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2024-08-11
Andrés Ortiz Tafur
Ya iba siendo hora de dedicar un Libreopinante a mi paisano linarense. Andrés dejó la ciudad para sumergirse en la Sierra de Segura, en una aldea del municipio de Santiago-Pontones, lejos de la civilización y del ruido mundanal, lejos de un ambulatorio, de un banco, de un cine, de un quirófano... Y viviendo con un tercio del sueldo que gastaba en la ciudad.
Ejerce de bibliotecario en el municipio, y de escritor de relatos y poemas (en algunas antologías han aparecido escritos suyos). Y, además, es músico y compone canciones. Ha sido galardonado en diversos certámenes literarios y colabora en páginas de opinión de prensa escrita.
La ciudad es un invento fantástico. A mí me hacía falta irme, pero fijo que existe mucha gente que necesita recalar en alguna para colmarse de vida un poco. El problema está en las macrociudades, en el precio desorbitado de la vivienda, en la precariedad de los salarios… Una ciudad en la que una habitación no se coma la mitad del sueldo y en la que te paguen lo razonable por siete horas de trabajo también puede resolverse en un paraíso. No es lo mismo ser maestro en un pueblo de Ávila que en Madrid.
Si quieres entrar en su Facebook y ojear las cosas que escribe y sobre lo que escribe, esta es su dirección: https://www.facebook.com/andres.ortiztafur.9/?locale=es_ES
Y si quieres disfrutar de poemas suyos, aquí tienes una pequeña selección:
Con un paso Cuando veo a una pareja de adolescentes dándose el lote tomo conciencia de que el futuro es un tiempo que va perdiendo sentido y fuelle antes de ser vivido, la prueba irrefutable de que si algo nos enseña la vida -con su paso- es justamente a no saber vivir, a confundir ocho con ochenta, un Mercedes con un beso.
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Me independicé con veintitantos y no hay un solo día que no eche en falta a mis padres. Sin referéndum, no fue necesario: ellos me dieron libertad de elección y el comodín de los tupper. E incluso, luego, tras su muerte, he recibido la cesión de su territorio. Esto ha sido lo más revelador: descubrir que mi bandera nunca salió de su casa.
Con suerte, acabaremos convirtiéndonos en amigos, haciéndonos desde esas consultas propias de la adolescencia, hasta las más sesudas. Puede que terminemos montando un negocio, o sosteniéndolo, al menos. Pasándolo mal juntos, apoyados el uno en el otro.
Con el tiempo, nos veremos en actitudes ridículas con total normalidad. Trasmutaremos de lo tierno a lo franco, en ocasiones, de lo franco a lo tosco, sin venir a qué, lo mismo que si fuéramos buenos hermanos, lo mismo. Nos limpiaremos la baba, la caca, los mocos; nos echaremos en falta, nos recordaremos si algo ocurre, cuando suceda.
Pero antes de eso, seguramente, seremos los dueños de un imperio, el nudo de un árbol, con brotes que tendrán tu nariz, mis pómulos y unos ojos en los que mirarnos: esa pavada gigantesca que te convierte en otra persona, como una mella en los incisivos o una leve cojera que se acentúa.
Y seremos, sobre todo, capaces de sentirnos felices apenas estando tranquilos, solo porque nos telefonearon para contarnos que todo está bien, que ya regresaron de su viaje. Nada que ver con esto: sin música, sin velas; tú, en un sillón, yo, en otro, con suerte, frente al mismo televisor.
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No supe decirte que llovía. Que fuera, no muy lejos, donde vuelcan las montañas, florecen los limoneros y persiste el río grande sin acordarse siquiera de que aquí también respira. Que tuve la idea y no la intención de llevarte, pensando que amainaría. Que traigo la última noche en los zapatos y la pena de tu falta en una futura canción ya escrita.
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No sufras
La gente que te deja de querer siempre te ha querido mal, a su modo, mediante un tubo que absorbe en una sola dirección. Hasta que, en un momento dado, estiman que la densidad de flujo es inferior a la deseada, se emberrinchan por ello y derraman el vaso. Entonces te mojas. Sí, al pronto llueve y sale el sol. Y te sientes más ligera: el frescor de una mañana con todo un día por delante para seguir queriendo.
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Insomnio
Pensaba en esos libros sin leer que sobreviven en las estanterías, en el espacio que ocupan y el polvo estéril que generan. Como esa gente sola que prefiere quedarse bebiendo en casa aun sabiendo que en el bar de abajo hay más gente sola.
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Hermosas derrotas
Hay personas que siempre me vencen, con las que siempre me resulta muy hermoso descubrirme perdiendo y perdido, buscando la manera de volver a chocar para volver a perder y perderme. Como el estropajo que se seca y necesita más agua y jabón para seguir empantanando la vida.
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Siempre hay ciervas y cabras montesas. La carretera termina ahí e imagino que ahí han encontrado un lugar en el que rara vez se las molesta. También hay buitres; y hace tiempo, quiero recordar que el primer año que viví aquí, disfruté durante horas del cortejo de una pareja de águilas. Hay, incluso, flores tras las ventanas. Flores de verdad, que nacieron la primavera pasada y que esperan una nueva primavera para morir. Y flores de plástico, también hay flores de plástico a la intemperie que, lejos de afear el paisaje sirven para recordar que pronto también habrá gente.
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A pesar de los pesares
Vengo saliendo una media de dos noches por semana desde ni se sabe cuándo. Pongamos veinticinco años. Bien, pues veinticinco por cincuenta y dos y por dos, dan la friolera de dos mil seiscientas noches, más de siete años, quizá veinte mil cervezas y ocho o nueve mil copas. Seguro que más de cincuenta mil cigarrillos. Bueno, pues que el médico continúe diciendo lo que quiera, que a mí lo que me mata es tu ausencia. No más.
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La alarma de incendios La sirena de la policía La velocidad de las ambulancias El secreto de una explosión que apenas oímos Una mancha de sangre El semáforo en ámbar, en rojo, al fin La marca de un frenazo La irrupción de unos informativos, en mitad de una película Tres llamadas seguidas del mismo número Un grito desesperado La madrugada y la soledad como todo paisaje Un coche de muertos vacío La tempestad, incluso, que antecede a la calma Todo el valor perdido Todo lo perdido, al pronto, ante nuestros ojos por un mal presagio Peor, por un mal recuerdo, por el peor de todos ellos. Y, a ratos, solo tú. y, mientras salía el café, me he apostado frente a la ventana, con Hojas de hierba de Whitman. He leído acerca del "siempre" y me he hecho una idea de por qué las expectativas rugen más fuertes que las mañanas. He caído en los pájaros, que comenzaban a cantar, en su propiedad para arreglárselas sin el 21 de marzo, por ejemplo. Eso me ha llevado a pensar que aún quedan perros libres, a salvo de protectoras y manos tendidas, en algún confín del mundo, pero libres. Entonces me he venido arriba, y ya sin Walt, con toda la atención prestada al horizonte, me he visto tras las montañas, sin vértigo ni ciudad, en otro campo en el que los leones aún siguen durmiendo.
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No me gustan las mayúsculas, prefiero los pájaros sobre el tendido eléctrico. No me gusta el cielo azul en otoño, continuado, algunos días sí, se resuelven necesarios para soportarlo. No me gustan las trincheras, prefiero las aves levantando el vuelo, separándose de mí, a lo suyo. No me gustan las averías, los arreglos condicionados. Me prefiero roto, cantando. |
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