ALFREDO INFANTES DELGADO 

"El elogio de lo imperfecto

2025-09-21

Martha Asunción Alonso

Martha Asunción Alonso Moreno es una de nuestras grandes poetas contemporáneas. Nacida en Madrid en 1986, es doctora en Filología Francesa, con una tesis sobre la narradora guadalupeña Maryse Condé, cuya obra traduce al español. Posee además un Máster en Historia del Arte.

Ha compaginado la creación literaria con la docencia en Francia e isla de Guadalupe. Asimismo, lo ha hecho en la Universidad de Extremadura (Cáceres) y en la Universidad de Tirana (Albania). Actualmente, los sigue haciendo en la Universidad de Alcalá de Henares.

Ha recibido premios como el Premio Nacional de Poesía Joven Miguel Hernández (2011), el Adonáis (2012) o el de Radio Nacional de España (2015) entre otros. Es autora de unos ocho poemarios, y un libreto de ópera. Se dedica también a la traducción de voces antillanas y africanas. En 2023 resultó ganadora del Premio Kutxa (Irún) de narrativa en castellano con Cartas a Nensi, su primera novela.

Su obra poética ha sido incluida en múltiples antologías de poesía española reciente y traducida al inglés, al griego, al rumano y al albanés.

Su poesía se caracteriza por un tono coloquial que permite que resalten sus continuos destellos poéticos logrados, entre otras cosas, por atinados paralelismos y comparaciones (Un poema es buscarse melanomas). Suele hablar de sí misma y de su familia y su entorno con referencias muy concretas de forma abierta y sincera, muchas veces crítica, en sus encontronazos con el mundo.

Ella misma dice que su poesía está influida por su relación con la literatura francesa y con el arte: Muchos de mis poemas, en fin, hubieran querido ser lienzos. O, mejor aún, murales. Ante la pregunta de para qué la poesía, responde: Poesía para intervenir sobre el mundo. Poesía para resistir. Poesía para descifrar los mapas. Poesía para estar un poco menos solos.

Su poesía es insólita, buscadora de naturalidad y franqueza, valoradora de la imperfección, como una secuencia de planos con continuo ritmo y con la facultad de generar imágenes. Su palabra es testimonio de quien ve la existencia con ojos agudos, sin perder la ternura y la lucidez, para contar desde ese espacio del que hablan las y los poetas mayores.

Dice Martha: Tal vez no falten tanto los testimonios del universo obrero y sus mitos como los relatos que se eleven desde cuerpos y vidas de mujer.

Es bueno pararse y leer, incluso releer, detenidamente, lo que estos textos seleccionados nos dicen:

Nació

con una oposición bajo el brazo

y largo pelo.

 

De camino a la clínica,

dilatando en un taxi, a su madre

se le antojó un banana split.

 

El Papa estaba nuevo en esa época.

Los cronistas lo saben porque andaba. Y yo me lo imagino

vistiendo un par de levis bajo las sacras faldas.

 

Aquel año dio comienzo en miércoles. Descubrimos diez

satélites danzando en torno a Urano. Bélgica

ganó en Eurovisión.

 

A lo que voy:

llegó con largo pelo, demasiada vergüenza

y el equilibrio justo para un bípedo.

 

Aprendió a repirar sin ruedines al cumplir veintimuchos.

Le crecían preguntas sin regarla.

Fue a la universidad por no volver al médico.

 

Viajó. Se drogó poco. Una vez tuvo

que defender su casa a paraguazos. Se enamoró muy mal,

peor y por fin bien.

 

Mantiene

todavía una estrecha correspondencia con el monstruo

del Lago Ness y el Duende del Armario.

 

Vive y se acabará con el trastorno

de la fe. Para que se la entienda: rebusca

poesía.

 

***

 

No es verdad

 

No es verdad Blancanieves, los bosques de esperar

lenguas azules que nos despierten

al dolor de los pezones.

 

No somos elegidas

de los dioses para la transparencia:

ellos también son cuentos.

 

Porque la poesía,

igual que los sepulcros de cristal o ser mujer,

no será nunca un don.

 

No nos hace más nubes, ni más madres,

ni ha de encontrarnos siempre

trabajando.

 

A menudo, nos halla

menstruando, acariciando gatos sucios.

 

Sacando la basura.

 

***

 

Los conejos blancos

 

El primer conejo blanco que recuerdo fue una cría de gorrión

que nos cayó del cielo.

 

Era la época de la ductilidad y el miedo a la cicatriz:

cualquier duda de fe,

la varicela o el amor, podían dejarnos marca.

