9-10-2022


Hace tiempo que no me planteaba ver una serie de televisión, porque las últimas experiencias fueron verdaderamente nefastas, no conseguía pasar del primer capítulo en el mejor de los casos, abandonándolas sin ninguna intención de retomarlas en cualquier momento y exento de pudor alguno. Pero desde que empezó la guerra entre Rusia y Ucrania, cuatro palabras aparecieron como un terrible nubarrón sobre mi cabeza y sin duda en la de todos vosotros, y por supuesto en la sociedad internacional; en especial, sobre los europeos: crisis energética y alimentaria. La crisis no ha parado y lo vemos en los precios de la gasolina, la luz, el gas, la cesta de la compra, el incremento de la inflación...

Este contexto, unido a un particularmente complicado invierno que se avecina en el que no sabemos si dispondremos de calefacción y de alimentos y en el que, según Goldman Sachslas facturas para la energía podrían incrementarse a primeros de 2023 en 2.700 dólares por persona, hacen que el momento del estreno de 'Apagón' parezca más oportuno imposible y dé más miedo que nunca.

'Apagón' mezcla elementos de la crisis energética, rasgos apocalípticos y también fundamentos del innegable cambio climático que está acuciando a nuestro entorno. La serie está inspirada en uno de los mejores podcasts de ciencia ficción del momento, 'El gran apagón', de Pódium.

Como indica la sinopsis, 'Apagón' "parte de una tormenta solar que impacta en la Tierra causando un apagón generalizado. En esa nueva realidad se desarrollan cinco historias de personajes que luchan por adaptarse a un mundo sin electricidad, ni telecomunicaciones, ni medios de transporte, en el que tienen que enfrentarse a sus necesidades, instintos y miedos más básicos".

La serie consta de cinco episodios de unos 50 minutos, cada uno de ellos realizado por prestigiosos directores españoles: Rodrigo Sorogoyen, Isabel Peña, Raúl Arévalo, Alberto Marini, Fran Araújo (el creador de la serie), Isa Campo, Alberto Rodríguez, Rafael Cobos e Isaki Lacuesta. 'Apagón' fue presentada con gran éxito en el pasado Festival de San Sebastián.

Creo que la serie hace aflorar de una forma descarnada la dependencia que nuestra sociedad ultramoderna de las distintas fuentes de energía que devoramos con complacencia y sin reparo alguno. Presenta ciertamente un mundo distópico y apocalíptico, pero perfectamente posible. No hay nada más que pensar en los pequeños caos que se generan en nuestras propias viviendas cuando por cualquier circunstancia hay un corte de suministro de agua o de luz, o un mal funcionamiento del router, elemento este que se ha convertido en omnipresente en cada uno de nuestros hogares, como los eran el toro y la bailaora depositadas sobre aquellas vetustas televisiones en blanco y negro de final de los sesenta. Y ya no digamos nada cuando se nos estropea el móvil, pufff…eso sí que es el acabose de los acaboses, esa incomunicación nos genera ansiedad e incluso un miedo atroz al desapego digital momentáneo. Alexa se ha convertido en un miembro más de la familia, que siempre con un tono cariñoso nos dice el tiempo que hará mañana o los valores del IBEX de hoy, una sierva barata y poco respondona. Todo un tinglado a nuestro alrededor que dependiente de la energía que nos hace muy vulnerables como individuo u como sociedad también.

Aunque pensemos que nuestros sistemas son robustos y absolutamente protegidos no lo son en absoluto. Imaginemos por un instante en un apagón generalizado durante un largo periodo, donde no hubiera abastecimiento de alimentos porque el transporte no funcionara, donde los hospitales dejasen de prestar sus servicios por falta de suministro eléctrico, donde no tuviéramos un punto por pequeño que fuera para poder calentarnos, donde las comunicaciones no funcionaran…etc. ¿Seriamos capaces de sobrevivir como sociedad? Creo que la respuesta es NO. ¿Seriamos capaces de hacer una regresión tecnológica y volver al punto de partida? Misma respuesta, NO. La pandemia provocada por el dichoso COVID-19, ha generado muchas dudas en nuestra sociedad, hemos visto como nuestros dirigentes improvisaban en la gestión de la crisis, hemos vivido la falta de elementos básicos, con perspectiva suficiente de tiempo podremos valorar la incidencia real en nuestras vidas de este “pequeño apocalipsis”. La epidemia ha sacudido todas las sociedades y países del mundo, y parece claro que sus secuelas pueden ser profundas y persistentes. En nombre del bien común hemos decretado obligaciones como llevar mascarilla y medidas restrictivas de movimiento y reunión que afectan a derechos fundamentales, hasta llegar al confinamiento domiciliario aplicado de forma generalizada en los momentos más críticos de la primera oleada. La ley orgánica, es decir, que afecta a derechos fundamentales, más breve en nuestro ordenamiento jurídico es la referida a las medidas especiales en materia de salud pública (1986): no llega ni a una página. Se prefirió, sin embargo, recurrir a otra ley orgánica anterior (1981), la que regula los estados de alarma, excepción y asedio, para dar cobertura a las restricciones más severas.

El conflicto ético entre el respeto a la libertad individual y el logro del bien común, la protección de la salud de la población en este caso se acentúa en momentos de crisis como los actuales. Mucha gente se ha quedado sin trabajo y los agravios de numerosos colectivos son patentes; no se acaban de entender, o de aceptar, muchas de las decisiones y crece la desconfianza. Para los que tomamos las decisiones, la tarea es extremadamente compleja, llena de incertidumbres; se sopesan pros y contras, a menudo mediante prueba y error, y se trata de no empeorar más la delicada situación epidemiológica, económica y social. Se ha discutido veces sobre el dilema entre salud y economía, a pesar de que sabemos que las dos son condicionantes del bienestar individual y social.

En definitiva, las sociedades actuales, sea cual sea su nivel de bienestar, no pueden funcionar ni sobrevivir sin un abastecimiento adecuado y regular de energía, de forma que todo el proceso del ciclo energético (obtención, procesado y suministro de energía allí donde y cuando se requiera y al menor coste posible) constituye un apartado significativo del sistema económico mundial. También, por todo ello y por su carácter de "insustituible", la energía es un factor geopolítico y geoeconómico que protagoniza las relaciones y la convivencia humana, con sus conflictos y sus logros.


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