... la poeta feroz 
La poeta extremeña (de Miajadas, Cáceres) y extrema

2023-09-24

 

Isla Correyero

 

Isla Correyero,

la poeta feroz La poeta extremeña (de Miajadas, Cáceres) y extrema Esperanza

Correyero Rodríguez (lo de “Isla” es el pseudónimo con que firma), además de escritora, es guionista de cine y tv y enfermera. Trece años ha estado ejerciendo esta última profesión y, precisamente, de un viaje en ambulancia acompañando a una niña surgió uno de sus más reconocidos libros de poemas: Diario de una enfermera. Otro de sus poemarios, Hoz en la espalda, ha sido muy elogiado por el “poeta brut”, ya referido en esta sección de Libreopinante, David González, además de contar con el respeto y el aplauso de sus compañeros y compañeras de profesión. Y también como antóloga destaca su: Feroces (Radicales, marginales y heterodoxos en la última poesía española).

Además de los muchos premios recibidos, ha sido antologada en las muy conocidas Las diosas blancas (1985) de Ramón Buenaventura y Ellas tienen la palabra (2008) de Noni Benegas. Correyero es considerada por la crítica como parte del nuevo movimiento de poesía española junto con Ana Rossetti, Blanca Andreu y Amalia Iglesias. Incluso se ha dicho que es la Almodóvar de la poesía, que no se cansa de crear belleza. Ella misma definió la creación poética como “Es un camino solitario y altísimo”.

No hace falta decir nada más de Isla. Sus poemas ya lo dicen todo:

Crímenes

Todos nosotros.
Los que nacimos rechazando la política y las leyes.
Los orgullosos.
Los que sabíamos que extraían de nuestra percepción la libertad.

Todos nosotros.
Que crecimos en pueblos y en ciudades aún azules.
Que fuimos incalculables niños instintivos y lunáticos.

Todos nosotros.
Viajeros.
Los que atravesamos la oscuridad del sexo y la habitamos.
Los buscadores de belleza.
Los que probamos las exóticas sustancias y vivimos en el cine y en la noche.

Todos nosotros.
Generación, tribu, conjunto de perdedores que imaginamos que la ruina era el más alto honor.

Todos nosotros.
Los desterrados ahora de aquel grupo.
Los olvidados, los oscuros, los ausentes.
Los abandonados y los destruidos.

Todos nosotros.
Los que ya no soñamos. Los que somos compradores de todo.
Los arrasados por el dinero y por las guerras.

Los que ahora somos impenetrables asesinos blancos.

Los que contemplamos la luna desde el cielo.

***

Prostituta de ocho años

Qué triste está la niña con su lunar postizo
y el carmín de los labios espeso y devastado.

A la luz mortecina de la bombilla roja
tiene la niña un rictus de mujerzuela bella.

Sobre la cama, inmóvil, nos mira agonizante
mediando entre las piernas la sábana arrugada.

De doncel ha quedado su piel, el cuello airoso,
el pecho tan minúsculo de rosadas tetillas.

Y bajo la apariencia de dulces bucles rubios
tiene la niña un nido, deshecho, ensangrentado.

Y un indefenso encaje entre los dedos vela,
el sexo aún sin vello, con el que ríen los niños.

***

No fluye sangre

No he venido a traerte la violencia que habita en mi
corazón.

No he venido a mostrarte mis ojos despintados y mi último
vestido.

No he venido a distraerte ni a olvidar.

Ni vengo a matarte ni a vivir de tu sombra.

He venido a verte envejecer y a que en tu decadencia me
veas como nunca me viste:

Fría, paciente y azul como un cadáver.

***

Coño azul

Mi coño es negro como carbón
evaporado. Pero se vuelve azul a la luz
de la tele y de la luna.
La característica más peculiar que
explica su color y su forma
es
que tiene circulación lenta y
estremecida que va navegando hacia la
tinta de las venas y se abre al desamparo
de mi dormitorio como si
comprendiese que un dedo impenetrable,
masculino,
no pasara por él ni por las sábanas.

Sería una esperanza considerar
que sobre mi coño solitario aún pueden
caber volúmenes remotos
o
un pañuelo azul que penetrase las dos
mitades húmedas y abiertas y así pasar
esta tela azul, ensangrentada,
quedándose,
rompiéndome
porque mi coño ya es invencible,
mi enemigo.

Aislado del amor
cualquier coño es violento.

