08-05-2022
De aquel viaje a Londres, hace ya algunos años, recuerdo especialmente el trayecto en taxi desde el aeropuerto al hotel, con un muy ameno conductor, que me explicaba su postura ante el cercano brexit británico.
El taxista, de origen brasileño, (Joao, creo recordar que se llamaba), había conseguido la nacionalidad británica tras varios años trabajando en la capital inglesa, y se mostraba muy a favor de ese movimiento antieuropeísta, porque, según decía, temía que pudiera ocurrir uno de los anuncios de la propaganda probrexit; “no deben entrar más extranjeros en la Isla”, que, además “se traen a las familias y nos quitan el trabajo a los de aquí”, me decía. Ante mi sorpresa, mi compañero de viaje me confirmaba que, efectivamente, esa había sido su situación durante años, pero que la dura campaña de los partidarios del brexit le había hecho pensar que, una vez conseguidos los correspondientes visados para él y su amplia familia, toda su preocupación ya no era otra que evitar que las condiciones de circulación de personas y acogida de extranjeros de la Unión Europea, pudieran ponerle en una comprometida situación laboral, por la ampliación de la competencia, sobre todo en sueldos cortos y jornadas largas, que, decía, le seguiría trayendo el proyecto europeo. Los argumentos de Joao eran, sin duda, el resultado de un discurso infame que, desde la demagogia y el odio, había sido bombardeado metódicamente, hasta el punto de llegar a calar, incluso, en aquellos con capacidad reflexiva como para reconocerlos, no solo como falsos y llenos de rechazo a lo diferente, sino también como un peligro directo para la justicia social, la solidaridad y la realidad de la propia construcción europea. Pero el miedo, la aversión, la indignación son armas sumamente potentes. Tanto, que pueden dar lugar a decisiones terribles para un futuro que necesita justo lo contrario; que necesita respirar democracia plena, progreso, solidaridad.
“vivimos en España un escenario parecido. Una tromba de argumentos falaces que nos quieren teledirigir hacia el desprecio a un Gobierno que no se arrugó ante los opulentos cuando tenía que mirar hacia los más débiles,”
Hoy vivimos en España un escenario parecido. Una tromba de argumentos falaces que nos quieren teledirigir hacia el desprecio a un Gobierno que no se arrugó ante los opulentos cuando tenía que mirar hacia los más débiles, y que, emanados desde los poderosos de siempre, buscan invadir las voluntades de quienes hemos sido testigos de políticas y decisiones que han conseguido, en el peor de los momentos, salvar del ahogo a los más vulnerables, recuperar el empleo anterior a la pandemia, o conseguir el apoyo sólido de Europa a la salvación de la economía de las familias de este país.
Difícil vivir en la reflexión y el debate limpio cuando los mensajes más influyentes buscan sólo aprovechar la fragilidad de esos “Joaos” a los que atenazar desde la mentira y el miedo. No tengo dudas. Ante los ataques a la libertad y a la razón, la respuesta es más razón y más libertad. Sigamos construyendo, sigamos creyendo.
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