![]() |
PACO PALACIOS "Este occidente suicida pretende utilizar las piezas que le sirven y tirar al fondo de la historia, las que les molesta. |
2025-08-15
Verdugos
Soñábamos en las noches feroces
Sueños densos y violentos
Soñados con el alma y con el cuerpo:
Volver; comer, contar lo sucedido.
Hasta que se oía breve sofocada
La orden del amanecer:
“Wstawac”;
Y el corazón se nos hacía pedazos.
Ahora hemos vuelto a casa,
Tenemos el vientre ahíto,
Hemos terminado de contar nuestra historia.
Ya es hora. Pronto escucharemos de nuevo
La orden extranjera:
“Wstawac”.
11 de enero de 1946
La palabra wstawac significa “levantarse” en polaco. Una palabra normal, incluso vulgar si la comparamos con esas palabras que evocan sentimientos profundos o hechos que nos estremecen. Un acto cotidiano, imperceptible según el contexto; algo en lo que no reparamos, una acción mecánica que ignoramos por habitual. Y Primo Levi, cuando escribe su libro La Tregua, lo destaca al inicio, como si de todos los recuerdos, todas las vivencias y todas las palabras almacenadas en su cabeza durante su cautiverio en Auschwitz, esa fuera la única que reflejara toda la crueldad, miseria y destrucción humana que pudo sufrir durante esos años.
Habrá quien diga que el hecho de que los judíos sufrieran el exterminio nazi, no justifica lo que está sucediendo en Gaza y llevan razón; pero la historia no es un hecho lineal compuesto por eventos aislados que conforman una amalgama anárquica de la que se puedan utilizar aleatoriamente sus piezas. La historia es un todo. Una superposición de vivencias que registramos como datos, fechas o citas, pero que, en realidad, son el reflejo de lo vivido, sentido, sufrido y disfrutado por los seres humanos protagonistas de esos hechos: no se entiende el uno sin el otro, ni se pueden descontextualizar esas acciones al gusto de quien las utiliza.
Este occidente suicida pretende utilizar las piezas que le sirven y tirar al fondo de la historia, las que les molesta. La izquierda y la progresía woke, vaciadas de una ideología constructiva que ilusione a los ciudadanos, han despertado la cultura del odio; un nihilismo materialista que apunta a quién hay que destruir, quienes son los enemigos y cuál es el mensaje que se debe transmitir. Si te apartas de esta religión laica o te atreves a ser una voz crítica contra el oficialismo impuesto, se te aplica otra cultura: la de la cancelación; una suerte de “asesinato” social y mediático, una condena al ostracismo y el olvido que, desde hace tiempo, vienen sufriendo pensadores, intelectuales o cualquiera que disienta de la corrección política.
Es muy difícil entender la posición de esos líderes que se autodenominan progresistas, normalmente, provenientes de la izquierda, pero con matices autodestructivos que nunca distinguieron a esta ideología en occidente. Desde Canadá hasta Australia, pasando por Estados Unidos y, fundamentalmente, Europa Occidental; la izquierda ha afianzado una alianza con los países musulmanes; una suerte de pacto con aquellos estados donde las mujeres no tienen derechos, las condiciones sociales o laborales son esclavizantes, la libertad de expresión se paga con la cárcel o con el descuartizamiento en alguna embajada —turca la última vez— y a los homosexuales los cuelgan de una grúa o los encarcelan, sometiéndolos a todo tipo de vejaciones y torturas. Entonces ¿qué tiene que ver la izquierda con esta gente? ¿Cuál es el porqué de esta connivencia? Son dos: la destrucción de la cultura occidental y el antisemitismo.
Pero volvamos a la cuestión que nos ocupa, después de esta breve y espero que incómoda introducción. Apelo al lector para que imagine su hogar, su casa. Un padre, una madre, una hija de diez años y un hijo de ocho; no es difícil de imaginar. Ahora, el lector imagina que, en la casa de enfrente, sus ocupantes están armándose para atacar la casa de esa familia. Finalmente, la casa, ese hogar es atacado. El primero en morir es el hijo de ocho años, a la madre y a la hija de diez las secuestran y, mientras le sirven, son tratadas cono esclavas sexuales, violadas por decenas de hombres. El padre puede correr una suerte impar: en el mejor de los casos ser asesinado y, en el peor, mantenerlo con vida por parte de los captores para que contemple el sufrimiento de su mujer y su hija. Es duro, a muchas de las conciencias desentrenadas en la realidad del mundo que se extiende más allá de los Mundos de Yupi o de las mandangas emborregadoras de la Factoría Disney, les costará asimilar el supuesto que acabo de redactar, pero me gustaría que se hiciera ese esfuerzo; porque lo que he escrito no tienes que imaginarlo, ni es un supuesto ficticio. Lo que has leído lo sufrieron más de 1700 ciudadanos israelíes, judíos, por parte de terroristas de Hamas, a partir del 7 de octubre de 2023. Hamas, no sé si os suena, es el grupo terrorista que gobierna la Franja de Gaza; por si a alguno esa información no le había llegado. ¿Justifica esto lo que está sucediendo en Gaza? ¿Justifican la brutalidad y la barbarie con la que está actuando el gobierno de Netanyahu? No, en absoluto; pero quieren entrar a tu casa y matar a tu mujer o a tu marido, violar a tu hija o secuestrar a tus padres ¿Qué vas a hacer? Tal vez, nunca lo habías pensado de esta manera o, quizá, nunca te habían permitido hacerlo.
El gobierno de Benjamín Netanyahu se está comportando como un ente violento e inhumano. Si las imágenes que nos llegan desde Gaza son ciertas —y, en principio, no tenemos por qué dudar de ellas— ese gobierno no puede mantenerse ni un minuto más en el poder y esas acciones deben ser sancionadas penalmente. Pero de forma paralela, Naciones Unidas, debe acabar con Hamas y sus actos terroristas, que sin duda son criminales, y castigarlos con el máximo rigor, evitando la condescendencia cómplice que viene mostrando desde hace años con estos asesinos. Y en medio, el pueblo palestino, encerrado en un puñado de tierra y sufriendo un tormento indescriptible desde hace décadas. Rodeado por tres verdugos, que son los mayores interesados para que permanezcan allí: los países musulmanes y Hamas, que necesitan a una población sufriente que justifique sus miserables acciones; el gobierno cobarde de Netanyahu, que se siente cómodo con un enemigo externo que dé legitimidad a su actuación desmedida y, por último, la ingenua progresía occidental, ávida de causas que abanderar; causas que, por cierto, nunca serán la lucha contra la persecución y el exterminio que están sufriendo los cristianos en distintos países africanos, en los que se cuentan matanzas a diario, o la violación de los derechos humanos en aquellos países con gobiernos “amigos”; me refiero a Cuba, Venezuela, Nicaragua, China o Corea del Norte, donde la casta comunista se mantiene sobre una población hambrienta, torturada y desposeída de futuro.
Ni el pueblo judío es responsable de lo que sucede en Gaza ni los gazatíes deben sufrir, ni un día más, todo el dolor que están padeciendo. Ni el pueblo palestino es una organización criminal, sino las víctimas de una confluencia perversa; ni el antisemitismo, que despertó los instintos más depravados y perturbadores que ha conocido la historia, debe ser tolerado.
Para dar tú opinión tienes que estar registrado.