JUAN ROMERO GÓMEZ 

"Días interminables, días y sometidos también a una estricta dictadura…

2025-03-09

Los veranos de los años 50

 

Mirad al niño al fondo, estos trabajos, esta calle, mirad las mulas, qué tranquilidad, el azul del cielo, la paz, con qué poco se es feliz. Siempre ha habido felicidad en las personas. Y en instantes en los que solo se tenía la felicidad, como el tesoro más preciado, como así es. ¿Por qué la felicidad, nos acompaña siempre, si sabemos buscarla en nuestro interior… de cada uno de nosotros? Siempre se ha dicho que la ilusión del ser humano es lograr la felicidad. En esos veranos, que tenían la obligación de llevar a cabo labores agrícolas muy duras, y de sol a sol. 

Días interminables, días y sometidos también a una estricta dictadura… para hacerlos más duros todavía.

En los pueblos manchegos, se tenían muy en cuenta las fiestas y muy presentes, la devoción y, por supuesto, las fiestas religiosas, donde las calles, se transformaban al   no parecer ser del mismo pueblo. La calle avenida del generalísimo era engalanada, limpiada y pintada. Ese era el descanso de estos trabajadores, que con mucho esmero era la dedicación plena, para la fiesta y dejar la calle impoluta. Ese día, pasear la calle de los señoritos… esos días tan preciosos, de azuladas mañanas, de luz, de grandes inspiradores, de pintores, poetas, de humildes hombres pensadores. Y los obreros, con la imagen a hombros, que era la patrona del pueblo, y sus autoridades, detrás, más el párroco, con sus murmuraciones… y sus miradas ocultas, más pensamientos y fantasías eróticas, cuando miran hacia la juventud. Bostezos, y más bostezos. Por exceso de garbanzos y algún palomo que otro, siempre cogido y pelado por el sacristán de turno. Y que no faltasen los comentarios internos. Siempre se les reconoce desde largo. Por la casulla, de color marfil, y sus doraros opulentos. Pero de verdad por lo que más que se le reconoce, desde largo. Era por los veinticinco kilos de media que pesaban más, que cualquier hombre del pueblo. También había señoritos que, solo visitaban el pueblo, en fiestas, no en momentos de necesidades. Pero también en ese pueblo, teníamos calles de tierra, sin nada más que el olor a necesidades de futuro, y jóvenes que solo tenían como futuro seguir la tradición del trabajo para el señorito, y el olor a mieses, a grano y paja. Así es como se formaban los niños, de esa época, con muy pocos estudios y mucho respeto, y siempre adquiriendo esos valores y esa formación. Así fue la formación, para el futuro, de los que hoy ya tenemos 70 años o más ahora jubilados, que han terminado su vida laboral. Y a sus hijos los han podido llevar a la universidad, con grandes esfuerzos les han ayudado en la compra de la vivienda. Y no solo eso, sino que, en una mayoría, de ellos ahora, a los setenta y muchos años, seguimos, dándoles parte de nuestra pensión. ¡Qué generación, la de aquellos años, de la posguerra, hombres sin estudios, y llenos de valores y principios de humanidad, de sacrificio, de obediencia, donde a la hora de comer la familia se juntaba, sin móviles, sin noticias de gobiernos e inútiles y corruptos, que son la escoria de un país! ¡Qué diferencia! ¡Qué padres, los de entonces! Ahora ese niño de la foto, con sus 77 años, hizo este recorrido de la vida. Así fue y así han sido, esas generaciones llenas de amor por los hijos y la sociedad. Y siguen ayudándoles ahora a los nietos, a los hijos, u a todo el que lo necesita, si así es. Porque también ayudan a esos políticos inútiles, que solo saben prometer y robar, y pedir votos de los mayores que saben que no se cambian la chaqueta. Por esa generación yo levanto mi voz. Y quiero desde aquí darles un aplauso a esos hombres que han dado todo, en esos años tan difíciles que fueron los que   tuvieron que vivir con la posguerra. Y todo lo demás.


 

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