 

Las monaguillas lo metimos, igual que en un sagrario,

entre algodones, en una caja de quesitos,

dándole de rezar migas de pan.

 

Según cuenta la Biblia, le crecieron las alas esa noche:

el conejo debía ver el mar y nosotras debíamos

ser solas.

 

Por eso nos tocó, cada verano

en fiestas de nuestra adolescencia,

el cordero blanquísimo en la rifa.

 

Les fabricábamos biberones con botellas

de Coca-Cola. Supimos, a cambio, de la higiene

sentimental del topetazo.

 

Y el balido,

a trotar en la búsqueda y no apartar

el llanto cuanto ante ti degüellen lo que amas.

 

Devorar, caníbales en defensa propia,

devorar el dolor

crudo que nos devora.

 

***

 

Humbucker o el Club de los 27

Para I.

En el día de nuestro cumpleaños

y los milagros.

 

 

Cuánta razón tenías, Jimi Santo: también

el ruido es música, igual

que vomitar significa no morir

todavía,

estar aún a tiempo

de acariciar, por Janis Joplin, todo animal

hermoso de este mundo.

 

Yo quiero durar manos,

aprender a tocar el mellotrón,

no olvidar

una luna con mis últimos versos

en un parque sin flores

para Francis.

 

Reencarnarme en humbucker. Serle infiel

a Charles Richter.

 

NO

ME PIENSO

MORIR.

 

***

 

El cinturón de Hipólita

 

Una vez, siendo niña, descubrí a la mujer

que me enseñó a montar en bicicleta

tiñéndose las canas: se había puesto,

porque la resistencia mancha,

una camisa azul de su marido

muerto.

 

El cinturón de Hipólita es aquella camisa.

 

Mi primera maestra, Doña Cati,

enseñó a leer a tres generaciones de españoles

a través de sus gafas, ya estando jubilada: Mi-pa-pá

es-el-más-gua-po-del-mun-do-y-mi-ma-má-la-más-fuer-te

del-pla-ne-ta-tie-rra.

 

El cinturón de Hipólita es aquel par de gafas.

 

El día de su boda con el poeta Manuel Altolaguirre,

la poeta Concha Méndez caminó

flotando, con su traje de menta, hacia el altar

de los Jerónimos: su ramo de novia era un manojo

fresco de perejil.

 

El cinturón de Hipólita es aquel ramo verde.

 

Y el modo en que mi madre, a los cincuenta,

le cambiaba las pilas

a su audífono para asistir a clases

en la universidad (las manos son las mismas que,

con catorce

años, dejaran los compases y dictados

para ponerse a amasar pan).

 

El cinturón de Hipólita nunca lo robó Hércules.

 

Hércules robó el oro,

pero no la riqueza. ¿Cómo expoliar aquello que se mama,

capital invisible, indivisible, cual río

sangre abajo? Robó Heracles

el oro. Nos dejó

la nobleza.

 

***

 

The house among the roses (Monet, 1925)

 

Todos la señalaban con el dedo, asentían,

se alejaban para observar mejor, muy fijamente,

como niños siguiendo una cometa por la playa.

 

Una mujer incluso usaba unos prismáticos,

muy seria y sigilosa, la cabeza inclinada,

igual que si escrutase un mapa falso del tesoro.

 

Yo me sentía imbécil. Recuerdo que pensé: quizá

la casa entre las rosas esté fuera del cuadro,

donde nadie la piensa,

allí donde se nubla tu mirada.

Quizá hayamos perdido el tiempo buscando el animal,

nunca su sombra;

el destello del sol sobre la fuente, no la sed.

 

Seguí pensando un rato, como ciega,

mientras los japoneses sonreían.

 

Porque tal vez la casa sólo fuera las rosas

y aquel cielo turquesa,

alegría compacta y lumbre fácil.

 

Hoy creo que la casa entre las rosas siempre fuimos

nosotros. En su busca.

 

***

 

Derecho a voto

 

¿Cuándo nos dimos cuenta

de que los padres también se pierden?

¿Antes, o después

del lenguaje?

Un día, al decirle a mamá

que estábamos enamorados,

de repente empezaron a existir

las raíces mal teñidas,

el pulso hereditario y los tabúes frente a las puertas

cerradas: Puede ser que los niños, detrás,

hayan dejado de leer

el sol.

Y así fue. ¿Cuándo se dieron cuenta los padres

de que no existen

los mapas, de que los hijos

no estábamos hechos para la ceguera

de las manos -o,

al menos,

no más que nadie,

no más que ninguno de los muertos de este mundo-?

¿Antes o durante el mordisco?

Porque el lenguaje es diente entre las piernas, Mamá, y sangra

siempre el poema, lo mismo que el amor.

