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ALFREDO INFANTES DELGADO "Poesía intensa y del extremo |
2025-07-13
Conrado Santamaría Bastida, (Haro, 1962). Es licenciado en Filología Clásica por la Universidad de Salamanca. Actualmente reside en Burgos y ha trabajado como profesor de instituto. Es uno de esos poetas con mucho peso social, emotivo e irónico, íntimo y lírico.
Ha publicado unos ocho poemarios, entre ellos una antología (Y no cejar / E nâo recuar. Antología bilingüe 2011-2021, Caraba Ibérica, 2022) y un poemario infantil. Ha participado también en diversas otras antologías, y en algunos de los Encuentros de Voces del Extremo. Y ha colaborado, y colabora, también en diferentes revistas.
Desde el 2012 mantiene el blog de poesía, donde podéis leer muchos de sus poemas: https://escombrosconhoguera.blogspot.com/
La poesía del poeta jarrero nos hace sentirnos tristes y esperanzados y alegres al mismo tiempo. Sentimos al poeta muy cerca de nosotros, tendiéndonos la mano pero también zarandeándonos y moviéndonos a la acción (nos entrega las armas necesarias, que no son otras que las palabras). ¡Panfletaria!, escupirá más de uno. Pues también. Y, sobre todo, necesaria. Incluso en sus poemas infantiles.
Nos dice Conrado: Creo que cualquier poeta y cualquier clase de poesía es una poesía política porque seas un poeta de los llamados sociales, con ese paternalismo del apelativo que es innecesario en otros tipos de poesía, la que habla de la condición humana, del paso del tiempo, de la muerte, del amor, de los temas eternos; pero hablar de eso y solo de eso también supone una posición política. Yo creo que una persona que se pone a escribir, aparte de que estética y ética tienen que ir siempre de la mano, tiene un posicionamiento ante la realidad que está viviendo. Hay gente que opta por ser complaciente con la realidad que vive, sin cuestionarla, se dedica a los tópicos mencionados, a la rosa, al amor, al ensimismamiento, a la torre de marfil; y hay otras personas que sin ser mejores ni peores tienen más conciencia social, más conciencia personal con los demás y que pone en el centro de esa creación esas preocupaciones éticas que tiene.
Decimos que son malos tiempos para la lírica y, más aún, para la épica, porque estos son tiempos en los que el miedo nos anestesia la conciencia y nos paraliza la voluntad. Ya no hay cantares de gesta. Y si no hay lírica ni épica, ¿qué queda? Pues queda la poesía. La poesía necesaria. La poesía verdad. La que escribe Conrado Santamaría.
Es complicado hacer una pequeña selección de sus poemas que refleje la compleja inmensidad de su decir poético, pero aquí va una muy subjetiva que espero que os motive a leer sus libros.
Canción de corro del niño palestino
Quiero, madre, quiero, nunca me das nada, quiero, quiero, quiero, quiero una granada.
Las piedras, mi madre, las piedras no sirven, las piedras no valen, las piedras, mi madre, no matan soldados ni paran los tanques.
Las piedras, mi madre, son sólo miseria, son muerte, son cárcel, las piedras, mi madre, tortura, son sangre.
Las piedras, mi madre, no matan soldados ni paran los tanques.
Quiero, madre, quiero, nunca me das nada, quiero, quiero, quiero, quiero una granada, que abrase los tanques que todo lo abrasan.
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A la huelga huelga de la rebelión
Puesto que el gobierno decreta excepción, ¡a la huelga huelga de la rebelión!
¡Qué crisis tan dura nos trajo el mercado con ansia y usura! Mas todo está atado: el botín robado y nadie en prisión. ¡A la huelga huelga de la rebelión! Patrón y jerarcas hacen buen balance: agotan las arcas, y a otros el trance. ¡Menudo romance de juez y ladrón! ¡A la huelga huelga de la rebelión! Y aquí a los de abajo nos clavan espuela: más horas de tajo y menor cazuela. Pero esto no cuela, prestad atención: ¡A la huelga huelga de la rebelión! ¡Que no haya avestruz que esconda cabeza, se cure en salud! No hay mayor torpeza ni peor bajeza que la sumisión. ¡A la huelga huelga de la rebelión!