***

Las medias blancas

Tengo unas medias blancas de encaje que me pongo
cuando me visto el traje negro de los recuerdos.
Son unas medias finas, hambrientas de fantasmas
que hacen juego con pájaros interiores, oscuros.

Las piernas, penetradas por estas bocas blancas,
levemente se abren con signos vegetales.
Los hilos amanecen mi piel,
brotan, perdiéndose,
entre los elevados pensamientos más íntimos.

En derredor: imágenes de ocupación pelviana,
soberbias latitudes desde el puente atestiguan
la entraña y las enaguas levantadas al vuelo.

¡Qué holgada está la tela de la falda de flores,
la rodilla suavísima con olor a naranjas!

Por los muslos se agrandan los dibujos henchidos,
son copos invisibles calcinando altas cumbres.
Me infunden sobresaltos, me clavan dulces flechas,
tan finas son las mallas que saltan los engarces
y hasta el ocre desierto los poros me rezuman
feroces destinos, presagios entreabiertos.

Siento flores y manos crecer entre las piernas
y más arriba el musgo
tapando el azulón vellón de la albufera.

No podía ponerme estas medias sabiendo
la gracia que se esconde, generosa en tu boca.
Espumosas persisten, sin causa me rodean,
temibles de tu roce, sin fatiga,
explorando.

***

Terciopelo azul

Mi coño eleva el conocimiento que tú le has enseñado. La velocidad y el violento latido de una
horca.
Mi coño alimentado por una boca física tiene el
oficio azul de ser frágil y exacto.
Flexible y religioso, mi coño es la pirámide de un resplandor de oxígeno que se pone mis bragas.
Tiene quinientos años de elegancia y de músculos
batidero de sangre volada de partículas.
Fluye con tabaco, la cicuta y el whisky, tiene chispas de plata, monedas de cerveza.
Con tu estremecimiento causas en mí palabras que
dicen deserciones y dulces animales.
En tu lengua me dices cosas extraordinarias, se me llena la oreja del ardor de los fósforos.
Pasa todo a mi coño, se forman las arrugas, aprende, coronado cómo abrirse las venas.
Tan despierto y profundo como un túnel en llamas, llega al centro, al tugurio de un burdel que se mueve.
Es un párpado oliendo tu medida en centímetros, el aceite de un arma, con una bala de oro.
Extremaunción del vértigo que crece en los amantes,
mi coño es un estado mental de luz y sombra.
Suda como una sábana. Palpita como un trago. Es
móvil terciopelo azul. Báilalo lento.
Por la muerte.
Jode la tristeza.

***
Angioplastia

Paso, desfalleciente, con mi bata traslúcida
al quirófano helado donde yace mi enfermo.

Tiene una arteria ahorcada sobre la mesa fría
y un conjunto de médicos asaltan a su muerte.

Observo desde un ángulo la operación inútil y
me abrasa el deseo de arrancarme los ojos.

Desde la ingle, arriba, van pasando el catéter
hasta pinchar el húmedo corazón que se para.

¡Oh pájaros del miedo! ¡Oh violencias azules!

Mi enfermo ha pronunciado un aullido obediente
y sobre mi cabeza se ha derrumbado el mundo.

Se han movido los cielos.

Un huracán proviene.

He perdido mi vida, yo también.

El relámpago agita los ojos de mi muerto.

***
Contemplación del dolor

Su gran dolor de madre era visible
a través de las gafas empañadas:
un soplo de fatiga en esos ojos
distantes, infinitos, desarmados.

Al lado, su marido, muy nervioso,
trataba de mirarla y sujetarla;
silenciosos testigos esparcidos
exhalaban el vaho del horror.

La niña, sobre el suelo, degollada,
era un canal de doce cicatrices,
un animal sin piel, desnudo y rojo,
una belleza horriblemente dulce.

La madre se acercó como volando,
despavorida, con las alas altas,
se quitó su camisa blanca y leve,
y envolvió las caderas de la niña.

El asesino, con gafas de sol,
desde el otro lado del patio, la miraba.

***

Trío

Propuso un trío al festejar su vuelta.
Puse de lujo vasos y vajilla,
rosas y lirios en la mesa grande,
blanco mantel de acanalados pájaros.

Llegó preciosa cuando vino el otro,
los dos entraron juntos en la casa,
uno inflamó las velas y visillos,
la otra llenó mi copa de ginebra.

Bebimos sin comer, los tres a un tiempo,
la mesa se cubrió de fuego y hojas,
mi amada me ofreció su pan mojado,
y yo comí de él. El pan sangraba.


El afecto nos hizo inseparables.

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