Aquel día nos dijiste: Ya sois grandes,

pequeños, tenéis derecho

a voto y a la piel.

El derecho a la arruga y a perdernos, a los tintes

y al miedo que se regala al hijo

en los pezones. Leche

negra. Pero

sin que se note.

 

***

 

Mutaciones poéticas

 

En mi familia no hay poetas.

 

Pero mi abuelo Gregorio,

cuando regaba el huerto en Belinchón,

se quedó tantas tardes

velando las acequias, murmurando:

No bebemos

el agua: es ella quien nos bebe.

El agua

es

la mujer.

 

No, en mi familia no hay poetas.

 

Pero una vez, muy niña, encontré cáscaras

de huevo azul

a los pies del almendruco.

Se las mostré a mi padre y mi padre, silencioso,

me enseñó a hacerles un nido

con ramaje;

y me enseñó por qué: hay pedazos de vida

que son

sueños enteros.

 

En mi familia, os digo, no hay poetas.

 

Pero cuando mi bisabuela

Asunción

contempló por vez primera el mar

-la primera y la única-,

me cuentan que se quedó muy seria, muy callada,

durante un ancho rato, hasta que dijo:

Gracias

por

los ojos.

 

No sé de dónde salgo. En mi familia

no hay poetas

malos.

 

***

Manchas

 

los pájaros más fieles del cielo, ensucian

cuanto tocan al construir sus nidos.

 

Las mamíferas lamen

sin escrúpulo alguno la placenta,

la sangre donde vienen sus cachorros.

 

La flor de loto crece en el barro.

 

Hay mujeres enfermas y hay hombres

que las aman: les sostienen

la sombra en el aseo.

 

Nada sabe del otro quien siempre lleva guantes.

 

Para aprender de amor, hay que abrazar

la mancha.

 

***

 

Castilla

 

Íbamos en el coche a Ponferrada,

donde mi abuelo se asfixiaba poco a poco.

Mi padre conducía con los ojos anémicos,

sin mirar el paisaje:

Castilla era su padre y se estaba muriendo.

Yo pensaba en Machado.

Cruzábamos las nubes por la meseta,

horizonte de arcilla,

pinares apretados donde fuimos salvajes y hubo sol.

Las vides retorcidas por el frío.

Los hilos del telégrafo, aquel toro. Íbamos

en el coche al hospital de Ponferrada.

El tiempo era franela, y era adobe.

Silicosis del tiempo.

Yo pensé: Leonor.

¿Qué pensaba mi padre?

Castilla era su padre. Y se acababa.

 

***

 

Lost generation

 

Era un mundo sin protección solar.

 

Los sueños, las inmensas

antenas parabólicas sobre los tejados,

monos azules

tendidos en patios interiores: mapamundis

proféticos tras las manchas de aceite.

 

No teníamos miedo.

Fuimos a escuelas donde los maestros

habían llevado luto por nosotros,

que estábamos llamados a heredar

la transparencia.

Dicen que a la salida alguien nos daba

caramelos con droga.

 

Yo nunca tuve dudas. Era nuestro destino:

ser una nueva raza de gigantes,

hombres libres, mujeres que haríamos

el trabajo de cien hombres.

¿Cómo no ser valientes? Pasábamos

agosto con abuelos

que habían sudado todo el frío del país.

Fumaban y tosían

y aflojaban bombillas porque la luz

no es gratis, no. También tuvimos padres,

una nación sonámbula de padres

que venían del sur.

Por la noche, volvían tarde a casa

y exclamaban: “¡Señor,

ya me sacas al menos dos cabezas!”.

 

 

Éramos los mayores.

Crecimos un centímetro diario y

estrenamos mallas, ternura primogénita,

zapatillas “Paredes”

que atravesaban yonquis en la noche

para aprender francés.

Duendes únicos. Magos

de la calcomanía. Todo se nos quedó

pesquero tan deprisa:

el “Colacao”, los paraísos para mascotas

olímpicas, los cromos,

la fe de nuestra primera comunión.

 

Cuando al fin llegó el metro a nuestro barrio,

fue demasiado tarde.

 

Ya teníamos balsa.

 

Y estaba preparado el plan de fuga.

 

***

 

Agua!

 

A saber

qué les enseñan en la escuela.

 

Un pico

y una pala

es lo que necesitan estos hijos luctámbulos de su loba.

 

Un pico, y unas alas.

 

Pues el ave que huye

no se rinde:

le rinde culto

 

al aire.

 

***.

 

Ecografía

 

Nací en el siglo XX con trompas de Falopio.