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La mano que te da de comer
Tú nunca la beses, muerde esa mano, muérdela bien, te digo, así, a dentelladas, sin rencor y con rabia hasta llegar al hueso, donde duerme bendito el tuétano de la verdad, muérdelas todas, todas las manos limpias que te dan de comer, que te amparan y alivian en las noches sucias de tu condena, pues si con una mano – dicen – te dan la vida, con la otra mano – digo – matan tu dignidad.
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Y cuando la basura llegó hasta nuestras puertas, comimos basura. Y cuando se acabó la basura, comimos nuestras propias deyecciones. Cada uno las suyas. Por aquello de la intolerancia.
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Y no cejar
En todo tiempo y lugar frente a un poder, la mirada sostener y no cejar. Si el preceptor en la escuela, a su sabor, te impone regla y candela y sinrazón, piensa que no hay que aguantar y, puesto en pie, la mirada sostener y no cejar. Si te escupe un comisario “los papeles”, y te azuza su bestiario de lebreles, sabes que no hay vuelta atrás, y sin carné: la mirada sostener y no cejar. Si el jefe explica en la empresa, con detalle, que la crisis está espesa y a la calle, di que tú eres capataz de tu taller: la mirada sostener y no cejar. En todo tiempo y lugar frente a un poder, la mirada sostener y no cejar.
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Preguntas de una mujer que lee
¿Quién amasó el pan de los que edificaron Tebas, la de las siete puertas? En los libros no se menciona el nombre de ninguna. ¿Acaso reyes y canteros madrugaron por leña para encender el fuego? Y en Babilonia, destruida tantas veces, ¿quién acarreó el agua p ara los que la levantaron otras tantas? Y en Lima, resplandeciente de oro, ¿quién limpió las chabolas donde vivían los albañiles? ¿Quién les hizo la cena a los obreros la noche que terminaron la Muralla china? La gran Roma está llena de arcos de triunfo. ¿Quién curó las heridas de quienes los erigieron? ¿Quiénes amortajaron a los vencidos por los soldados de los césares? Bizancio, tan enaltecida, ¿acaso no tenía lavaderos para hacer la colada? Incluso en la legendaria Atlántida, la noche que fue devorada por el mar, hasta los esclavos que se ahogaban clamaban llamando a sus mujeres.
El joven Alejandro conquistó la India. ¿Quién amamantó y crio a sus soldados? César venció a los galos. ¿No llevaban tras sus legiones siquiera unas prostitutas? Felipe de España lloró cuando se hundió su flota. ¿Nadie más lloró la muerte de los marineros? Federico II venció en la Guerra de los Siete Años. ¿Por qué siempre la guerra para resolver conflictos?
Cada página una victoria. ¿Quién fregó la vajilla del banquete del triunfo? Cada diez años un gran hombre entre hombres. ¿Quién pagó los platos rotos?
Tantas historias, tantas preguntas.
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Alimenta el miedo migajas, despojos, mordaza en la boca y venda en los ojos.
Con media plantilla a la puta calle me dicen que calle, que guarde mi silla. La vida es sencilla si te hincas de hinojos: mordaza en la boca y venda en los ojos.
¡Un muerto en el tajo! ¿Quién ha visto nada? Pedro a su plomada, Juan a su destajo. ¡Bendito trabajo! Igual que piojos: mordaza en la boca y venda en los ojos.
Si hoy en la asamblea se vota la huelga, éste se descuelga, aquél la capea: –Menuda ralea de negros y rojos: mordaza en la boca y venda en los ojos.
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Yo me cago en Botín todos los viernes, y los lunes también, cuando amanecen los números en rojo, la quincalla, los muertos robacueros y chinchetas.
Yo me cago en Botín por las mañanas, por las noches también y al mediodía, lluevan hostias, granicen pelotones, capen a escuadra el rabo de mi boina.
Yo me cago en Botín sin calendario, en cuclillas, boca arriba, al tresbolillo, en público, en privado, con soltura, luego me voy silbando, y ahí queda eso.
