores?, ¿de dónde brotarían los deseos de experimentar con temeridad, en qué momento habría lugar para el frenesí y el furor más sano que eleva pasiones, proyectos, e ilumina los años más bonitos de la vida?
En realidad, esas vivencias, las sensaciones químicas del descubrimiento, no serían tales, serían comedidas, apaciguadas por la desgana y la desmotivación, por el cansancio del desencanto y por el descontento de lo vivido… sin afán de superar.
Pero el atrevimiento, también merece respeto. Sin su nervio y su potencia, ¿qué podríamos aprender o avanzar? Esa fuerza que nace como un aventurero europeo dieciochesco que viaja por el mundo para instruirse, en ocasiones, que provoca que viremos hacia nuestro interior creyendo que el presente más seguro, el que nos rodea, va a ser sempiterno. Que nunca nos dirá adiós y que siempre estará ahí para protegernos. Nada más erróneo. Todo es efímero. Pero el aprendizaje a veces es tardío.
La otra noche, al escuchar la noticia de que había fallecido la última persona que había tratado con el poeta Federico García Lorca, percibí que este comunicado destacaba entre noticias de guerras, políticas maliciosas y usureras, abusos, terremotos, diluvios, y demás desastres de la humanidad, porque era “auténtica”. No con esto quiero restar importancia a ninguna de las enumeradas anteriormente.
Si no que su autenticidad radicaba en que estaba encarnada en la persona de Vicentica, la sobrina nonagenaria del poeta, a la que cariñosamente y de forma hipocorística llamaba “Tica”.
A esta niña, que comenzaba a vivir aprendiendo, nunca le dijeron que habían matado a su tío Federico, al que tanto echó en falta y tantísimo cariño le tenía. Nunca, nadie, siendo una niña, le dijo a “Tica” que su tío Federico había sido asesinado en la noche de aquel caluroso diecinueve de agosto. No permitieron que el miedo fuese utilizado en su crecimiento.
Su familia, no le justificó su no estancia en la huerta. Solo el tiempo, junto con la ausencia y el silencio, les dieron conformidad de que su tío había sido asesinado impunemente.
En definitiva, el pasado día 12 de septiembre, cuando “Tica” Fernández Montesinos abandonó esta vida, cerró un libro de mucha sabiduría, de experiencias personales atesoradas en su última maleta de viaje y más sentimientos que ya nadie podrá abrir ni departir con ella. Solamente
nos queda poder abrir los hilos de esa voz con “El sonido del agua en las acequias”.
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