Supongo que por eso, entre otras ruinas,

no pude evitar

respirar aliviada cuando aquel ginecólogo

se apostó caña y pincho a que serías hombre. 

 

Conocerías los excesos.

 

Te dirían perdón y por favor y gracias muchas veces

por ceder el asiento una parada.

 

No aprendería tu carne la misma moraleja

sin importar el cuento: esto sobra,

aquí falta,

finge si no te gusta,

disimula aún mejor cuando te esté gustando demasiado,

ni un temblor

hasta que la lengua del elegido

se adentre en la espesura a despertarte.

 

Tendrías tu lugar en los estadios.

 

Verías tu dolor en el museo.

 

***


Los perros

 

Estoy llena de perros.

Tienen grandes cabezas y cabezas oscuras,

todas llenas de dientes,

hambre todas. Estoy llena de perros,

preñada hasta las cejas de perros con cadenas,

pero no me dan miedo.

Soy hectáreas y hectáreas de docilidad para la espuma

contagiosa. Y me retumban.

Un océano de perros mariachis de perfil ladrándole

a la luna aquí en mi útero.

Yo les grito: SIT!

Y ellos ladran peor, porque tal vez les va la muerte

en ello. Le ladran a la luna,

pero la luna sana está escribiéndose

por el otro hemisferio del dolor. Luego les grito:

¡Lorca!

Pero no. Tampoco. Ladra que te ladra.

Y me miran

con los ojos tapiados por la rabia,

como diciéndome: es la sangre. Como diciéndome:

quiérenos, o te muerdo.

 

***

 

Tocarte

 

Tanto poema por no poder tocar,

tener manos pequeñas para tu corazón.

No alcanzo aquel columpio de las fotografías,

universo simétrico, las dobles

sombras rubias. Te recuerdo pasando las hojas

de tu vida. Y una nube de té.

Entonces nos conocíamos apenas.

Tampoco eso ha cambiado, ni mi altura:

es demasiado el aire y yo no alcanzo,

no alcanzaré jamás a darte agua.

Créeme si te digo

que no quise tocarte de otro modo.

Como quien llena un vaso,

como si de tus sueños dependieran

los nenúfares. La piel

nunca fue lo importante.

 

***

 

Línea 6

 

Todo lo que merece algo la pena

es circular. Tus pupilas.

Los neumáticos de aquel Seat Ibiza que tuve,

ya sabes: tus pupilas y las aceitunas

y aquella tarde en Ávila con Santa Teresa.

Cuando volví a encontrarte,

llevabas un anillo en el dedo meñique.

Me dejaste probármelo. Yo estaba mareada.

Gilipollas. Todo lo que hemos sido,

la forma en que estuvimos una junto a la otra,

nuestro amor, todo y nada, es circular.

El recuerdo. La samba. Carteles

de Se Alquila por la glorieta de Bilbao.

Todo lo que te quise.

La línea seis del metro. Estas ganas de hablarte.

La espera: circular.

 

***

 

Corazón de naranja

 

Al pastor alemán que tú recuerdas, trotando por tu infancia,

lo atropelló un tractor cuando creciste.

 

Se nos cayeron luego los vencejos,

como guantes raídos, de las tardes azules,

tardes de manos llenas, cielo bajo.

 

Miro cómo mi abuela,

los ojos muy abiertos, fervorosa,

está exprimiendo un zumo en la cocina;

miro temblar sus manos, debajo de esas manos

miro girar el sol, aroma antiguo,

sangre pura del tiempo más redondo,

corazón de naranja que aún nos ciega.

No queremos morirnos, no queremos...

 

La miro y habla sola en la cocina,

mientras exprime un zumo como quien reza un salmo,

apura la inocencia y el candor, bebe memoria.

 

Miro temblar sus manos. Y el almendruco estéril,

la tapia; blanco sucio para trepar de sed,

amarga adolescencia, fruta viva.

 

Son cosas que brillaron antes de que te fueras.

 

***

 

Carta Astral

 

Esta niña ha nacido con una dentadura postiza

bajo el brazo.

 

Esta niña ha nacido de un gran temblor de manos

para pegar el vientre

a los grafitis de las ciudades fronterizas

con ciudades

donde una vez, muertos atrás,

el amor fue memoria que se aprendió

en cadena y hojalata,

lengua sin denominación

de camposanto.

 

Esta niña ha nacido para taparse la cabeza

con la chaqueta del prójimo en los aviones

transoceánicos y rezar,

doler por los abuelos del vecino:

por ellos se hizo esparto nuestra estirpe,

se reproduce al fondo de tinajas donde no caben noches

para un último genio.