Yo me cago en Botín con beneficio, yo me cago en Botín puerta por puerta, yo me cago en Botín ciento por ciento, yo me cago en Botín diente por ojo.
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Son de crisis
(En la oficina del paro mi hermano Fernando Arranz, con fuerte acento cubano, un son se pone a cantar)
Mi amigo, tú no te exaltes, me han dicho los gerifaltes del corralito mundial. Nosotros, los dirigentes, tan sabios, tan competentes, nos ponemos desde ya a refundar el Capital.
Vosotros, los dirigentes, les canta Fernando Arranz, tan necios, tan insolventes, no vais a robarme más, pues vamos a convocar una huelga general. ¡¡¡Una Huelga General!!!
Esta es la crisis del Capital. Atiende, hermano, ¿quién va a pagar?
Ojo al discurso del mandatario, ¡ni un paso atrás! Ojo al banquero del usurario, ¡ni un paso atrás! Ojo al despido del empresario, ¡ni un paso atrás! Ojo al engaño del noticiario, ¡ni un paso atrás! Ojo al dictamen del judiciario, ¡ni un paso atrás! Ojo al obispo del incensario, ¡ni un paso atrás! |
Ojo al chivato del comisario, ¡ni un paso atrás!, ¡ni un paso atrás!
Esta es la crisis del capital. Atiende, hermano, ¿quién va a pagar?
¡Muera la bicha con su desdicha! ¡Que muera ya! ¡Siempre adelante! ¡Ni un paso atrás! ¡Ni un paso atrás! ¡Huelga y más huelga! ¡¡¡La General!!!
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Comoquiera
Comoquiera que el mundo se arrodilla y la gente se abrasa la mirada detrás de la conciencia
comoquiera que hay vértigo y temblores y viajes tan previstos sin llamadas al llanto de la noche
comoquiera que a veces entre sueños sentimos el cuchillo en la garganta de forma irreparable
comoquiera que hay versos incapaces y floridos fluyendo a la deriva de la feliz corriente
comoquiera que es fácil ay tan fácil llorar en la avenida del siniestro cuando el tiempo ya es ido
comoquiera que crecen comoquieras a la sombra sin cuento de esta angustia a solas compartida
no me inhibo
no me inhibo y estrujo la inocencia no me inhibo y exhorto a los culpables no me inhibo y requiero en el presente.
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La casa cerrada
Esta casa cerrada tantos años donde el aire no corre y huele a moho y a fermento y a estrago, y es el polvo la flor de la carcoma, y tan viciado y tan enrarecido está el eco en tinieblas de las voces que alguna vez sonaron que es muy duro, sangriento, el respirar. Esta casa en derrumbe y habitada por el rencor sin fraude en cada cuarto, en cada hondo rincón, en cada desconchado, donde supura el agrio afán de la inocencia y su materia gastada por el miedo y los despojos de la vergüenza herida. Esta casa sin camino ni altar ni tiempo ni esperanza, puesta en abismo en medio de este pueblo donde nada se cría, salvo el dócil estertor de la piedra y el sudario de la bruma en suspenso. ¿Qué vendaval, qué noche enfurecida de qué próximo año, arrancará de golpe la herrumbre de los goznes y abatirá las tablas antiguas que condenan las puertas y ventanas? ¿Qué aire vivo aventará por fin el polvo muerto, tanta miseria indigna, y tanto hedor de tanta podredumbre?
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Primera aproximación
Este verso es verdad porque emociona, porque arrastra a la sombra y al abismo, si nombra luz y muestra una baraja con seis ases de espadas que son copas; este verso es verdad porque es un fuego que incendia trampantojos y postizos, mientras la lluvia cae dentro de casa y tú me lees con tu piel mojada; este verso es verdad porque es espejo, porque es semilla, búho, aurora y fiesta; este verso es verdad porque la muerte se agazapa también tras cada acento; este verso es verdad porque me miente.
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Balada del niño soldado
1 Llegaron por la noche, machete en mano. Degollaron a todos y nos llevaron. Ahora vamos de noche, los pobres huérfanos. La mirada vacía, todos hermanos. Llegaremos al alba, machete en mano.