 

Esta niña ha nacido con las islas cargadas.

Y da igual que le corten

el cable rojo o el azul. Van por el ADN

el hambre y la distancia: por eso

siempre te estallan en la cara,

más tarde o más temprano,

los tiburones

milicianos del poema.

Esta niña

 

es un negativo de la última fotografía

de Robert Capa.

 

***

 

Me arrugaron los mapas

 

SI alguien me ve pasar, que me lo diga.

Yo no sé adónde voy, con qué piernas salí

esta mañana de mi casa,

ni qué casa.

De las velas sopladas crecieron muy temprano

los insectos, yo vi soles en miniatura

tatuados en sus alas.

Tomaron el control de mis zapatos,

mi sexo,

los lunares que fui capaz de amar cuando era virgen.

Me arrugaron los mapas. Ahora

debo andar por el mundo en hueso vivo,

como alma que se llevara un ángel

colocado de crack.

Si alguien me ve llorar, NO me lo diga.

 

***

 

Por eso existió muelle

 

A saber qué os enseñan en la escuela.

 

Hijos míos, el dinero no llueve de las terrazas de aluminio;

ni es la suerte un coágulo

de colza que pasear como un diamante

calle adentro de la piel. ¿No os enseña el maestro

que el tobogán

fue un pulso? ¿Que llegarán

las fuentes a este parque cuando el aborto digno

corra para los muertos?

 

En la calamidad, hijos míos, no hay flechas de dirección

obligatoria. Por eso existió Muelle.

Y este mundo de las corazas diminutas hechas de poliéster.

El cielo-periferia

color jean,

las redondas gafitas

de cien mil leguas de los niños que no pueden dibujar barcos.

 

No creáis al maestro cuando os hable de muros

prisioneros del hombre que los hizo:

¿verdad que no es el beso

de quien en él se ofrece, sino del cuerpo que le hace un barrio

o una llaga

para dormirse a su derecha?

 

Tampoco la poesía es del escriba,

o el pan del panadero, ni siquiera la cruz

de los cristianos.

 

Tampoco en la intemperie, hijos míos,

hay flechas de itinerario

alternativo. Por eso existió Muelle.

Para que nunca nos exiliemos de este álbum

(sigamos siendo

todopoderosos y tan rápidos y jóvenes los padres libres,

feligreses

los hijos). Por la luz. Por el cuero

lactante de este invierno: por

vosotros.

 

***

 

La mariposa blanca

 

 En el velador de la residencia,

la mariposa blanca

y los cabellos blancos de mi abuela.

 

Mi abuela.

 

Con sus 91 años recién cumplidos,

apoyada en su bastón,

se queja porque esto está lleno de viejos

con bastón.

 

Y se mira los ríos de las manos

y no le teme al mar.

 

¿Quién se ha posado sobre quién?

 

***

 

Carreteras secundarias

 

Hace miles de años, alguien pintó un bisonte en Altamira

para que yo te quiera.

 

Para que yo te quiera, se han hecho y se han deshecho

castillos y pirámides.

 

Te quiero por el Big-bang,

por la Biblia, por Darwin.

 

Te quiero porque no somos microscopios.

 

Sin duda repetimos, al querernos, los gestos de otro amor

que nació siendo anciano.

 

No vamos a inventar la poesía.

 

El beso ya lo esculpió Rodin.

 

Tal vez sólo podamos escoger si deprisa, o si contigo.

 

***

 

Excusatio non petita...

 

Dicen que la distancia hace el olvido.

Yo te digo: perdón.

Por llenarte la cama de papeles,

no saber combatirme de otra forma.

Por todos los kilómetros sin música,

de morros, los pies fríos, invierno sin planchar.

Perdóname también por las lentejas,

esta fobia a la sangre y las arañas

y la lejía y los ambulatorios.

Porque solté tu mano al desmayarme.

Nunca quise: perdón.

Perdón por espiarte los mensajes del móvil,

fisgar en tus bolsillos y cajones;

porque rompí una foto de tu exnovia.

Por los escaparates y las cursiladas

y el VIPS y los portazos. Perdóname.

Y perdona, también, a mi dentista:

en el fondo, es su culpa. Perdónanos

si no supe morder bien.

 

***

 

La grande belleza è così piccola

 

No pienses que la belleza

existe únicamente en los museos

ni el saber en los libros.

 

No creas que la bondad es solo dar limosna

o que el terror no duerme

con los héroes.

 

Encontrarás altura a ras de asfalto,

teología en los puestos de encurtidos

y la dura pureza del diamante,

temblorosa y neón,

empujando las seis de la mañana

los tornos

de las fábricas.


 

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