2 Vela el humo tus ojos, tus ojos hambrientos de vientos hermosos. Nada dice el muerto. Vela el humo la tarde, la tarde asustada de la roja sangre. Tú no dices nada.
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Es la caspa. Su caspa. La caspa madre, la caspa inmemorial, la caspa apelmazada en costras de amarillas escamas y postemas de sangre, la caspa seborreica de sagrados principios, de valores eternos, de gloriosos destinos, la caspa pertinaz, la caspa negra, la sumarísima caspa que agarrota vilmente la frescura, que sepulta en cunetas las ideas, y que siembra de cal a la esperanza. La caspa nacional, la caspa grande, la caspa una, la purísima caspa inmaculada, la caspa escapulario de fanfarria y peineta, la caspa genuflexa, encharolada, la sempiterna caspa chicha de barbarie y vacío. La caspa. ¡Sí! Es su caspa… la caspa impenitente que regresa del fondo cavernario embozada de fiesta, la caspa rediviva, sin complejos, con sus galas azules, sus fatuos abalorios, sus feroces blasones, la caspa refractaria, alucinada, con su tufo a podrido, con su ajuar de mortaja, con su sebo de muerte.
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Hoy la luz de la tarde comunica a las cosas un palpitar extraño, un lento escalofrío, como si el eco inconfundible de un grito no emitido persistiera en el aire, ahondándose y ahondándonos. Las ramas de los árboles crispadas, la sombra de las nubes en el valle como un reptil herido, los jirones de niebla en la distancia, el vuelo de los pájaros suspenso… Y así todo parece replegarse en sí mismo, querer ir abreviando su pulso y nuestro pulso, la llama de una vela que ya presiente su último latido.
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Carne de procesión
Fueron tiempos de hechizos y deslocalizaciones, de estiércol rebosado y artificiales fuegos. No sé si os acordáis.
Nosotros, encorvados y alegres,
procesionábamos delante de las oficinas del paro vestidos de nazarenos, procesionábamos por la mañana y por la tarde, entre el redoble de los tambores y el estruendo de las cornetas, procesionábamos por las noches también, cuando las puertas de las oficinas habían sido clausuradas y en sueños sudorosos nos empeñábamos en procesionar.
Bajo la lluvia, bajo la nieve, bajo los arduos rayos del sol procesionábamos.
Procesionábamos con nuestros propios pies, que descalzos arrastraban las cadenas, procesionábamos con nuestras propias manos, que ensangrentadas manejaban la disciplina, procesionábamos con nuestra propia canción, que silenciada se adhería a la polvareda.
Éramos carne de procesión. Nuestros capirotes señalaban arrogantes el cielo, mas la luz les huía, nuestros cirios encendidos apenas iluminaban, nuestros sambenitos devolvían su amarillo festivo a los ojos agradecidos de los espectadores, que deslumbrados apartaban la mirada.
Procesionábamos interminablemente,
delante de las oficinas del paro, delante de los estadios, delante de los cuarteles, delante de las catedrales, delante de los patíbulos, delante de las grandes superficies, delante de los cementerios, delante de los concesionarios, delante de los parlamentos, delante de las fundaciones, delante de los hospitales, delante de las cajas de ahorro, delante de las cárceles, delante de las administraciones de lotería, delante de las escuelas, delante de los parques temáticos, delante de los manicomios, delante de las redacciones, delante de los urinarios, delante de los zoológicos, delante de los paraninfos, delante de las comisarías, delante de los solares en construcción.
Y procesionábamos también delante de todos los espejos, desde cuya superficie cantarina nos mirábamos galvanizados y sonrientes por debajo del capirote sin querer comprender.
Sonámbulos durante el día y durante la noche sonámbulos.
Procesionábamos y procesionábamos, y a nuestras espaldas no se derrumbaban edificios en llamas, ni las nubes descargaban torrentes de sangre, ni surgían del fondo del mar serpientes emplumadas, ni las mujeres parían en los escombros niños decapitados.
Éramos carne de procesión.
Aquellos tiempos de verbenas y capitulaciones, de botellones a la sombra y pequeños milagros domésticos. No sé si os acordáis.
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